El 28 de septiembre de 2000, el ahora primer ministro israelí, Ariel Sharón, acompañado de cientos de policías, visitó la llamada Explanada de las Mezquitas (o Monte del Templo para el judaísmo), tercer lugar sagrado del Islám, en un gesto de firmeza ultranacionalista y de reivindicación de que aquello era, y será, el «santa sanctorum» del pueblo judío, allí donde se erigía el «Templo».
La reacción popular palestina se desencadenó al día siguiente con un resultado de cinco manifestantes muertos y decenas de heridos.
La segunda Intifada recibía su bautismo de fuego y el ex general Sharón accedía al poder el 6 de febrero de 2001, dispuesto a acabar por sus métodos expeditivos con los rebeldes, ajeno a las prácticas negociadoras de sus antecesores laboristas y a acabar con su enemigo acérrimo, el presidente palestino, Yasser Arafat.
Los atentados del 11 de septiembre y la cruzada abanderada por el presidente estadounidense, George W. Bush, contra el terrorismo internacional -encarnado en el mundo árabe y en el Islam- le brindaron un espaldarazo inesperado.
Tres días después del atentado, Sharón, aseguró a Bush en conversación telefónica que «Arafat es nuestro Bin Laden» y «está a la cabeza a una organización terrorista».
La ola de sangrientos atentados perpetrados por las facciones armadas palestinas contra civiles israelíes decidió a Israel, en marzo de 2002, a poner en jaque a Arafat, tras emprender la ocupación militar de Cisjordania, donde todavía permanece el Ejército israelí.
Durante la operación denominada «Muro de Defensa» todas las ciudades cisjordanas palestinas, excepto Jericó, conocieron los cercos, los toques de queda, las redadas casa por casa y la voladura de viviendas, infraestructuras y sedes de la ANP.
Por su parte, los grupos armados palestinos recrudecieron sus ataques para recuperar toda la Palestina «ocupada» y vengar los llamados «asesinatos selectivos» de sus militantes y líderes, que lleva a cabo Israel mediante misiles lanzados por helicópteros de combate «Apache».
Una a una todas las propuestas de paz, «El Infome Mitchell», el «Plan Tenet», el «plan de saudí» han ido difuminándose como el humo de todas las explosiones hasta el denominado «Mapa de Rutas» que, por primera vez, reconoció la necesidad de crear un Estado Palestino y obligó a Arafat a aflojar su apego al poder y avenirse a nombrar un primer ministro, Mahmud Abbás (Abú Mazen).
En la cumbre de Aqaba (Jordania) del 4 de junio de 2003, Abu Mazen y Sharón estrecharon sus manos para la foto y se comprometieron mutuamente a observar el «Mapa de Rutas», elaborado por el Cuarteto de Madrid, bajo la severa mirada de Bush, preparado ya para lanzar la guerra contra Irak y deseoso de apaciguar otros frentes, al menos, mientras durara la campaña.
Abu Mazen logró que las facciones armadas palestinas declararan una tregua unilateral de tres meses, ignorada por Israel, que pretendía su total desarticulación, y el pueblo palestino le exigía que como gesto simbólico arrancara a los israelíes la liberación de prisioneros y la retirada del Ejército a los puestos previos a la Intifada.
En nada contribuyó Israel a que Abú Mazen lo lograra y la vida cotidiana de los palestinos no experimentó mejora alguna. Todo ello, más las sonoras broncas con Arafat, que se resistía a entregarle todos los organismos de seguridad, le hicieron dimitir al poco de los cien días al frente del Ejecutivo.
El Gobierno de Sharón dio entonces luz verde para la deportación de Arafat, una decisión que se volvió contra Israel por las protestas internacionales y elevó milagrosamente al veterano líder palestino a las cotas más altas de popularidad dentro y fuera de sus territorios.
El presidente Bush, empeñado en una complicada posguerra contra Irak, con los ojos puestos en un nueva empresa: Irán y con una sólida base en Oriente Medio, Israel, ha relajado su firmeza pacificadora.
Mientras tanto, Israel continúa levantado el muro de separación en Cisjordania con la expropiación de más de 1.200 hectáreas de tierras, otorga su apoyo tácito a la frenética actividad de los asentamientos, de lo que los analistas deducen que Sharón no está comprometido a las solución de dos Estados.
Al sucesor de Abú Mazen, Ahmed Qurea (Abu Alá) totalmente afecto a Arafat, los expertos le conceden una exigua vida política y un posible atentado suicida contra civiles israelíes, de seguro -dicen- dinamitaría la «estrella» que tantas veces ha salvado la azarosa vida del veterano líder palestino.