Hablemos un poco de Irán. «Estamos frente a una guerra nuclear: nos aproximamos a la Tercera Guerra Mundial«, anuncian titulares de diarios pero no con letra tipo catástrofe, más bien, con cierto aburrido bostezo, como si se tratase de una obviable crónica.
Una lectura probable sería que las noticias sobre los resultados de un impacto bélico contra Teherán tendrían tan graves consecuencias, que nadie en el mundo se atreverá a un ataque como intento de freno a la maratón atómica desenvuelta por Ahmadineyad.
El fuego –por ahora verbal- entre Irán e Israel tiene, a mi entender, varios focos de encendido: Ahmadeneyad niega, de modo tan obstinado como unívoco, el derecho básico de existencia de Israel. Por su parte, el Estado de Israel percibe el programa nuclear iraní como amenaza concreta.
Una guerra «convencional» –no atómica-total- entre la República Islámica de Irán y el Estado de Israel, es una opción aparentemente «normal», pero el potencial destructivo de agresiones –contra poblaciones civiles en especial- rapidamente llevaría a alguno de los bandos enfrentados a apelar al armamento ultimativo, el nuclear, desbordando el cuadro de hostilidades «clásico» hacia un apocalíptico abismo.
Irán mantuvo un conflicto bélico con Irak por espacio de ocho largos y cruentos años. No se trató de una mirada estratégica de pura conveniencia militar. La cúpula clerical de Teherán fue fiel a una vocación religiosa islámica shiita inclaudicable. En la guerra contra Bagdad los iraníes registraron centenares de miles de muertos y heridos y asestaron a su propia economía un golpe que debiltó gravemente al país. Pero el gobierno iraní consideró que ese precio era ineludible para vengar su soberanía deshonrada –no sólo para rechazar puntualmente la incursión irakí a su territorio- siendo esta, también hoy, la concepción de Ahmadeniyad cuando se refiere a sus «satánicos» adversarios actuales, los Estados Unidos e Israel.
Decimos Irán pero también la Siria de Bashar Al Assad implica un riesgo de previsibles daños. Corea del Norte suministró tecnología nuclear a Damasco. Desde los años ochenta del siglo pasado, Pyonyang alimentó con todo tipo de armamento a Yemen, Siria e Irán.
En la mencionada guerra entre Irán e Irak, los norcoreanos posibilitaron a Teherán la base balística que le permitió superar el ataque de misiles desplegado por Bagdad. Imitando a Irán, Siria desarrolló un sofisticado arsenal basado en la exportación coreana.
En 1990, Damasco y Pyonyang suscribieron un contrato de equipamiento armamenticio. La caótica situación imperante en las calles damasquinas no opera como factor de calma: si bien es cierto que distrae el tono agresivo contra Israel, la caída de Bashar Al Assad tal vez implique el ascenso de sectores del Islam integrista.
En tal caso, una eventual alianza estratégica sirio-iraní puede desembocar en un descenlace bélico regional o global depredecibles consecuencias.