Hoy como ayer, y como siempre, ha quedado demostrado que los mesianismos no tienen barreras ni fronteras ideológicas. Los extremos se tocan más allá de nacionalidad, divergencias culturales o credos.
“Kahana tenía razón”. Con esta leyenda apareció la tumba de Rabin en la madrugada del viernes, a escasos días de conmemorarse un nuevo aniversario del atentado perpetrado por un judío ortodoxo llamado Yigal Amir.
La historia
Recordamos a Itzjak Rabin, dirigente laborista que cayó bajo las balas asesinas de este fanático religioso. Nunca se esclareció totalmente quiénes fueron los cómplices intelectuales del crimen, pero es fácil reconocerlos.
Nada ni nadie pueden evitar la paz (o la guerra) si no existe una voluntad común.
El 11 de septiembre es una fecha amarga en la historia del Mundo, signa graves mojones de violencia. Un 11 de septiembre de 1973 se derrocó a Allende, un 11 de septiembre de 2001 se atentó contra las Torres Gemelas dando inicio a otro despiadado vendaval mesiánico. Y un 11 de septiembre, pero de 1995, Yigal Amir había fallado en su primer intento de atentar contra la vida Rabin.
En ocasión de inaugurar un tramo de una autopista en la localidad de Hertzlía, un grupo de judíos religiosos se despacharon a coro tildando a Rabin de ‘asesino’ y ‘nazi’ por su convicción de que había que dejar los territorios y avanzar, ineludiblemente, en el proceso de paz con el pueblo palestino. Después se supo que Amir había estado en esa ‘protesta de los necios’.
La noche del 4 de noviembre de 1995, antes de hablar con el público reunido en la Plaza de los Reyes, el Alcalde de Hertzlía y Rabin recordaron aquella manifestación de la carretera. ‘Esta noche voy a comprometer públicamente a la violencia’ aseguró Rabin horas antes.
“Permítanme decirles que estoy emocionado, dijo Rabin fuera del protocolo aquella fatídica noche ya frente al micrófono en el palco preparado en la Plaza de los Reyes. Quiero agradecer a cada hombre y a cada mujer que se encuentra aquí reunido, contra la violencia y a favor de la paz, su presencia en este simbólico lugar. El gobierno que tengo el privilegio de presidir conjuntamente con mi amigo Shimon Peres, ha tomado la decisión de dar una oportunidad a la paz… Durante 27 años he sido soldado del ejército israelí. He luchado por este pueblo cuando aún no vislumbraba una oportunidad para la paz. Pero esta circunstancia se da hoy, en nuestras manos tenemos una gran oportunidad y debemos aprovecharla”.
“…La violencia destruye el fundamento de la democracia israelí. Hay que condenarla, hay que atacarla, aislarla porque no es el camino de Israel… La paz tiene enemigos que intentan perjudicarnos, y esto significan dificultades y dolores. Israel no tiene otro camino exento de dolores. El sendero de la paz es mejor que el sendero de la guerra. Se los dice un hombre que ha sido soldado y ministro de Defensa y que ve el sufrimiento de las familias de los soldados caídos. Por ellos, por nuestros hijos y yernos quiero que nuestro gobierno aproveche cualquier posibilidad para lograr una paz duradera…”.
Mientras Rabin y todo el público presente en la Plaza cantaban, junto a los artistas invitados, la “Canción de la Paz”, algo así como un himno pacifista compuesto después de la victoria israelí en la Guerra de los Seis Días, Amir -asqueado por la connotación del masivo acto que estaba por finalizar- sólo murmura “vaya cultura” a unos policías, con los que se había hecho pasar por un chofer de automóvil oficial.
En un ambiente francamente distendido, incluida la guardia de seguridad y personal del Primer Ministro, Rabin baja al estacionamiento sin que nadie le cubra las espaldas. Yigal Amir percibe esta distensión y se acerca por detrás de la escalera, desenfunda su pistola y dispara en tres oportunidades a un metro de distancia. Como nunca, Rabin tuvo a sus enemigos cerca, cobardes mesiánicos que mataron al futuro por detrás, en un soplo despedazaron la santa vida que dicen pregonar.
La tierra no vale si no hay quien la habite, si no es de quien la trabaja y si no se comprende que no puede haber lugar para más muertes y dominaciones.
La muerte de Rabin no aniquiló la cultura de la paz, esa que sus padres fueron a buscar casi románticamente a Palestina, tampoco sé si la potenció, pero dejó una huella indeleble en la conciencia colectiva de la humanidad. Rabin conoció desde pequeño el misticismo de vivir en una tierra que buscaba su independiente y soberanía, donde no sangrara el alma y se pudiera vivir sencillamente feliz y con las utopías que ayudaran a construir un Mundo socialista y mejor. Ese era el cambio que ambicionaba, el de poder modificar la relación entre el poder, el desarrollo y la violencia, un sueño truncado por grupos que, aún hoy, sólo se siguen mirando el ombligo. Ninguna muerte merece un festejo y ellos celebraron con insultos a la dignidad humana.
Amrám Nisáni
“Amrám era un chico tímido y apocado”. “Itzjak rompió barreras y bajo su influencia yo quería estar acompañado, sentir la sensación de comunidad’. ‘Amrám era un niño introvertido, serio y más silencioso que los otros. Pero esa actitud le proveía un respeto mayúsculo entre los amigos de la primera colonia de la que participó a sus seis años”. Las citas anteriores pertenecen a Eliézer Smóli, el maestro responsable de Rabin en esa colonia para la primera generación de niños pioneros nacidos en Israel, liberados -ellos- de la pesada carga de la diáspora mortal de los pogroms.
Detrás de Amrám Nisáni se escondía Rabin, era el seudónimo elegido por Smóli para ubicarlo en un libro escrito por él que denominó ‘Los niños de la primera lluvia’. Los primeros pibes, los primeros frutos en un proyecto de país que se venía. Tal vez Itzjak no lo sabía, pero sus maestros ya lo veían como un líder natural (“rompió barreras” repetía Smóli).
Hasta el último día de su vida rompió barreras y fue un digno Hijo de la Primera Lluvia. De la lluvia de esperanza que arrasó con el olor a muerte de los judíos europeos provenientes del centro del antisemitismo de la época; de la lluvia de emociones por haber reconquistado la vieja Jerusalem en el ´67; de la lluvia de audacia al haber estrechado -a pesar de un rechazo absoluto- la mano de Arafat en el ´93, o de la lluvia paradigmática en su discurso del ´94 al recibir el Premio Nóbel de la Paz: “Como Comandante en Jefe del Ejército de Israel, he enviado a muchos hombres a la muerte…pero existe una única solución radical para proteger la vida humana. No son los tanques. No son los aviones. La única solución radical es la paz”. Una paz que Israel aún está buscando, sin el cuerpo de Rabin pero con su espíritu siempre vigente en quienes siguen sosteniendo la vigencia de su visión de estadista. Rabin tuvo el honor de ser un Hijo de la Primera Lluvia y, seguramente como todo hijo, nunca será olvidado. En todo caso, tenemos un deber moral sobre ese recuerdo y un deber ético de continuar, cada uno desde su lugar, con su compromiso. Es el único camino, y la actual y descalabrada situación del Medio Oriente lo está demostrando.
Rabin, a ocho años de su cobarde asesinato, está más presente que