Mientras se esperaban los resultados de la reuniones del primer ministro con ambos mandatarios, la oficina coordinadora de operaciones en los territorios del Ministerio de Seguridad de Israel publicaba que en 2010 más del 42% de esas tierras están ocupadas por unos doscientos asentamientos; algunos legales (según la ley israelí), otros ilegales y otros considerados barrios
anexados a la municipalidad de Jerusalén. En todos ellos residen alrededor de medio millón de habitantes.
La posición oficial expresada en la página web del Ministerio de Exteriores es que «la migración de miles y miles de personas a Judea y Samaria es espontánea, impulsada sólo por la iniciativa personal de quienes desean ir a vivir allí. En otras palabras, no se trata de una política de Estado que el gobierno pueda suspender sólo aplicando su voluntad».
Espontánea o personal, lo cierto es que los distintos gobiernos israelíes clasificaron en su momento a la mayoría de los asentamientos en dichos territorios ocupados militarmente como «área nacional prioritaria». Es decir, una zona que goza de beneficios especiales: préstamos y descuentos para la construcción de viviendas (en algunos casos aun cuando son ilegales), incentivos educativos como becas para estudiantes, mejores sueldos y programas jubilatorios para maestros, exenciones para industrias y financiamiento especial para proyectos agropecuarios. Entre 2000 y 2008 las inversiones gubernamentales destinadas a infraestructura y programas
sociales en los asentamientos en Cisjordania superaron en más de un 50% a las efectuadas dentro de Israel.
La discusión sobre los asentamientos estuvo presente siempre en las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos. Sin embargo, hasta el derrumbe final de los Acuerdos de Annápolis, impulsados por Bush en 2007, el gobierno de Olmert prometía suspender la construcción y la expansión. Las presiones internacionales sobre Netanyahu determinaron que su gabinete
decretara una moratoria de seis meses en la edificación que finaliza en septiembre.
Hace 17 años, cuando se firmaron los Acuerdos de Oslo, los dos temas que frenaban cualquier posibilidad de paz eran Jerusalén y la situación de los refugiados palestinos en el exterior. Hoy la expansión de los asentamientos en los territorios levanta otro muro dentro de las tratativas que será muy difícil de franquear. Ante tal realidad, lejos de haber avanzado en las últimas dos décadas con las Hojas de Ruta diseñadas en Washington, el conflicto israelí-palestino cada vez se enreda y traba más.