"Ramal que reabre país que crece”

El silbato del off side

El tren avanza lentamente. Atraviesa los lugares que abandonó hace una década. Los ramales han sufrido el abandono de un tiempo de inclemencias. El tren avanza por los lugares de los que dejó de circular en una época de insensatez. De esquizofrenia colectiva. Donde "la modernidad" que prometía el capitalismo de rapiña, envuelto para regalo en paquete neoliberal, nos transportó al siglo XIX. Esas son las imágenes en blanco y negro que nos devuelve una realidad patética. La gente se agolpa a la vera de las vías. Pasa horas y horas a la madrugada, o en la noche profunda, bajo el frío y la lluvia para contemplar un milagro. Vuelve el tren que se perdió en el recuerdo, en un tiempo de locura generalizada...

Por Hugo Presman

Avanza el viejo tren por poblaciones semi abandonadas, con sus pobladores que enterraron sus vidas el día que el tren dejó de circular y la fábrica apagó su chimenea. A la vera del tren se agolpan los sobrevivientes de los años de plomo de la democracia. No esperan sólo un tren. Esperan encontrar, detrás de la locomotora, el tiempo del trabajo y la comunicación. De aquella época en que el trabajo no se mendigaba. En aquellos viejos tiempos, en que el pueblo vecino era precisamente eso, vecino. Antes que la incomunicación lo volviera tan lejano como un poblado de Europa o Asia. Ahí están los desocupados recordando que hubo un país con enormes falencias, pero que era un país. Ahí están los chicos que no vieron nunca un tren, los que padecen las consecuencias tempraneras de la desnutrición que ya arrasó con parte de sus neuronas. Por sus ojos asoma la vida que se la hipotecaron muchos años antes de haber nacido. Ahí están los pies descalzos esperando que se materialice el milagro. Que la locomotora aparezca con su procesión de vagones. Que el silbato perfore el silencio de los campos, la algarabía de las estaciones. Que a su paso vuelvan las fábricas arrasadas con una apertura irracional. En un tiempo de un absurdo ensueño generalizado. Donde había que sacrificar al ciudadano para beneficiar al consumidor. Donde para correr más rápido había que amputarse las piernas. Donde la mejor visión se obtenía accediendo la ceguera. Donde se oía mejor si se seguía el ejemplo de Van Gogh pero aplicado a las dos orejas. Donde se combatía la desocupación, incrementando los despidos.
Por las ventanillas del viejo tren se observan los campos de soja que tienden a convertir a la Argentina, en un país de monocultivo. El Estado ausente de ayer, encargado de levantarle la mano a los triunfadores poderosos, en ésta etapa de reconstrucción aún no percibe que ahí se está engendrando un problema similar a la reducción de los ferrocarriles de los noventa.
El tren avanza contemplado por rostros esperanzados, embelesados. El silbato irrumpe sobre la decadencia y el abandono. No es un mensajero del futuro, sino el medio para empezar a caminar hacia él. No es la presencia del siglo XXI, sino volver a colocar al siglo XX sobre las vías que lo desplacen hacia el nuevo siglo.

Las estaciones de la travesía

El tren atraviesa estaciones de la tumultuosa vida económica y política argentina. Al pasar los pasajeros por la “estación neoliberal” la encontraron con visibles exteriorizaciones de deterioro y abandono, pero aún alberga -sorprendentemente- un número desproporcionado de potenciales pasajeros con expectativas, en relación a los fracasos estruendosos de sus tres décadas de aplicación intensiva con muy pocos, breves y honrosos intervalos.
El tren luego se detuvo en la “estación del default”, atestada de gurúes gritando desaforadamente que el tren no podía seguir el viaje porque se «caería del mundo». Brutos y brutales, ignoran que España se presentó en cesación de pagos trece veces entre 1557 y 1882. Francia lo hizo ocho veces, entre 1558 y 1778. Portugal y Alemania se declararon en default seis veces cada uno. Inglaterra declaró la congelación de pagos después de la guerra, bloqueando las libras esterlinas depositadas en el Banco de Inglaterra a favor de Argentina, equivalentes a dieciocho meses de exportaciones. Ese fue el importe abonado en la compra de los ferrocarriles.
Estados Unidos tiene dos antecedentes interesantes en materia de desconocimiento de la deuda.
En 1898, concluida la guerra con España por la independencia de Cuba -para someterla a la hegemonía norteamericana- se celebró el Tratado de París donde surgió por parte de la potencia yanqui, la teoría de «la deuda odiosa.» La discusión en las negociaciones se centró sobre la deuda cubana que alcanzaba a mil quinientos millones de pesetas. El representante español, Montero Ríos exigió que Estados Unidos se hiciera cargo de la deuda y luego lo transfiriera a las futuras autoridades de la isla, cuando Cuba adquiriera la independencia total.
El representante norteamericano, William Mac Kinley, usó argumentos que provocarían la lipotimia de Broda, Ávila y compañía. Dijo que la desconocía con el razonamiento de que el pueblo no había sido consultado para contraer la misma. Y para ello acudió a otros antecedentes históricos: la compra de Lousiana a Francia, de Florida a España y de Alaska a Rusia. En ninguno de estos casos Estados Unidos se hizo cargo de la deudas. Así se sentaron las bases doctrinarias de la » deuda odiosa».
Sin ninguna sorpresa, la teoría surgida en el siglo XIX, fue esgrimida por Estados Unidos cuando concluyó con una victoria relativa y provisional la invasión a Irak. El 11 de abril del 2003, la administración Bush, solicitó a Francia, Alemania y Rusia, que se habían opuesto a la invasión, que renuncien al cobro de la deuda de Irak con ellos. Esa deuda había sido contraída por Saddam Hussein. Se alega que el pueblo no debe pagar el endeudamiento contraído para reprimirlo.
El tren vuelve a ponerse en marcha, mientras su silbato rasga la atmósfera del default.

«La estación de la impunidad y la impudicia»

Después de unos kilómetros se avizora «La Estación de la impunidad y la impudicia.»
En el anden, Carlos Reutemann afirma que hay una visión equivocada de su posición ideológica: sostiene que está a la izquierda de todos y sólo está a la derecha de Jorge Altamira (Rosario/12).
Domingo Cavallo critica el acuerdo de Kirchner con el Fondo por excesivamente concesivo.
Bignone, Harguindeguy y Díaz Bessone confiesan a una periodista francesa sus «heroicas hazañas».
Carlos Menem recuerda su presidencia como «la más exitosa de toda la historia».
Fernando de la Rúa rompió su siesta, y su eterno silencio, para sostener que renunció para evitar la violencia. Treinta muertos provocados antes de subirse al helicóptero y firmar su renuncia, testimonian su fracaso generalizado, su proverbial impericia. Millones de argentinos no alcanzan a comprender cómo, habiendo realizado De la Rúa todo el escalafón político, pudo egresar del mismo con un Master en nulidad. José María Aznar apoya la reelección de Bush para «consolidar la paz mundial». El troglodita presidente norteamericano acepta a regañadientes que realizó una invasión y provocó miles de muertos con fundamentos falsos. Tony Blair afirma: «Estoy orgulloso de lo que hicimos en Irak y volvería a hacerlo de nuevo». La locomotora acelera su marcha para no cargar pasajeros indeseables.
Se entra en la coreografía esplendorosa de junio de 1994. Quedan los restos de las publicidades que los promotores de múltiples AFJP ofrecían a sus futuros rehenes.
Paisajes paradisíacos donde felices ancianos disfrutan de un satisfactorio descanso, alejados de las privaciones que pasaban en la Argentina anterior a la modernidad y el ingreso raudo y triunfador al Primer Mundo. Diez años después, los únicos que disfrutan en la realidad de aquel futuro deslumbrante son los dueños de las AFJP. Los únicos que no arriesgaban nada. Los que cobraban sus comisiones sobre el capital y no sobre la rentabilidad. Los que se afiliaron, los únicos que arriesgaban, están secuestrados y desvalijados. Extraño capitalismo el que se implantó en nuestro país. Un trabajador puede divorciarse de su mujer, pero no de las AFJP, aunque puede desplazarse entre ellas.
El dólar de la convertibilidad se fijó por decreto. Las empresas de servicios públicos son monopólicas. La apertura fue tan irracional, que barrió con la mayor parte del capitalismo nativo.
Juan Lach, el número dos de Domingo Cavallo durante la presidencia de Carlos Menem, luego Ministro de Educación de Fernando de la Rúa, un mediocre con dos títulos, afirmó en La Nación del 13-09-2003: «Hubo una cuota de mala fortuna importante. Porque nos encontramos con un proteccionismo salvaje en lo agroalimentario, pero también en otros rubros. Y en ese sentido, si de autocrítica se trata, yo le diría que si uno hubiera sabido que con la Organización Mundial de Comercio ( OMC) esta ecuación no iba a cambiar, quizá la apertura como se hizo en la Argentina no hubiera sido tan ingenua».
Toda la destrucción se hizo bajo el valor supremo de la eficiencia. En las AFJP, puede observarse cómo se manifestó esa eficiencia. El ANSES paga mensualmente 6,1 millones de jubilaciones y pensiones. Todas las AFJP, 115.000. El ANSES procesa mensualmente 23.000 solicitudes previsionales, contra 4.000 de las AFJP, con el agravante que el organismo estatal le da curso en pocos meses y las privadas se toman un par de años. El ANSES cuenta con 7.400 empleados. Las AFJP, 10.736 empleados. El costo operativo anual del sistema público asciende a 260 millones de pesos. El régimen privado merodea los 700 millones de pesos.

«La Estación de los peces de colores»

El tren ha disminuido la marcha pero incrementa su potencia para alejarse de «La Estación de los peces de colores» transformada en una pesadilla. Después de unos pocos kilómetros arriba a «La Estación de la Realidad Económica Actual».
Los pasajeros que quieren ascender para dejar atrás el pasado que fue vendido en el sentido real de enajenar, interrogan con la mirada ¿Cómo sigue esto? La respuesta es que el gobierno ha evitado los daños colaterales pero es difícil que pueda evitar los fundamentales en los términos firmados con el FMI. Hay un cambio de noventa grado con respecto a lo padecido, pero el gobierno lo propagandiza como si fuera de 180 grados. El superávit del 3% con relación al PBI, es enorme y en realidad en los términos firmados es superior porque no incluye el pago a los detentadores de bonos de la deuda que no son Organismos Internacionales. Si se tiene en cuenta que el promedio de superávit primario durante la vigencia de la convertibilidad apenas fue de 0,50%, puede dimensionarse lo que se ha programado, con una inflación pronosticada del 10% y con congelamiento de sueldos del sector público y de los planes sociales. Todo ello en el contexto de 60% de la población bajo la línea de pobreza y un 30% de indigencia.

«Ramal que reabre, país que crece”

Por una extraña y poca frecuente confluencia, Néstor Kirchner está recibiendo elogios por derecha y por izquierda. Ésta última, atempera sus críticas sobre la política económica en función de los importantes y pocos esperados avances políticos. Como se esperaba considerablemente menos, lo realizado despierta un entusiasmo que oculta las nubes del horizonte. La derecha, desconcertada y sorprendida, tuvo gestos histéricos. Pero el acuerdo con el Fondo, los elogios de Bush la han tranquilizado. Kirchner, avizora, no es tan peligroso como temió en los primeros días. Prefieren imaginarlo como Ricardo Lagos y no como la sombra denostada de Hugo Chávez.
Como el gobierno ha exteriorizado, en otros aspectos, con hechos y gestos, una vinculación con los intereses populares como ningún otro en democracia, es posible que se vea obligado a renegociar estas pautas, si quiere ser fiel a los objetivos que deja flotando cada vez que el presidente toma contacto con el pueblo.
Entre esos hechos y gestos se encuentra, aquel que asevera: «Ramal que reabre, país que crece».
El tren se aleja de «La Estación de la Realidad Económica Actual», y lentamente se pierde en el horizonte, con la algarabía de los que hace diez años lo estaban esperando como un milagro. Su silbato rasga la esquizofrenia que redujo un país a escombros. Es un silbato que deja en offside al pasado. Avanza lento, por vías y equipos difíciles de recuperar para que funcione con los parámetros del siglo XXI.
Pero más allá de los impedimentos, como el país, ha empezado a moverse. Y sólo si todo se pone en movimiento, los excluidos, los marginados, los desocupados, los pueblos abandonados, podrán volver a subirse al tren. Hasta ayer no había ninguno al cual ascender. Hoy hay uno precario. Que atestigua con su paso, el desenfreno impúdico de un tiempo infame. Si lo dejamos atrás, si consolidamos fuerzas detrás de un proyecto posible, podremos subirnos al último tren. Ese que acerca el horizonte y el futuro.