“El judaísmo sólo importa si logra dejar una marca en la sociedad”

En nuestro país muchos lo reconocen como el rabino que se involucró en la causa por los derechos humanos durante la última dictadura militar (1976-1983). Para algunos fue la figura más cercana a Marshall T. Meyer quien formó parte de la CONADEP.

 

Por Laura Schenquer

Para otros, fue el representante de la DAIA ante la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), a la que ingresó cuando aún la posibilidad de un Golpe Militar resonaba en la sociedad como el mejor de los escenarios posibles.

En la actualidad, el rabino Roberto Graetz se encuentra radicado en Estados Unidos. Cada tanto regresa a Argentina y en una de sus últimas visitas fue entrevistado. Lejos de repetir una historia canonizada, Graetz me permitió que le acercara una serie de documentos que funcionaron como huellas que su relato fue recogiendo para reconstruir una historia individual y al mismo tiempo social, sobre las distintas actitudes de los judíos durante el período de la dictadura.

 

¿Por qué un argentino, graduado en el Hebrew Union College, aceptó volver a Argentina para dirigir una congregación en un año como fue 1974?

El día que salí de Río de Janeiro, Juan Domingo Perón murió en Argentina. Cuando llegué ya estaba Isabelita con López Rega arraigado y empezaron las experiencias de la Triple A. La decisión de venir a Argentina había sido tomada antes, cuando el rabino León Klenicki -de la congregación Emanu El-, decidió volver a Estados Unidos. Desde ese momento me empezaron a llamar a mí. Yo en principio había dicho que no, pero lamentablemente en el ’74 mi padre falleció y quise volver a Argentina. La corriente reformista me impulsó para hacerlo, ya que ellos estaban interesados en que continuase la labor de Klenicki. Habían hecho una inversión en crear Emanu El, la única sinagoga reformista, y querían que continuara.

 

¿Cómo es que estando tan “recién llegado” te acercaste a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos?

El periodista Heriberto Kahn, uno de mis amigos de la infancia, denunció a la Triple A desde La Opinión. Comenzó a recibir amenazas por lo que publicaba y durante un tiempo se escondió en mi casa con su esposa hasta que lo sacamos a Colonia (Uruguay). Fue en el contacto con él que me fui informando. Además, Emanu El era una congregación pequeña y yo tenía tiempo, disponibilidad e inclinación por las cuestiones de derechos humanos. La APDH me atrajo porque era multipartidaria y multi-religiosa y entré prácticamente desde su fundación.

 

En el Informe final de la DAIA del año 1984, tu vinculación con la APDH fue registrada como una acción que realizaste en representación de esta entidad.

La secuencia fue la siguiente: yo entré a trabajar en la APDH y Resnizky -el presidente de la DAIA- me llama después para ver si yo quiero ser el representante informal de la DAIA en la APDH. Yo no fui a la APDH por un pedido de DAIA. Mi participación en el organismo tenía que ver con un llamado ético y religioso, que no mucha gente entendía. Cuando me acusaban de hacer política, les decía “yo no hago política, yo sólo reflejo la tradición profética del judaísmo”, que es una tradición de denuncia. Pero vale destacar que la mayoría de la gente que se acercaba a activar en la APDH era porque tenía en su círculo íntimo a un familiar desaparecido.

 

En una prédica tuya del año 1979 en plena dictadura, señalabas que “cuando el judío ante la realidad de un desaparecido encoge los hombros para tímidamente exclamar ‘algo habrá hecho’, es que ha vaciado a su judaísmo de cualquier contenido ético que justifique la lucha por nuestra continua sobrevivencia” ¿Con qué reacciones te encontrabas ante dichas palabras?

Cuando yo hablaba de derechos humanos, había gente que se levantaba y se iba de la sinagoga en medio de la prédica. Algunos enojados me decían “no nos comprometas”. Pero yo creo que era ese el ámbito para hablar de estos temas y era por eso que ciertas personas venían.

Una de las cosas más interesantes que recuerdo fue que una de las personas que se levantaba y salía de la sinagoga cuando yo hablaba sobre derechos humanos, años después -cuando Alfonsín era presidente-, me dijo: “pero si vos estabas tan metido ¿por qué no nos hablabas de eso?”. Ahora entiendo que durante los años de la dictadura no tenían capacidad de escuchar. Además, que la reacción de enojo no era porque se identificaban con la represión sino porque tenían miedo. Era la reacción de cualquier persona cuando el hijo del vecino desaparecía en medio de la noche, se levantaba a la mañana y decía “algo habrá hecho” y entonces “a mí no me va a pasar porque yo no hice nada”. Era la negación total.

                                                

Es interesante lo que mencionas, una especie de mecanismo de miedo que devela cierta necesidad de resguardo y búsqueda de seguridad. ¿Es cierto que habías escrito una carta en caso de que algo te pasara?

Sí, mi esposa y mi secretaria tenían cada una de ellas una carta que decía con quién tenían que comunicarse en caso de que algo me ocurriese. Allí figuraban los teléfonos de las embajadas con las que yo tenía más contacto y con dos organizaciones de Estados Unidos que podían haber hecho algún ruido si algo pasaba. Una era la sede central del movimiento reformista y la otra era la Liga Internacional de Abogados por los Derechos Humanos. A algunos de los miembros de  esta última los había conocido en Nueva York cuando iba a recaudar fondos para la APDH. Pensé que eran indicados para llamarlos porque me conocían.

  

Hay dos reuniones que me llamaron la atención que sucedieron durante la visita de inspección que realizó la CIDH-OEA[1] a la Argentina. Una fue en la casa de Marshall y la otra fue en la congregación Emanu El ¿Por qué motivo se realizaron estas reuniones privadas?

A la casa de Marshall fueron tres o cuatro miembros de la Comisión para el almuerzo de Shabat. Fue una conversación informal, bastante amena en la que no participaron familiares de desaparecidos. Se transformó en un encuentro no tan privado ya que un periodista lo publicó. La de Emanu El permaneció en secreto porque vinieron dos miembros de la Comisión a entrevistarse con gente que no podía aparecer en las filas, era gente buscada o que tenía miedo de ser vista públicamente. Ellos pidieron un lugar que pueda ser más privado y les ofrecí mi congregación. Era sábado a la tarde, mandé a la juventud a hacer actividades afuera de la comunidad, y me quede solo en el edificio. Cuando llegaron los miembros de la Comisión, les mostré el lugar y ellos se encargaron de todo durante un par de horas. No tuve nada que ver con las entrevistas ya que me quedé en mi oficina hasta que culminaron.

 

Hay diferentes historias que se cuentan en relación a tu salida del país en el año 1980. Algunos hablan de que te fuiste amenazado, otros de que fue después de un atentado en el que le cortaron los frenos a tu auto o algo por el estilo…

Las razones por las cuales me fui fueron revestidas de una mítica que no era verdadera. Hubo una gran historia de que me fui amenazado, pero en esa época ya no había más amenazas. Me fui… un poco… no derrotado… pero sí cansado, convencido de que ya no había desaparecidos con vida. Me fui porque consideré terminado mi trabajo en la APDH. Hubo un incidente en que a través de la embajada norteamericana, vi un informe de Amnistía Internacional en el que figuraba uno de los muchachos desaparecido cuyos padres, de apellido Weisz, yo conocía y estaba acompañando. Al ver el informe me convencí de que el hijo estaba muerto. La gran pregunta que los padres siempre hacían -los padres judíos hacían- era si podían recitar el kadish por sus hijos. Y yo les decía que no mientras hubiese esperanzas. Pero luego de leer el informe, llamé a los padres y les dije, “lamento pero Uds. me preguntaron, y yo les dije que iba a ser honesto, creo que es hora de decir kadish.” Veinticuatro horas después, tenía una delegación de las Madres de Plaza de Mayo en Emanu El protestando y diciéndome “con qué derecho yo les sacaba la última esperanza”. Ese día volví a casa y le dije a mi mujer “no hay nada que hacer acá”. Y como me habían ofrecido el puesto rabínico en Río, los llamé y les pregunté cuándo empezaba. Ya no tenía la confianza de los parientes de los desaparecidos, el trabajo congregacional en Emanu El no me entusiasmaba -no había posibilidad de crecer, como no-ortodoxo, Buenos Aires le pertenecía a Marshall y al Seminario Rabínico Latinoamericano- y comenzamos a preparar la partida.

 

Finalmente, antes te referiste brevemente a tu participación en APDH por tu identificación con una tradición profética, ¿a qué te referías?

Desde mi punto de vista, y que es una constante en mi trabajo como rabino, entiendo que el judaísmo sólo importa si es relevante para el mundo. Si es sólo relevante para mí, no sirve. Sobrevivir como judío como una cosa étnica solamente no me interesa. Hay que descubrir algo en el judaísmo para compartir con la sociedad mayor en la que uno vive. Es la forma en la que entiendo el ser judío emancipado.

[1] CIDH-OEA (Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos)

* Lic. En Ciencias Políticas. Doctoranda en Ciencias Sociales (UBA). Becaria de CONICET.