La tradición judía rememora permanentemente sus eventos. Es más, hay toda una normativa que establece desde las fuentes mismas los días elegidos. Es interesante este lugar que nunca cuaja entre una mirada siempre puesta en el pasado hacia un futuro esperanzado de redención. Somos nuestros muertos, pero también somos nuestros descendientes. La continuidad como concepto puede explicarse como una especie de disolución del presente, donde en definitiva, como parte de un pueblo que viene viniendo y sigue su camino, nuestro aquí y ahora solo debe generar las condiciones para que esta fluencia continúe. Nuestro presente es tránsito, casi como una diáspora temporal, donde lo importante es el retorno a esa totalidad de la que somos parte. Y por eso, muchas veces la continuidad se vuelve un concepto formal, vacío, vaciado de contenidos. Pero si hay algo que continúa, la pregunta necesaria es: ¿qué “es” lo que continúa? La pregunta por el ser. La pregunta por el ser siempre nos hace tambalear un poco. Esa es su naturaleza: despojar, deconstruir, intentar hacer estallar los decorados para salvar el acontecimiento. ¿Qué es lo que tiene que continuar? ¿La etnia judía, la religión, la revelación, nuestros amigos, una lengua, un acento, la familia, un vientre? ¿Qué importa más?: ¿la continuidad o aquello que continúa?
Aquello. Ser judío. Tal vez no sea más que la necesidad de comprender por qué estamos siendo esto que estamos siendo. Sabiendo que estar siendo no es nada fijo y que le debemos parte de nuestro ser a quienes nos precedieron, a quienes nos educaron e incluso a nuestros enemigos. Aquello que continúa supone ya una elección posible. Una elección posible sobre un trasfondo imposible. Y es lo imposible lo que nos constituye de fondo, pero es lo posible lo que nos va determinando en el día a día. El gran problema es confundir lo imposible con lo posible, o sea, postular que ser judío solo radica en lo posible. ¿Qué es lo imposible judío? Es la manera judía de querer un mundo mejor. La manera judía por remitirse a nuestros propios relatos que no son más que la singularidad con la cual nos formamos y que nada tiene de especial ni de elegida ni de natural. Aquello que queremos que continúe no es nada cerrado, sino justamente aquello que posibilita la pregunta por el ser. Queremos que continúe la apertura, pero no un texto abierto o una puerta abierta o una ley más flexible, sino la apertura misma. Lo abierto. Una continuidad de lo abierto, una transmisión de la pregunta. Una historia abierta.
¿Qué es honrar una historia?, ¿momificarla y enterrarla en repeticiones vacías o transformarla en utopía y realización? ¿Qué conmemoramos en Pesaj?, ¿la repetición inocua de las directivas rituales que los textos obligan a realizar o el entender que la existencia misma consiste en un eterno liberarnos de los sojuzgamientos de aquellos que en nombre de la corrección solo persiguen intereses propios? La primavera (en Israel, Pesaj es primavera) siempre se festeja porque la naturaleza revive una vez más, mientras lo humano sigue trazando sus itinerarios difusos que algunos llaman progreso. Florecer, nacer y morir, los ciclos nos hacen concientes de nuestra simpleza. No es un problema con el tiempo sino con la dimensión. No, no somos solos. Solo pensando la vida y la muerte desde nuestra individualidad, cargamos a la naturaleza de conductas. Honrar la historia es fundamentalmente entender que todo este manojo de seres frágiles e insignificantes no somos nada sin el de al lado y que toda liberación no puede no comenzar en el desencadenamiento de esa omnipotencia. No, no hay pueblo elegido, hay humanos. Nos juntamos, creamos, nos diferenciamos. Y esas diferencias en algunos casos se postulan totalidades. Todo el problema radica en ese gesto porque en definitiva un Faraón y un esclavo desnudos son indiscernibles.
Ni pueblo elegido, ni día elegido. Pesaj es todos los días. Recordar una vez por año que fuimos esclavos es olvidar que somos esclavos todo el tiempo. Abrir la puerta un ratito para que el que tenga hambre, entre y coma, en estas fechas, es tenerla cerrada en todas las otras fechas. Esperar la llegada de Eliahu esta noche, es perder la esperanza de que cada segundo, como le gusta a Walter Benjamín, sea el instante en el que pueda llegar el Mesías.