¿Qué determinó dicha ecuación? Los palestinos, que prometieron la solución pacífica del conflicto, otorgaron terror y destruyeron la credibilidad israelí en ellos. A cambio, recibieron la destrucción de la Autoridad Palestina, la reocupación de territorios, un muro de separación y cientos de puestos de control; pero también la desconexión unilateral de Gaza y la evacuación de varios asentamientos en el norte de Cisjordania.
En el marco del «toma y daca», Israel «recibió» el derecho de mantener todos los asentamientos hasta la firma de un acuerdo fijo, comprometiéndose a no construir otros. ¿Qué dio a cambio? 200.000 israelíes más en los territorios, barrios nuevos en Jerusalén Oriental y 100 asentamientos ilegales. La alucinación israelí de que a cambio de la desconexión unilateral y la evacuación del 4% de los colonos, los palestinos otorgarían una calma total en Gaza y aceptarían que continúe la construcción en Cisjordania y en Jerusalén, resultó un fracaso.
Desde entonces, Abbás condena el terror en todas sus apariciones y lleva a cabo reformas que le permitan llegar a un estado independiente observando los puntos de la «Hoja de Rutas». Pero el repunte de la economía palestina, la mejoría en la coordinación con Israel en la lucha contra en terror, le «otorgaron», a cambio, una reducción parcial de los puestos de control, la operación «Plomo fundido» para tratar de restituir a Al Fatah en Gaza y el apuro israelí, debido a una flotilla provocativa, de aminorar el bloqueo a la franja liderada por Hamás.
En las conversaciones de acercamiento con el mediador norteamericano, los palestinos proporcionaron mapas y documentos que aclaran su posiciones relacionadas con un acuerdo final: fronteras, Jerusalén, refugiados, asentamientos, agua y seguridad, todas ellas basadas en resoluciones internacionales y acuerdos ya firmardos.
Netanyahu – que ya aceptó la idea de dos Estados – sigue, en cambio, manifestándose abiertamente sobre un Estado palestino desmilitarizado, que se creará en un 60% de los territorios, que absorberá a los refugiados, que Jerusalén Oriental no será su capital y que sus aguas serán suministradas por Israel. Menos abiertamente, Bibi, que tanto aspira a negociar directamente con los palestinos, sigue siendo una incógnita.
Las partes deben reanudar las conversaciones directas y dirigir un «toma y daca» real sólo entre ellas. Netanyahu debe renunciar a la metodología de exigirle concesiones a Abbás para «retribuírselas», a cambio, a EE.UU, la Unión Europea, Egipto y Jordania, o, muy a pesar suyo, a Hamás y sus cómplices.
Obama debe incentivar a ambos líderes para que se otorguen lo máximo posible y reciban lo mínimo necesario a fin de obtener el mayor apoyo local e internacional a un acuerdo.