Una opinión sobre las declaraciones de Mike Rosenberg

¿Quedarse o irse? Discusiones en torno a un problema sin salida

Las declaraciones de Mike Rosenberg, Director General del Departamento Mundial de Aliá y Absorción de la Agencia Judía, son propicias para reflexionar respecto del estado actual de la cultura judía. Entrevistado por Sebastián Kleiman (Nueva Sión #889, Septiembre de 2003 -publicado también en la web-) no tuvo inconveniente en sostener sus argumentaciones en torno a una drástica y grandilocuente afirmación: “En la Argentina no va a quedar comunidad judía”. Enunciados catastróficos, como este, tienen el objetivo de arrinconarnos en una serie de disyuntivas tipo “la bolsa o la vida” que leeremos a continuación.

Por Jorge Iacobsohn

El gran “dilema” que nos propone el sheliaj -quedarnos o irnos- permea sus posturas sobre la identidad judía. En la entrevista, Rosenberg afirma que ni siquiera la educación judía salvará a la comunidad de la asimilación, siendo la aliá (la emigración a Israel) “la única salida”. La tarea de la Agencia Judía es definida como de “salvación”, ya que el entorno de asimilación en la Argentina es inevitable: “Que el padre diga “no te casés con una chica goi” no es un tabú social. En la sociedad argentina no existen tales tabúes. Y esto quiere decir que ni siquiera la educación judía es suficiente, porque es natural que la gente se asimile en una sociedad como ésta. (…) Muchos judíos se quedarán aquí, pero abandonarán el judaísmo. Por eso nosotros hablamos de ‘salvar’ judíos”.
Rosenberg insiste en la insuficiencia de la educación judía: “cuando se tiene un hijo, entonces uno comprende cuán poco puede influir sobre ellos. Uno puede querer que sean judíos, y también trabajar para que así ocurra, (…) pero a cierta edad uno pierde el dominio. Aunque hayan ido a un colegio judío llegará el momento en que irán a la universidad y vivirán en un entorno de asimilación”.
Y cuando se le interroga sobre la vida en Israel, responde: “¿Qué significa vivir como judío en Israel? Nada, lo habitual. Uno manda los chicos al colegio, el colegio es público y judío. (…) No es cuestión de religión. La religión es una parte del judaísmo, el judaísmo es un pueblo, una familia (…)”.
Hay una clara subestimación de la capacidad de súpervivencia cultural judía en la diáspora. Uno de la calle judía diría:
– Pero ¿qué otra cosa puede decir un funcionario cuya tarea es llevar judíos como pekales (paquetitos) a Israel?
Pero esto no minimiza sus declaraciones, porque éstas son parte de una postura teórico-política en el debate sobre la asimilación, que no alcanza sólo a los shlijim sino también a los actores institucionales principales de la diáspora. Si los antiguos sionistas menospreciaban a los judíos diaspóricos por no querer construir el Estado -y por persistir con su identidad en condiciones adversas-, los actuales niegan –simplemente- esa capacidad de continuidad atribuyendo a la asimilación ser un fenómeno natural e inevitable.

Concepciones

Lo más grave de todo esto es qué concepción de identidad judía subyace en este diagnóstico. Porque la identidad de un grupo particular -como Rosenberg sabe-, depende de que en la sociedad circundante haya tabúes o discriminación.
Esta simple verdad antropológica, en lugar de encarar la identidad como un problema, es tomada por la cínica razón de Estado como un dato.
Si la asimilación es un dato de una sociedad sin tabúes es -por lo tanto- inevitable.
Frente a lo inevitable, la “propuesta” es seguir siendo judíos en un Estado propio. Podríamos continuar, y mostrar que lo no dicho en los argumentos de Rosenberg es que si los tabúes son necesarios para la identidad, el Estado de Israel también los debe tener. Y de hecho los tiene: son todos los tabúes existentes entre judíos y palestinos, y entre los mismos judíos, pero aquí nuestro análisis no se desligará de sus enunciados manifiestos.

El gueto

Ser judío en Israel, nos dice Rosenberg, no es algo muy diferente a serlo en la diáspora (mandar a los chicos al colegio, ir al country, etc.). Mirando más de cerca, no es casual que entienda lo judaico mencionando estas cosas habituales, ya que son estas mismas las que definen el carácter guético de la diáspora. La mentalidad guética se preocupa por la mera perdurabilidad: “quiero que mis nietos sean judíos”. Para ello, se construyen instituciones de encierro que reducen la identidad a la mera pertenencia y permanencia en ellas. Israel, de esta manera, se está ofreciendo como un gigantesco gueto. No puede ser más que oportuna la crítica que Martín Buber propiciaba a la identidad guética: “la perdurabilidad entendida como un valor es puro nihilismo” decía en “Ensayos de nuestro tiempo”.

El desafío presente

Frente a la crisis argentina, se recurre a más educación judía, con contenidos más modernos o más ortodoxos, con nuevas tecnologías y demás, y a diversos mecanismos de asistencia social.
Sin desmerecer estas necesarias iniciativas, estamos frente a un problema que persiste y se refuerza: la identidad judía sigue siendo limitada a una cuestión de educación y la catástrofe económica (que destruye familias enteras, entristece los lazos y desvaloriza los sujetos) se reduce a problemas individuales de inserción en el mercado. De este modo, el sujeto cuenta como judío para la comunidad desde la lógica estatal del documento de identidad, pero, frente al mercado no se existe como judío, ni siquiera como persona (sólo como alguien susceptible de ser capaz de comprar y de vender). Por eso, el desafío comunitario es que seamos judíos siendo personas que se cuentan como tales entre sí.
El desafío no es quedarse o irse. Gilles Deleuze y Félix Guattari decían: “el verdadero nómade no es quien se traslada de un punto a otro, sino quien puede reconfigurar su propio territorio”.
El desafío, tanto para judíos argentinos como israelíes, es hacer habitable su país, construir lazos comunitarios que lo hagan “vivible”.
El judaísmo podrá ser entendido, entonces, como una herencia de recursos culturales a ser apropiados para que volvamos a ser personas, relacionándonos positivamente, sin que medien discriminaciones étnicas, educativas, económicas y de género.