A la amenaza de la Yihad Islámica y del Hamás de persistir en la vía armada, se suma la tenebrosa sombra de Teherán: su esfuerzo por alcanzar poder nuclear se ve estimulado por el debilitamiento de la Autoridad Nacional Palestina y el auge de sectores musulmanes integristas deseosos de acrecentar las hostilidades y expandir la onda de violencia y terror. Así como la «Primavera Arabe» puede vaticinar procesos de modernización y apertura democrática, las revueltas populares pueden sucumbir bajo la presión iraní. La brutal represión ejercida en Damasco contra la ciudadanía opositora es otra probable señal del freno establecido por el régimen iraní a quienes pretendar alterar su afán de dominio dictatorial en toda esta frágil región.
Precisamente esta inestabilidad geopolítica llevó a Netanyahu –tal como lo aseveró al aprobar el acuerdo que permitió liberar a Shalit- a no postergar la decisión. En otras palabras: con Turquía y Egipto, a pesar del tenso clima imperante, todavía se puede negociar: Angora y El Cairo son efectivos intermediarios, pero nadie puede asegurar que la volcánica insistencia belicista de Teherán y Hamás cierre también las puertas aun entrabiertas.