El argumento para recurrir al terrorífico instrumento letal fue que precipitaría la rendición de Japón y se evitaría la muerte de un millón de ciudadanos del imperio japonés que se alió con Hitler para dominar China y todo el sudeste asiático. Las dictaduras perversas que se habían instalado en Alemania y en Japón en los años ’30 cayeron. La victoria de los aliados que hicieron la guerra al nazismo fue muy bien recibida por todos los pueblos que vivieron las invasiones y barbaridades de las tropas nazis o japonesas.
Pero aquellas dos bombas atómicas provocaron el rearme de muchos países que hoy disponen de armamento nuclear. Esos arsenales no se han utilizado nunca más como instrumentos para eliminar al adversario o enemigo. Sin embargo están ahí y siempre pueden volver a usarse. La historia demuestra que ningún arma inventada hasta ahora se ha utilizado una sola vez.
La larga guerra fría se tradujo en un rearme nuclear de los países más poderosos que construyeron sus letales proyectiles con la idea de la persuasión. Si una potencia tenía armas atómicas se sentía más protegida.
Pero lo cierto es que el mundo es más inseguro hoy que hace 65 años. Irán, una dictadura teocrática que apoya el terrorismo internacional, puede disponer de armamento nuclear y otros países más pequeños pueden planear el dotarse de estas armas que sí son de destrucción masiva. Y lo que es más inquietante, nadie puede estar seguro de que las fórmulas para disponer de ellas caigan en manos de organizaciones terroristas o de movimientos que quieran imponer sus ideas a través de estos artefactos que siembran la muerte colectiva allí donde caen.
Por muchos esfuerzos que hagan las potencias nucleares para desprenderse de sus arsenales, siempre quedará esta fórmula diabólica para que alguien, en alguna parte del planeta, ose utilizarla.
El precedente ya está sentado y es una espada de Damocles que pende sobre toda la humanidad.