Polémica por la historieta publicada en Página 12

Sobre la banalidad del chiste y la banalización de la Shoah

A partir de la caricatura publicada en el Suplemento NO de Página12, y las reacciones posteriores, tanto dentro como fuera del ámbito comunitario, el autor reflexiona desde una perspectiva crítica acerca de los límites del tratamiento humorístico de la Shoah y la banalización de sus significantes.

Por Yoel Schvartz

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El filosofo Slavoj Zizek sostenía hace algunos años que el rasgo característico de la subjetividad posmoderna es su paradójica sumisión al imperativo del goce. Vivimos en una sociedad que ha creado el café sin cafeína, el salame sin grasa y, desde el Viagra, la erección sin deseo. No hay por lo tanto más excusas para no disfrutar de una libertad sin culpas. Así se invierte el imperativo de Kant: “Tu puedes porque debes”, en un nuevo imperativo: “Tu debes porque puedes”. El secreto de esa subjetividad es que no encuentra un “otro” contra el cual constituirse como sujeto autónomo. Lo “transgresor”, visto de esta manera, asume la dimensión de un fraude del sistema1.
Si se me ocurre un chiste a partir del nombre del DJ David Gueta, que suena judío2 y parecido a Gueto, debo publicarlo. Debo porque puedo. Metiendo en el medio a Hitler con su bigotito y un remedo patético del visual de los campos de exterminio. No importa si es o no gracioso (¿qué sentido tienen criterios de calidad artística o esa antigualla dieciochesca de que si es un chiste tiene que hacer reír?), el significado lo da en este caso la transgresión en si… El mismo Sala lo dice: “Mi idea era burlarme del DJ Guetta, lo veo hasta en la sopa, siempre prendido fuego y arengando a la gente. Y retratar los miserables de la fiesta por la fiesta, eso de que hay que estar siempre bien arriba: el pan y circo de los grandes eventos de música electrónica”. Mediante el procedimiento humorístico de cambiar unas letras del apellido, de Guetta a Gueto, “saltó la traspolación surrealista con el campo de concentración”3.

Retomando a Zizek, en esta constelación multicultural el único límite al goce es el respeto “políticamente correcto” por el Otro. No ofender las creencias, no herir las sensibilidades, no meterse con la identidad de otro…
Y sintomáticamente, ese ha sido el tono de la “retractación” o pedido de disculpas. Tras veinticuatro horas de protestas por parte de las instituciones de la comunidad judías, del INADI, de organizaciones de sobrevivientes, de lectores comunes y de los muchos que tienen cuentas pendientes con Página12 (estos últimos, parafraseando al bíblico libro de Esther, no protestan por amor al Mordejai judío sino por el sempiterno odio al Aman K), el periódico publicó que “lamenta haber provocado angustia o dolor y pide disculpas a todos los que pudieran sentirse afectados”. Como si el único problema fuera la ofensa a los vivos, como si la tira no conjugase esencialmente la memoria de aquellos millones de víctimas a los que nadie puede pedirles disculpas.

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No conozco a Gustavo Sala y nunca había leído una tira suya hasta la semana pasada. Pero creo poder afirmar que, al menos de lo que da para entender de su obra, no es antisemita ni negador de la Shoa (ni esbirro de los K que son socios de Chávez y de Ahmadinajad, como circula en estos días por los confines del universo virtual). El chiste de Sala no niega la Shoah (por el contrario, presupone y hasta recarga algunos de sus rasgos). El chiste de Sala hace otra cosa con la Shoa: la banaliza.
En la imaginería contemporánea de la Shoah hay que distinguir tres dimensiones: la negación (sostener que la Shoah es un mito), la relativización (sostener que la Shoah, que realmente existió, fue un ingrato corolario de la Segunda Guerra Mundial y/o “uno más” en la larga lista de actos genocidas de la civilización occidental, desvirtuando su unicidad), y la banalización (utilizar elementos aislados del discurso histórico de la Shoah para referir a situaciones puntuales de la vida cotidiana).
Desde esta perspectiva, podría decirse que toda referencia humorística a la Shoah conlleva un gesto de banalización, y por lo tanto “con eso no se juega”, la Shoah estaría del otro lado de un límite infranqueable de lo decible. Sin embargo, esas referencias pueblan la cultura occidental del último medio siglo y no despiertan, en general, el airado rechazo que sí despertó la tira de Sala. Desde Woody Allen hasta los israelíes Quinteto de Cámara y Eretz Neederet, desde Quino hasta Begnini, desde Chaplin a Mel Brooks, el nazismo y sus horrores han servido como significantes ya sea para la reflexión autorreferencial sobre los vericuetos y las obsesiones de la memoria, ya sea para evidenciar las infamias del presente.
Lo que entonces revuelta y torna obscena la tira de Sala, no es el tratamiento humorístico de la Shoah en sí, ni que ese tratamiento descontextualice la historia o la “especificidad judía” de la Shoah. Si Gustavo Sala hubiera dibujado una tira utilizando los mismos símbolos y elementos identitarios de la Shoah para retratar el trabajo esclavo en los campos de Monsanto o la tortura en Guantánamo, podríamos cuestionar la pertinencia histórica de la referencia4, pero estaríamos todavía en el marco de la legítima tensión entre la narrativa universal y la narrativa particular de la Shoah. 
Usar políticamente la Shoah para algo que no sea señalar una infamia, para algo que no sea la denuncia de un acto de deshumanización constituido desde un poder totalitario, es quitarle a la Shoah su dimensión universal de “grado cero” de la civilización. Es reducirla al nivel de una referencia cultural vacía, que puede ser usada tanto para agredir a un rival político como para cuestionar un gusto musical, reírse de una determinada moda artística o fustigar a la hinchada del equipo contrario. Ejemplos todos que se dan en mayor o menor medida en la sociedad global. Y en ese sentido, es probable que la banalización sea la mayor amenaza para la preservación de la memoria de la Shoah, mayor aún que su lisa y llana negación. Porque es relativamente sencillo combatir la mala fe de los negacionistas y sus por momentos patéticos remedos de argumentación histórica. La banalización, en cambio, es un fenómeno plural y omnipresente, propio de la cultura de masas, en permanente transformación.
A título enteramente personal, lo peor del “chiste” es nos termina preanunciando las emociones. No sé si Gustavo Sala se siente el David Gueto que pregona la joda en medio del horror, pero algunos judíos, definitivamente, nos identificamos automáticamente con la mala onda de los patéticos personajes del campo. No nos causa gracia. Nos parece trágico que el recuerdo del mayor crimen de la civilización occidental termine mutando en una referencia más entre tantas, para consumo de un cenáculo de iniciados “que entendieron el chiste”.

Referencias:
1. Slavoj Zizek, Tu Puedes!, Revista Antroposmoderno, Agosto 2000 (LRB Marzo 1999) http://www.antroposmoderno.com/textos/tupuedes.shtml 

2. Suena y es. David Pierre Guetta es el hijo de un sastre judío parisino, oriundo de Marruecos.

3. Pagina12, edición del 21.1.12. Me detengo un poco en esta explicación. ¿Es solo a mí que me parece o esta historieta “transgresora” viene a transmitir, en palabras de su autor, un mensaje profundamente conservador? ¿No es recurrente denunciar ese “pan y circo” en las constelaciones culturales que por un tema generacional o biográfico no nos enganchan? Creo que todos hemos sido “el miserable de la fiesta por la fiesta” de otro.  Jamás estuve en una fiesta de música electrónica y a lo mejor me resultaría insoportable, pero no menos de lo que a mis abuelos tangueros les resultaría atroz un recital de Calamaro o de Sting. O, yendo más lejos, no fue muy distinto el argumento con el que un comité del Ministerio de Educación de Israel prohibió en 1965 la entrada de una bandita de Liverpool que le “iba a podrir la cabeza a los jóvenes”.

4. Como de hecho sucede cuando se hace referencia en los países árabes y en Europa (en clave humorística y en otras) al llamado “Holocausto” palestino a manos de Israel.