Se fue Mordejai, el que nos recibió cuando fuimos a charlar con él sobre Psicoanálisis y Judaísmo, escuchando su eterna voz suave rodeada de libros en el salón de su casa.
Se fue Mordejai, con el que no compartía su fe, pero nos enseñaba cómo leer letras inscriptas desde siempre, en las aulas hermosas y despojadas de la Midrashà Haivrit, que tampoco hoy está.
Una vez, llegó a mi casa un libro, su traducción de Bereshit, con una dedicatoria personal.
Que los alumnos se acuerden de su morè es más cotidiano.
Que un morè se acuerde de sus alumnos no lo es tanto.
Ese libro, al cual recurrimos mientras tratamos de desentrañar Lacan y Judaísmo está cerca nuestro.
Material de referencia, decimos Perla Szturmak y yo, mientras lo buscamos en la biblioteca para seguir la charla con Mordejai y aprender.
Detràs del libro, como olvidado no olvidado, está Mordejai.
Detràs de apuntes amarillentos conservados están también Abraham Huberman, Abraham Platkin, y los morim que nos marcaron por su amor al saber.
Mordejai Edery fue uno de ellos. No fueron tantos. Pero fueron tanto.
El hebreo modulado, las letras guturales perfectamente pronunciadas, las medias vocales claras de Mordejai traían su origen sefardí y una historia de vida anterior a la Argentina.
Hoy, al leer en el diario su muerte, se agolpan los recuerdos de las épocas donde maduraban frutos nuevos cada día , en una comunidad viva y culta donde todo parecía posible.
Hoy, es el duelo, más que la nostalgia.
Por Mordejai, que se llevó una partecita de nosotros, sus alumnos, a un lugar en el que creía. Un Gan Edén hecho de letras y palabras arboladas.
Tova Shvartzman