Manuela Fingueret y los surcos de la memoria

Después de dos años, la escritora Manuela Fingueret vuelve al mercado editorial con su nueva novela “Ajo para el Diablo”.  Allí,  retrata la vida de un matrimonio que recorre Berlín, a treinta años de la caída del Muro, mientras su hija -una ex militante de los 70 que durante años vivió exiliada en Brasil-, está a punto de asumir un cargo público en Buenos Aires.

Por Darío Brenman

A medida que avanzan las páginas, asoman las contradicciones y conflictos intergeneracionales, que son también grietas interculturales,  los aburguesamientos y el  desdibujamiento de las viejas consignas que alguna vez habían tenido sentido.  Aquí, el diálogo de la autora con Nueva Sión  

¿Cómo surge la idea de este libro?

Este libro lo empecé hacer aproximadamente hace 5 años y mi primer desafío fue que por primera vez fuese un  hombre el que contara la historia  y no una mujer como en mis libros anteriores.  

A partir de una enfermedad que tuve, debí dejarlo y recién lo retomé  hace  dos años. Esa parálisis cambió mi perspectiva sobre las cosas.  Una se vuelve más extremista en algunas cosas y más piadosa en otras y eso se ve en este libro.

¿En qué sos extremista y en qué piadosa?    

Yo siempre he sido una persona con mucho carácter. Me he ganado amigos y enemigos. Hay una cosa que para mí es fundamental, que es la ética y la moral, esto lo herede de mis padres. Se podría decir que en lo que me volví más extremista, más frontal, no perdono a la gente que es desleal, que se traiciona a sí misma, y a los demás.

Con respecto a lo piadoso, ahora entiendo que cada uno hace lo que puede en la vida, es complementario y contradictorio a la vez. Sin embargo, eso no justifica que mucha gente sea hija de puta. Puedo entender que ante ciertas circunstancias, cada uno reacciona de acuerdo a lo que recibió, a su ideología, a la imagen que tiene de sí mismo, a su cultura.

¿Cómo materializaste este tipo de cambios dentro del libro?

En esta novela, hay situaciones en las que aparecen cosas fuertes, duras. Por otro lado, el texto tiene mucho de amor,  ternura, ironía y mucho humor. El libro trata de no bajar línea, donde cada uno dice y actúa sobre lo que piensa. Traté de mostrar las contradicciones, los conflictos que se nos plantean, de mostrar ese mundo a veces incomprensible, dentro de la clase media.

¿De qué modo se ve plasmada esta mirada esta mirada sobre la clase media en  “Ajo para el Diablo”?

Se ve en los personajes y sobre todo en la hija, que había sido montonera y que hoy aspira a estar en un cargo público.

Se dan otro tipo de contradicciones debido a que el padre venía de un judaísmo laico y socialista, y la madre de una cultura católica observante.

¿En que escenarios transcurre esta novela?

La novela transcurre en varios escenarios. Enla Berlínde hace 2 años, cuando ellos se tienen que ir porque la hija está en una situación muy compleja durante la dictadura en Perú, sobre todo en Cuzco. Y después, dos situaciones en Buenos Aires donde la hija hace terapia con una psicóloga lacaniana.  

Hay muchas situaciones de enfrentamiento, comprensión y a su vez, de conflictos culturales. La novela es muy judía y muy porteña.

Tanto en “Ajo para el diablo” como en tu anterior libro, “Hija del silencio”, se introduce mucho el tema del holocausto, los judíos y el peronismo. ¿Qué significaron para vos esos momentos históricos?

Al ser nieta de sobrevivientes del Holocausto y tener parte de mi familia cercana desaparecida, este tema es muy fuerte para mí.

Mi padre era culto, a diferencia de mi madre que no lo era, además de ser una mujer muy callada. Entonces desde chica,la Shoáy el Estado de Israel eran temas recurrentes inculcados por mi padre. Debido a esto, es un tema que tengo muy dentro de mí, pero quiero aclarar quela Shoáes un momento único en la historia, muy diferente al genocidio de Estado. Se trataba del exterminio por parte de la nación hacia otras naciones.

En el libro “Hija del silencio” aparece “Rita” como protagonista y en “Ajo para el diablo” aparece “Andrea”, una ex militante de los años 70 que durante años vivió exiliada en Brasil. ¿Qué significado tiene en tu literatura, el tema de las mujeres judías vinculadas a los procesos revolucionarios en Argentina?

No, lo mismo las mujeres que los hombres. La voz de la madre a mucha gente le parece una voz débil, que en realidad no lo es. Entonces como la madre aparentemente tiene menos protagonismo que el padre porque el “yo parlante” es el padre, quise que fuera una hija mujer y que también aparecieran ciertos conflictos especiales con la madre por ser hija mujer, distintos a los conflictos que tiene con el padre.

También existe un conflicto muy fuerte con el padre, que no entiende su lógica

Claro, en realidad la entiende más la madre, aunque hay otro tipo de conflictos. El padre viene de un socialismo por el cual no le fue transmitida mucho la parte judaica yla Shoá, pero que a medida que pasa el tiempo la va recuperando. La voz de la hija es una presencia muy fuerte.

¿Qué fortaleza encontrás en la narrativa frente a otros géneros literarios  que también  ejerces?

 Yo creo que el género supremo es la poesía, para la profundización del lenguaje y también para la expresión de aquellos sentimientos y situaciones, que únicamente se pueden expresar a través de este género. En cambio, la narrativa es un género que cuando lo empecé a escribir, fue porque sentí que había cosas que yo tenía que expresar y que lo tenía que hacer en forma de narración, que no se podía expresar ni con ensayo ni con poesía. A mí me gusta el ensayo literario como el de  George Steiner, Alan Finkelkraut, en Argentina José Pablo Feinman, entre otros, porque son escritores que hacen ensayo.

Mencionas a George Steiner y yo recuerdo  una frase de él que decía “Ser judío es estar haciendo siempre la valija”. Y lo pensé en relación a los temas que vos tratás, como que hay un atravesamiento.

Y por algo los judíos son violinistas, porque es como la valijita.

¿Creés que esto sigue vigente?

No es consciente, pero en algún lugar del corazón, te diría que eso está.

Tengo la sensación que si bien Argentina ha dado históricamente  grandes escritores en los últimos tiempos, existe una carencia de nombres con repercusión tanto nacional como internacional. Me refiero a escritores como Jorge Luis Borges, Julio Cortazar, Rodolfo Walsh… 

Yo creo que la narrativa y el ensayo quedaron muy golpeados durante la dictadura, no así la poesía porque por su poder de imagen y metáfora, tuvo la posibilidad de seguir escribiéndose por la tangente. El ensayo tuvo una recuperación más importante. La narrativa argentina es muy mediocre desde hace bastante tiempo.

Se dice que para entender en judaísmo norteamericano hay que leer a Philip Roth. Si lo trasladamos a la Argentina, ¿Creés que hay algún escritor del que podamos decir lo mismo, que condensa lo judío-argentino históricamente?

Yo te diría que hubo algunos varios. Cesar Tiempo, Carlos María Grünberg con las críticas que le puedo hacer a cada uno y con las cosas que me gustan. Germán Rozenmacher fue el quiebre de toda una generación en donde lo judío se podía identificar fuertemente, es decir, esta es una literatura que está dentro de la cultura argentina, pero que es una literatura judía de valía. Realmente valorable, interesante, diversa.

Creo que desde los 80 para acá se gestó una nueva literatura argentino-judía de una generación en la que lo argentino o lo porteño es tan importante como lo judío. El único que salió de este esquema es Eliahu Toker, judío hasta la médula en todo lo que escribió, tradujo y pensó. El resto es muy amplio y disímil, pero creo que como representantes distintos, pero genuinos y sin imposturas falsas podemos nombrar a Ana María Shúa; Marcos Aguinis; Ricardo Forster; Manuela Fingueret; Alicia Steimberg; Alicia Dujovne Ortiz; Luisa Futoransky; León Rozitchner y el mejor  para mi gusto, que asumió su judaísmo con fuerza no hace mucho tiempo: Andrés Rivera.

 

*  Periodista