Que un órgano de las Naciones Unidas tome una decisión unilateral relacionada directamente con uno de los puntos principales del conflicto israelí-palestino – la situación de los Lugares Santos -, resulta verdaderamente escandaloso sólo por el hecho de que la ONU integra el Cuarteto de Madrid para Oriente Medio (junto con EE.UU, Rusia y la Unión Europea), cuya misión es mediar entre Israel y la Autoridad Palestina para llegar a una paz definitiva.
Sin pretender disminuir lo absurdo de la decisión, cabe recordar que fue el actual gobierno israelí quien puso el tema sobre el tapete al declarar como lugares de interés nacional a estos dos sitios que se encuentran en territorios de administración palestina y cuya situación final deberá determinarse mediante negociaciones directas.
La decisión deI Ejecutivo israelí fue sumamente riesgosa. La Tumba de Raquel, la segunda esposa del patriarca Yaakov, es sagrada para judíos y musulmanes. Tanto el gobierno de EE.UU como la Autoridad Palestina manifestaron su temor de que esa resolución le dé al conflicto una dimensión netamente religiosa que lo haría aún más difícil de superar. Los símbolos no tienen una lectura unívoca; pueden servir para unir y desunir al mismo tiempo. Como se sabe, las religiones son exclusivistas.
El problema es si en una la lista de sitios de interés nacional es necesario tomar en cuenta únicamente aquéllos que estén integrados territorialmente al Estado judío o al futuro Estado palestino. ¿El Monte Sinaí, Auschwitz, Treblinka o Mila 18 dejarían por ello de formar parte de nuestro patrimonio histórico? ¿Acaso las murallas de la Ciudad Vieja de Jerusalén y la mezquita destruída en la Torre de David, erigidas bajo el mandato de Solimán el Magnífico, serían excluídas de la narrativa musulmana? La historia de Israel y del pueblo judío no es sólo la historia de la antigüedad hebrea y de la reciente empresa sionista; entre ellas hay 1.800 años con presencia judía en diversas partes del mundo.
La situación de los Lugares Santos e históricos deberá ser determinada en el marco de un acuerdo que garantice el libre acceso de cualquier persona a ellos. Sin eso no habrá paz. Conviene que ambas partes asimilen dicha idea.
Y conviene también que la UNESCO se dedique, de una vez por todas, a cumplir sus verdaderos objetivos, aquéllos que figuran en el inicio de su carta de fundación: «Promover, a través de la educación, la ciencia, la cultura y la comunicación, la colaboración entre las naciones, a fin de garantizar el respeto universal de la justicia, el imperio de la ley, los derechos humanos y las libertades fundamentales que la Carta de las Naciones Unidas reconoce a todos los pueblos sin distinción de raza, sexo, idioma o religión».
Mientras siga haciendo todo lo contrario, tampoco habrá paz.