Hamas, la Yihad Islámica y las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa

Guerrilleros en la clandestinidad

Hamas, la Yihad Islámica y las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa extreman las medidas de protección ante los asesinatos selectivos llevados a cabo por el Ejército israelí. “El Periódico” de Cataluña (España) entrevistó a un grupo de milicianos una localidad de la Franja de Gaza que reproducimos por su valor testimonial.

Muchos coches en Gaza llevan las ventanillas a media altura: una medida de precaución. «Con la ventanilla abierta entraría la onda expansiva si estallara un coche bomba; con la ventanilla cerrada, la explosión rompería el cristal», cuenta un conductor de la ciudad con cierta ironía fatalista. Los asesinatos selectivos israelíes han obligado a tomar medidas de precaución a los habitantes de la franja y, sobre todo, a los activistas de las facciones armadas palestinas.
Se acabaron los teléfonos móviles, dormir en la misma casa cada noche y andar a pecho descubierto. La clandestinidad lejos de los ojos de los helicópteros y de las lenguas de los informantes es lo más seguro. Como el naranjal en plena Gaza en el que EL PERIÓDICO se entrevistó con una unidad de las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa.
«No tenemos miedo a morir. Es nuestro deber, deseamos ser mártires». A la cita con los líderes de la unidad Yihad al Amarin de las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa llegamos después de innumerables cambios de hora y lugar. Concertar la entrevista con el grupo armado requirió un contacto previo que conociera a la persona adecuada y que se responsabilizara con su propia vida de que ni el chófer, ni el traductor ni los periodistas constituían un peligro. Por si acaso, los teléfonos móviles y las mochilas estaban prohibidos.

Instrucciones continuas

Tras cambiar varias veces la hora del encuentro el mismo día, el conductor recibe instrucciones por teléfono cada dos minutos. Más de media hora dando vueltas por las abigarradas calles fue suficiente para perder el sentido de la orientación. Y, según el chofer, «aunque no se vieran, en todo momento había informantes en la calle que describían el aspecto del coche y de sus ocupantes».
Sólo el jefe de la unidad -encapuchado, con la cinta de las Brigadas en la frente, camiseta blanca, pantalón militar y kalashnikov- habla con los periodistas. Por razones obvias, no revela su nombre. Junto a él, seis hombres, igualmente embozados, igualmente armados, vigilan los alrededores del naranjal. Su re-
tórica, su tono, mimetizan las palabras de los panfletos que se reparten por Gaza firmados por Hamas y la Yihad Islámica, y de las arengas que se vociferan por los megáfonos los días de entierro.

Deber de los palestinos>

«Es un deber de los palestinos entregar a sus hijos para seguir la resistencia. No tememos a la muerte», insiste con convicción el activista del brazo armado de Al Fatah, el partido de Yasser Arafat. Las medidas de precaución tomadas por los activistas en plena campaña de asesinatos selectivos no son por miedo, sino porque son más útiles, en la lucha contra la ocupación israelí, vivos que muertos. Pero no son tiempos fáciles. «Nuestro consuelo es que el apoyo popular aumenta en épocas adversas como ésta», admite el activista de las Brigadas. Pero el apoyo no basta, así que su vida se ha llenado de rigurosas medidas de seguridad.
Los guerrilleros tienen prohibido viajar más de dos en un mismo coche y pasar información sobre movimientos u horarios por teléfono. Además, no se puede viajar si no es para «efectuar misiones» y los desplazamientos a pie deben limitarse a calles estrechas o a zonas invisibles desde el aire, como el naranjal donde se realizó la entrevista. Las facciones armadas también advierten a sus hombres de que «nunca se sabe quién puede pasar información: el dueño de la tienda, el vecino o alguien en un coche», según reza un panfleto que distribuyó Hamas tras el asesinato de Ismail abu Shanab.
La política de asesinatos selectivos no es nada nuevo en el conflicto entre palestinos e israelíes. Ya en 1996, en una famosa y audaz operación, Yehya Ayash, alias “el Ingeniero”, uno de los líderes del brazo armado de Hamas, murió al explotar su teléfono móvil cuando hablaba con su padre desde un lugar secreto. Ayash era, entonces, uno de los líderes del movimiento islamista amenazado de muerte por Israel. El teléfono, que llevaba una carga de 50 gramos de explosivo sintético, había llegado a manos de Ayash después de que se lo prestara un contratista palestino en Gaza. El contratista era un colaboracionista (israelí).

Amplia red

La muerte para los militantes palestinos llega ahora desde el cielo, a bordo de los helicópteros Apache y de los aviones F-16. La amplia red de colaboracionistas de Israel -la extrema pobreza y la miseria de Gaza son campo abonado para la traición entre los propios palestinos- facilita un trabajo de precisión que se ha convertido casi en rutinario.
Un delator da detalles sobre una reunión en una casa o bien que tal militante, buscado por Israel, acaba de abordar un coche y el helicóptero o el F-16 se encargan del resto. Métodos más elaborados como el asesinato de Ayash no son ya necesarios ni siquiera para intentar matar al líder espiritual de Hamas, el jeque Ahmed Yasin, que, por unos segundos, salió ileso hace unos meses de un bombardeo en una casa donde iba a asistir a una reunión.
Según datos de la organización de Derechos Humanos israelí B´Tselem, al menos 123 palestinos han sido asesinados con este método desde el inicio de la Intifada y hasta el pasado 15 de octubre, en ataques que costaron la vida a otros 84 palestinos más que, literalmente, pasaban por allí.
Una circunstancia que en un lugar tan habitado como Gaza es normal. A esta estadística hay que añadir la muerte de 14 palestinos en las 15 horas de bombardeos del pasado 20 de octubre. De los 14 muertos, según los grupos armados, sólo dos eran activistas.
«En los últimos tiempos hemos extremado las medidas de seguridad, y ahora nuestra prioridad es permanecer ocultos, sin dejar por ello de continuar con la lucha», explica el líder de la unidad Yihad al Amarin, que lleva el nombre de un activista víctima, precisamente, de un asesinato selectivo. Salta a la vista que las medidas de seguridad de los milicianos han aumentado. Los líderes de Hamas y la Yihad han desaparecido del mapa, inaccesibles a una prensa extranjera que antes se entrevistaba con ellos en sus propios hogares. La ostentación de poder en las calles también es historia.

Paranoia colectiva
Los colaboracionistas (israelíes), por lo tanto, son seguramente las personas más odiadas hoy en día en Gaza. El estigma del delator se ha convertido casi en una paranoia colectiva. «El momento de la venganza llegará. Los colaboracionistas pagarán por sus crímenes», afirma el líder de los Yihad, al Amarin, quien detalla las actividades de las Brigadas en la franja de Gaza: «Elaborar explosivos, atacar a los soldados y los colonos de los asentamientos en la franja, y enfrentarse a los militares cuando nos invaden».
A diferencia de sus correligionarios de Cisjordania, para los activistas de Gaza es imposible cometer atentados suicidas en Israel a causa de la valla que rodea la franja.
El miliciano de los pantalones militares admite que tiene familia. El resto, la mayoría con aspecto muy juvenil, no habla. Cuesta que los activistas se separen un milímetro de su discurso oficial. Pero al preguntarle si echa de menos a su familia por su vida en la clandestinidad, el líder de los Yihad al Amarin vacila un poco antes de encontrar la respuesta de manual: «¿Si echo de menos a mi familia?, cada niño en las calles es mi hijo, cada mujer es mi esposa, cada anciana es mi madre, cada anciano es mi padre. La nación es mi familia».
Pero tras la pequeña vacilación sentimental, la doctrina regresa con fuerzas renovadas.
«Desde el día en que nacimos hasta el final de esta vida, la guerra es la obligación de los palestinos contra el perro Sharón y sus adláteres. Nuestro objetivo es la liberación, la independencia y un Estado palestino con capital en Jerusalem», arenga.
«Esta situación no durará. Vendrán tiempos en los que seremos libres», zanja bruscamente la entrevista el guerrillero usando la coletilla árabe «inshallah (si Dios quiere). Quien tiene la razón tiene la fuerza», sentencia.