Cuando desarrolló su última campaña electoral, su plataforma en cuanto a política exterior ya era distinta y se basaba en el rechazo al esquema de «dos Estados». Para él, como para su partido, se trataba de una fórmula inoperante para conseguir la paz y por tanto, la expansión de la presencia de colonos judíos en Cisjordania no era ni indeseable ni contradictoria.
Al convertirse en primer ministro y verse bajo la fuerte presión internacional, especialmente de Obama, se vio obligado a aceptar el marco de «dos Estados» en contra de sus afirmaciones previas. Las presiones incluyeron la demanda de congelar la construcción de asentamientos a fin de que la parte palestina accediera a reanudar las conversaciones. Gran parte de su coalición, fuertemente cargada a la derecha, se resistió persistentemente a dicha demanda, pero a fin de cuentas, Bibi aceptó decretar una moratoria de diez meses.
Al cumplirse ese lapso, Netanyahu anunció que no lo prorrogaba, no obstante los exhortos de Washington, la Unión Europea y la ONU para que lo hiciera. Simultáneamente declaró que seguía dispuesto a negociar y continúa diciendo que el camino del diálogo es el correcto, por más que su decisión acerca de la construcción constituya una contradicción en términos de algo que es imprescindible para alcanzar la solución de los dos Estados para los dos pueblos.
En su pasada comparecencia ante la Asamblea General de la ONU, el ministro Liberman expresó una postura abiertamente distinta a la esgrimida por Bibi. Netanyahu declaró no haber conocido de antemano el discurso de su ministro; sin embargo, no lo despidió ni dio ninguna explicación satisfactoria de su posición real al respecto.
Una de las varias lecturas que puede tener esta situación es que Bibi funciona sin una visión de largo plazo y mediante respuestas reactivas a cada episodio particular con el objetivo prioritario de mantenerse en el gobierno.
Bibi nos debe la respuesta.