El difuso límite de Sergio Bergman

Hace algunas décadas se hablaba del origen étnico de Bernardo Neudstadt, por entonces un comunicador que concitaba rechazos y admiraciones. Algunos lo señalaban como un judío converso- incluso un volante de grupos antisemitas llegó a acusarlo por el origen de su apellido-, mientras que otros insistían en su indubitable genealogía cristiana. Un veterano redactor porteño intercedió en la discusión:

Por Ricardo Feierstein

– Él proviene de una familia judía. La semana pasada tuvimos un encuentro en el Episcopado, entre monseñor Antonio Caggiano y algunos periodistas. Todos saludamos de manera muy formal, pero sólo uno de nosotros, Neudstadt, se inclinó y le besó la mano. Algo así es exclusivo de los conversos: necesitan hacer siempre un poquito más que los otros, para que nadie dude de su nueva fe.

Algo de esta historia resonó en mi interior cuando observé al rabino Sergio Bergman encabezando la lista de candidatos a legisladores porteños para la próxima elección en las filas del partido fundado y dirigido por Mauricio Macri. Es posible que el dirigente del PRO- con procesamiento firme ante la justicia por espionaje a familiares de víctimas de la AMIA- haya calculado blanquear su imagen y recuperar los votos judíos capitalinos ubicando a un “dirigente espiritual” de esa comunidad al frente de la nómina de posibles legisladores de su facción. Como Bergman no me (nos) representa en tanto colectividad, sería bueno que se presentara como simple ciudadano que aspira a ocupar un cargo público, antes que como rabino.

No por su elección ideológica: cada ser humano posee el derecho de adherir a las ideas y acciones políticas que desee. Es la base elemental de la democracia. Sería absurdo discriminar a alguien por sus opiniones o señalar un cambio de rumbo: también esos desplazamientos son prerrogativas indubitables de la libertad individual.

Yo pensaba en otras situaciones, sugeridas por personas que lo conocen hace tiempo y, según dicen, no alcanzan a explicarse qué está pasando. Recuerdan su pertenencia al movimiento reformista dentro de la religión judía y su trabajo por una concepción superadora de la ortodoxia inflexible en ese campo, que aleja a tantas familias judías de la comunidad. Su participación inicial en Memoria Activa, después del brutal atentado contra la sede de la AMIA. Y, en general, su anterior ubicación en una variante progresista dentro del espectro político y confesional de esta colectividad.

Estas referencias son siempre relativas y deben estar fechadas. Cuando hace unos años Bergman acompaña al (falso) ingeniero Blumberg al acto en Plaza de Mayo y vocifera su desgraciada metáfora sobre cambiar la letra del Himno Nacional argentino, reemplazando la frase “libertad, libertad, libertad” por “seguridad, seguridad, seguridad”, se trata de algo más que un hueco jueguito de palabras, a los que parece tan afecto. Es una transparente metáfora mussoliniana: “dame tu libertad y yo te daré seguridad. Aceptá ser esclavo de una dictadura militar y te aseguro que nadie te robará la billetera en la calle…”. Aunque también aquí se podría argüir que Mussolini comenzó su carrera política en el progresista Partido Socialista italiano.

Lo mismo sucede con la referencia bergmaniana a su supuesto maestro Marshall Meyer, el rabino norteamericano que fundara el movimiento conservador religioso judío en la Argentina y fuera ejemplo de valentía y un arriesgado luchador por los derechos humanos en épocas de genocidio. La viuda de Marshall, Naomi, fue la encargada de sepultar con sus palabras, en julio de 2007, esa deseada genealogía: “Nada más alejado de la verdad. Los actos y posiciones políticas del rabino Bergman están en las antípodas del pensamiento de Marshall Meyer. A mi esposo le daría vergüenza saber que un rabino argentino propone cambiar la palabra libertad por seguridad, ni hubiera aceptado compartir un estrado con quien anuncia su intención de coartar las libertades individuales. Marshall, como parte de su fe religiosa, estuvo junto a las Madres en Plaza de Mayo durante la dictadura. Le pido (a Bergman) que deje de utilizar la figura de mi esposo sin conocer ni su obra ni a sus verdaderos discípulos.”

Una visión más serena podría suponer que, simplemente, Sergio Bergman ha decidido, hace unos años, convertirse. No a otra fe religiosa, sino a una ideología exactamente opuesta a aquella en la que, según dice, fue formado.

Está en su derecho. Nadie puede oponerse a que por convicciones cambiantes- o por ambición o deseo de poder o cualquier otra motivación que pertenece a su intimidad- haya pasado velozmente del centroizquierda a las cercanías del liberal López Murphy, luego a ladero de la apocalíptica Carrió (de quien parecía ser su seguro candidato a senador en las elecciones de 2007, objetivo frustrado cuando la peculiar dirigente eligió a otro judío para ese puesto, el entonces poco conocido filósofo Samuel Cabanchik, para tratar de reforzar un perfil ecuménico) y, en el último bienio, a las filas de Mauricio Macri. El mismo que defiende el trabajo esclavo (de allí que enviara a Bergman a apoyar al salteño Alfredo Olmedo en las elecciones de hace un mes), destruye escuelas y hospitales públicos para privilegiar a entidades similares de los privados con suculentos subsidios y emite las declaraciones más xenófobas contra inmigrantes que se recuerden en mucho tiempo, además de reclamar represión violenta contra ciudadanos en situación en calle y ocupantes de terrenos.

Como soy básicamente un escritor, mi centro de interés no son los travestismos políticos, sino la incierta naturaleza humana de los protagonistas. La pregunta que me hago es: ¿hasta dónde será capaz un personaje (literario) de llegar en la difusión de su nueva fe ideológica? ¿Realmente él mismo- descendiente de inmigrantes judíos- ha hablado contra peruanos o bolivianos recién llegados a estas tierras y pertenecientes a los estratos más bajos de la población, como informan algunos medios de comunicación? ¿Realmente imagina- como afirmó en reportaje televisivo- que apoya a la ultraderecha conservadora y racista de Macri “desde la social democracia (sic)?”

¿Tal vez se trata de la conocida historia del converso que debe demostrar más de lo que efectivamente cree?

Tema fascinante para una próxima novela, pienso. Aunque el riesgo consista- además de mi posible falta de talento para poder escribirla- en caer en el peor pecado de un literato: construir ficciones similares a muchas otras que ya han sido escritas.