Soy de izquierda, no de «la izquierda»

Confieso: soy de izquierda ¿Pero por qué me cuesta tanto? ¿No debería ser fácil y normal que un ciudadano como yo, amante de la libertad, de la igualdad de oportunidades, de la autodeterminación de los pueblos, de la redistribución de la renta y de la justicia social, mostrara una elemental simpatía por gobiernos que ponen en vigor esos valores elementales?

Por Alberto Mazor

¿No es cierto que los valores de cualquier sociedad decente son precisamente los de izquierda y no otros?

La dificultad reside en no poder encontrar una respuesta fácil a la pregunta.

¿Qué enigmática fuerza histórica o qué lógica diabólica hace que «esa izquierda», «la izquierda», la supuesta aliada natural del humanismo, del feminismo, de la ecología, del pacifismo y de la educación para todos, traicione una y otra vez sus principios elementales?

La respuesta es fácil si se expresa este desconcierto desde las acostumbradas posiciones reaccionarias o, simplemente, conservadoras o incluso cínicas.

Desde esa forma de ver las cosas, uno debe suponer que asombrarse ante la tan acostumbrada tergiversación elemental de sus principios es pecar de infantilismo. El género humano es lo que es, de modo que cualquier poder político tenderá a acostumbrarse a él, a consolidar sus privilegios y a olvidar los principios que otorgan el voto a quienes lo piden invocando ilusiones pero siempre sin la menor intención de aplicarlas.

La medida en que esta convicción pesimista sobre la inevitable incapacidad de «la izquierda» penetra en la mente de quienes suelen definirse como progresistas, la está dando en estos días la indecisión y timidez con la que éstos se relacionan a las revueltas populares que intentan acabar con la opresión y las dictaduras en el mundo árabe y musulmán.

De pronto, quienes recibían en la Internacional Socialista a Hosni Mubarak, se percatan de que él era un ser miserable y corrupto. ¿Acaso no lo sabían? Gaddafi siempre fue un bárbaro terrorista internacional, pero ello no impedía que fuese invitado a las universidades de ciencias sociales más prestigiosas de mundo – esas mismas que organizan los boicots académicos contra Israel -, y que sin vergüenza alguna, cientos de sensibles profesores y alumnos charlaran con él sobre democracia y derechos humanos.

Junto a ello, lo que sí se comprende, es que un reaccionario como Berlusconi haya halagado a Gaddafi con su harem de niñas y sus orgías romanas. Al fin y al cabo, ese fantoche es de derecha.

Uno es ya bastante veterano, castigado y experimentado como para esperar que algunas ideas realmente humanistas encuentren a alguien – no importa en qué partido o en qué movimiento social – que les haga caso, que las tome en serio, que piense que aún es posible alcanzar en la política algo de sentido común; que todavía la batalla por mantener tres o cuatro principios básicos de izquierda no está perdida.

Con todo, ya soy bastante mayor para pasarme a la derecha, pero no tanto como para no esperar nada de «esa izquierda» que me niega y desprecia porque me animo abiertamente a apoyar a Israel a pesar de sus defectos y errores.

No pasa nada «camaradas»; me solidarizo totalmente con los levantamientos de los pueblos árabes contra esos déspotas que hasta ayer ustedes mismos admiraban, elogiaban y apoyában; me seguiré quejando de quienes hacen todo lo posible por acrecentar las diferencias sociales y que siempre serán los primeros en borrarse en las crisis económicas; moveré mi cabeza en desaprobación inútil hacia esas malignas derechas infames que no permiten que avance la medicina para los pobres o la educación para los que no la tienen.

Pero no quiero que me confundan y piensen que soy de ‘la izquierda», de «esa izquierda» imbécil, que ve en Israel la causa de todos los males hasta que, de repente, no sabe cómo proclamar lo contrario porque se desató la verdadera tormenta en Oriente Medio, o qué hacer cuando retumban los rayos que ella misma, consciente de su cinismo e hipocresía, provoca.