Año nuevo, proceso nuevo

Esta semana empezó en Sharm el Sheij la primera de las reuniones quincenales a las que se comprometieron Binyamín Netanyahu y Mahmud Abbás para lograr un acuerdo definitivo en el plazo de un año. La presencia de la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, da cuenta de la importancia que concede Barack Obama a la obtención de un convenio que allane el camino hacia la paz en la región.

Por Alberto Mazor

La nueva ronda llegó veinte meses después de que se interrumpieran los contactos directos a raíz de la operación «Plomo fundido». De hecho, la mayoría de los analistas y la prensa internacional contemplan con escepticismo esta nueva ronda de encuentros impulsada por Obama y pronostican que está abocada al fracaso.

El escepticismo es lógico. Cuando las condiciones eran mucho mejores, no fue posible llegar a un acuerdo. Actualmente los obstáculos son mayores. Por una parte, se oponen las organizaciones de colonos y en el Gobierno de Netanyahu hay partidos que no sólo rechazan las tratativas, sino que abogan por deshacerse incluso de los árabes de ciudadanía israelí, y no están dispuestos a hacer ninguna concesión sobre los asentamientos en Cisjordania.

Por otro lado, el mandato de Mahmud Abbás está seriamente cuestionado. El movimiento palestino se encuentra profundamente dividido. Gaza está bajo el control de Hamás y la organización fundamentalista ya ha advertido de que no piensa acatar los acuerdos que pueda subscribir Abbás, que se opone a cualquier contacto con Israel y que amenaza continuar con sus ataques terroristas.

En suma, parece imposible alcanzar la paz. Sólo la perseverancia de Washington se anima a evaluar un resultado positivo ya que, según Clinton, la elección es muy simple: sin negociaciones, no habrá seguridad para Israel ni Estado para los palestinos.

Con serias dudas debe contemplarse, pues, este primer paso hacia la consolidación de un proceso al que no le faltan obstáculos que sortear. Una tarea casi imposible vistos los antecedentes, condicionantes y presiones a los que se encuentran sometidos los interlocutores. Y, sobre todo, queda por ver si, en esta ocasión, la voluntad política de alcanzar la paz se impone a nuevas crisis de violencia que querrán hacer descarrilar las negociaciones.

En definitiva, si Netanyahu y Abbás no son capaces de mantener abiertas las vías del diálogo, y no llegan a la solución de dos Estados y de los temas básicos (Jerusalén, seguridad, refugiados, asentamientos y fronteras), se habrá desechado la enésima oportunidad de conseguir un acuerdo, y el Premio Nóbel de la paz, Barack Obama, habrá fracasado en su empeño.

Por lo tanto, conviene encarar el actual proceso con un atisbo de esperanza: que la proximidad del precipicio empuje a israelíes y palestinos a hacer de la necesidad una virtud, porque, como advirtió Clinton, aunque la seguridad de EE.UU dependa también de que las partes lleguen a un acuerdo, Washington no puede imponer ni impondrá ninguna solución.