El relato construido por los comunicadores masivos contrastado con su personalidad concreta- “el país virtual y el real”- es uno de los dos legados que hemos elegido para recordarlo. El segundo es aquel que podríamos denominar como “reforma y revolución”. Y allí nos detendremos.
Uno: Virtual y Real
Julio Aurelio, un importante encuestador no kirchnerista, reconoció en reciente programa televisivo estar asistiendo a un fenómeno inédito: “Por primera vez en la historia contemporánea de nuestro país- dijo-, puede verificarse que el ‘colectivo social’ (es decir, el pueblo mayoritario) está venciendo en las preferencias a la ‘opinión pública’” (entendiendo como tal al “sentido común mayoritario” de la Doña Rosa de Bernardo Neustadt, con su cerebro colonizado por los medios de comunicación).
Resulta interesante comparar el poco afecto de N. K. al protocolo y las maneras formales- uno de los principales puntos de atracción para quienes comenzamos a apreciarlo sin compartir sus raíces partidarias- con la multitudinaria reacción que suscitó su prematura desaparición, entre las decenas de miles de personas que fueron a despedirlo a la Casa Rosada, como tácito reconocimiento de las exageraciones y disparates que tejió alrededor de su figura el discurso mediático de las grandes usinas monopólicas, una versión “virtual” y demonizadora.
Algo equivalente sucedió con la comunidad judía organizada. Recién ahora se recuerda que fue el presidente que más hizo por el esclarecimiento de los atentados contra la Embajada de Israel y la AMIA; que posibilitó avanzar con los juicios congelados al respecto, denunció a Irán ante las Naciones Unidas; y que desarrolló el Instituto Nacional contra la Discriminación. Sin embargo, buena parte de la dirigencia judeoargentina se encolumnó detrás de un “republicanismo” trucho y abstracto, que jamás se verificó en la realidad pero resultó buen argumento para desprevenidos. Son los que se enamoraron de Menem y hoy apoyan a Macri, contra toda lógica. A pesar de los atentados de 1992 y 1994. A pesar del espionaje telefónico a familiares de las víctimas de AMIA. Que vachaché.
Fue N. K. quien comenzó este desigual enfrentamiento con uno de los factores clásicos del poder real –en este caso, un emporio con 270 bocas de repetición (entre radios, televisión por aire y por cable, periódicos, revistas, multimedias, etc.) que mantiene cautiva a más del 70 % de la audiencia en todo el país. Había que animarse a enfrentar semejante monstruo, que además reúne al grupo más selecto (y mejor pago) de comunicadores masivos de los últimos treinta años.
La situación que se vive a partir de este desafío es única. Por primera vez, las relaciones de poder -esas que tanto cuesta desentrañar en la confusión informativa- se visualizan con inusual transparencia. El relato construido por los sectores dominantes aparece como lo que es: una versión de la realidad, no la misma realidad. El “debe ser verdad porque lo leí en el diario” fue suplantado por el aforismo -más citado que entendido- de Nietszche: “No hay hechos, sólo interpretaciones”. Desde aquí, la apertura del panorama político ha sufrido un cambio cualitativo, de difícil reversión.
Dos: Reforma y Revolución
Una vieja discusión de la izquierda internacional- desde Lenin y Rosa Luxemburgo- gira alrededor de los cursos de acción para modificar la estructura social. Las argumentos- que se prolongaron hasta bien avanzados los años ’80- señalan que logros parciales y sucesivos, en un camino que también incluye retrocesos y agachadas, impiden un cambio real. Ese “reformismo” tímido y balbuceante debe ser remplazado, si en verdad se quiere modificar el mundo, por una “revolución” (al comienzo violenta, luego pacífica pero de poca vida como demostró Salvador Allende en Chile), que tome el poder central y provoque un giro copernicano en la relación de fuerzas. La historia mostró que la cuestión era algo más complicada. No porque las intenciones fueran erradas: lo que no se tuvo en cuenta fue la relación de fuerzas entre contendientes.
Hoy, la idea de un proletariado industrial portador del cambio revolucionario es objeto de discusión e impugnaciones. El mundo es otro, el imaginario social también. De allí que renazcan las perspectivas de una socialdemocracia “paso a paso”, como opción realista ante el neoliberalismo salvaje y depredador.
Kirchner llega al poder desde una de las vertientes del peronismo (diferenciada del fascismo lopezreguista y el neoliberalismo salvaje del menemismo), aquella que pretende construir un capitalismo moderno con regulación y presencia del Estado. Comparte el muy acentuado pragmatismo de su movimiento, esa “anomalía” (inexplicable para académicos) que constituye el peronismo. Reconoce la existencia de poderes corporativos: fuerzas armadas, empresarios, Iglesia, sindicatos- la obsesión del mismo Perón, luego de su experiencia europea en los años ’30 del siglo pasado- y alterna frente a ellos una política de alianzas y enfrentamientos, a medida que acumula “masa crítica” para ganar posiciones cada vez más a la vanguardia de la “sociedad posible”, en esta Argentina veleidosa y cambiante que supo apoyar las dictaduras más horribles y las “patrias financieras” que asolaron a sus habitantes.
A partir de su inestable llegada al poder, intentó ampliar sus fuerzas con una apertura transversal hacia sectores progresistas, que nunca llegó a cuajar del todo. Peor aún: con ceguera mayor que la habitual, los minúsculos grupos de izquierda- además de dividirse siempre por dos, según una ley que parece inexorable- incursionaron en terrenos de delirio incomprensible. Comunistas revolucionarios maoístas respaldaron a la Sociedad Rural cuando el Estado intentó cobrarles impuestos, troztkistas inimputables desfilaron con banderas del Hizbollah y apoyaron al fundamentalismo islámico, siempre contra acciones del gobierno.
N. K. volvió a recostarse entonces en la estructura del justicialismo tradicional, con un conurbano complicado y provincias feudales que, a cambio, le garantizaban votos y sustentabilidad. Todo eso para, en lo esencial, seguir avanzando hasta límites antes impensados: concretar los juicios a los genocidas de la dictadura militar, renacionalizar Aerolíneas y el Correo, terminar con la estafa de las AFJP, librarse del FMI y el ALCA, sancionar la movilidad jubilatoria, la Asignación Universal por Hijo y la revolucionaria Ley de Medios Audiovisuales.
Crisi y Oportunidad
Si este proceso kirchnerista pudo desarrollarse desde 2003 hasta 2010 no fue una casualidad, aunque sí estuvo ligado a la coyuntura. Quizás otros políticos tuvieron una impronta similar (pienso en Illia o el primer Alfonsín), pero la relación de fuerzas de entonces o la falta de decisión jugaron en su contra.
Néstor Kirchner no fue un modelo perfecto ni un arquetipo moral. Su vocación posiblemente no residiera en instalar un leprosario en Africa para atender a los que no tienen nada (Albert Schweitzer), inmolarse tras la idea de un “hombre nuevo” que se movilizara por incentivos morales (Che Guevara) o lanzarse a una lucha sin esperanzas para resistir al nazismo genocida que aniquilaba a su pueblo (Mordejai Anilevich). En cambio, él debió actuar en una sociedad con fuerte componente retrógrado y autoritario- incluso racista, en varios de sus estamentos- y ante una oposición que jugó a desestabilizarlo en cuanto comprendió la meta hacia la que se dirigía. En algunos (o muchos) casos, debió arrastrar sus pies por el barro de la política cotidiana, las alianzas desagradables, concesiones que le permitieran ganar tiempo para conseguir gradualmente un objetivo tras otro. Sus modales distaron de ser refinados, pero siempre trató de no confundir las contradicciones secundarias con lo principal.
Fue una persona de inmenso talento estratégico, que leyó adecuadamente la relación de fuerzas y se atrevió a estirar los límites de su época. Pudo ubicarse a la cabeza de la sociedad, pero sin alejarse de ella. No sucumbió al sentido común dominante de gobernar para los medios y la opinión pública, pero tampoco a “pedir lo imposible” y luego lamerse las heridas, lo que hacen aquellos a quienes Sartre definía como “buenas conciencias” intelectuales, capaces de entender todo pero inútiles para cambiar nada.
Convocó, felizmente, a la convicción de que, así como lo mejor es la cara negativa de lo posible, lo bueno no implica necesariamente un retroceso, sino que a veces- como en estos años- es capaz de transformar una crisis en una oportunidad.
Como suele citarse al hablar de los ideogramas chinos, ambas variables pueden coincidir. Aquí sucedió con alguien distinto y audaz como Néstor Kirchner, un hombre de su tiempo y de su diezmada generación, pero también un referente indiscutible de estos años argentinos.