Pilotos objetores

La conciencia remonta vuelo

Los testimonios de los aviadores israelíes que se niegan a bombardear poblaciones palestinas debieran ser el motivo central y obligado del autoexamen y el juicio a los que todo judío debe consagrarse, según la tradición, en estos “Días Terribles” que median entre el Año Nuevo (“Rosh Hashaná”) y el Día del Perdón (“Iom Kipur”).

Por Sergio Rotbart (Desde Israel)

“Durante la Guerra de El Líbano, cuando un aviador recibía la orden de atacar un objetivo militar de la OLP y, luego de constatar que no se trataba de un blanco aislado, sino ubicado en medio de una población civil, anunciaba a sus superiores sobre la imposibilidad de realizar su misión sin provocar la muerte de inocentes, la anulación de la misión era la norma vigente y aceptada por los altos mandos de la Fuerza Aérea. Hoy en día la situación es inversa: se imparten diariamente órdenes de ejecución de cabecillas terroristas sabiendo de antemano que la probabilidad de provocar la muerte de civiles es alta, dado que se trata de objetivos que se desplazan constantemente en medio de la población palestina de Gaza o alguna ciudad de Cisjordania, zonas cuya densidad de población es de las más altas en el mundo.”
La frase citada fue dicha en un programa de la cadena de radiodifusión israelí oficial por Zeev Rotem, aviador de alto rango en la Fuerza Aérea. Rotem no alcanzó a sumar su nombre a la carta-solicitada que 27 de sus compañeros firmaron y publicaron días atrás, pero se identifica con el texto y apoya plenamente su contenido. Allí los aviadores afirman que se oponen a ejecutar “órdenes de ataque ilegales y reñidas con la moral del tipo que lleva a cabo Israel en los territorios” (se refiere a los territorios palestinos ocupados, S.R.), dado que su cumplimiento implica “seguir atacando a ciudadanos inocentes”.

“La empresa sionista”

El oficial Zeev Rotem también está de acuerdo con la afirmación de la carta según la cual esas órdenes ilegales son “el resultado directo de la ocupación prolongada, que corrompe a la sociedad israelí en su conjunto”. El documento, firmado por 27 aviadores (quienes explicitan en él que fueron educados “a amar al Estado de Israel y a consagrarse a la empresa sionista”), sostiene que “la ocupación daña mortalmente la seguridad del Estado de Israel y su entereza moral”. Rotem explica: “El estado está atrapado en una carrera vertiginosa de acciones militares de venganza que retroalimentan la violencia de los grupos terroristas palestinos. La defensa y el combate contra el terrorismo no pueden ser efectivos si se elige como respuesta un acto de represalia cuya consecuencia segura ya se sabe en el momento de tomar la decisión: un nuevo atentado suicida que, a su vez, provocará otra ejecución perpetrada por el Estado que, indefectiblemente, consiste en el bombardeo de centros de población civil. El terrorismo palestino, cuya crueldad y abominabilidad nadie puede poner en duda, no puede ser combatido por un Estado que adopta sus mismos métodos. Esa lógica militar del conflicto que alimenta la espiral de violencia le es impuesta al Estado de Israel por la ocupación”.

El cirujano y el hacha

Como era de esperar, la reacción de la cúpula de la Fuerza Aérea (y de las Fuerzas Armadas en general) y del poder político -a la carta de los aviadores- fue poco contemplativa. Ella contiene un lado punitivo, consistente en la suspensión de los firmantes de sus unidades de servicio, la expulsión de la Fuerza Aérea si persisten en su objeción (luego de que mantengan “diálogos de esclarecimiento” con sus superiores) y la contemplación de iniciar un juicio por rebelión contra los autores de la iniciativa epistolar. Esta última posibilidad de encausar el caso por la vía judicial se estima muy poco real, dado que al ejército no le convendría amplificar el eco público de la desobediencia por motivos éticos. Por otro lado, el aspecto público de la respuesta oficial radica en deslegitimar la medida de los aviadores objetores calificándola de “política” (mote con el que habitualmente en Israel se reduce este concepto a su aspecto partidario-sectorial, anatemizando, así, toda alternativa que traspasa los límites del “consenso nacional”, considerado, por supuesto, apolítico y neutro).
Cabe recordar que el fenómeno de la objeción de conciencia en la actual Intifada fue iniciado por oficiales y soldados pertenecientes a unidades de combate de la fuerza terrestre (la llamada “objeción verde”, en alusión al color del uniforme del ejército).(1) La reciente iniciativa de los aviadores amplía la gama cromática de la desobediencia civil en el seno de las Fuerzas Armadas, inaugurando la “objeción azul”.
Pero la diferencia entre una y otra no se reduce al color, sino que contempla -además- al tipo de acción militar y a su grado de relación con lo que los objetores llaman “crímenes de guerra”. La objeción en la fuerza terrestre está ligada al servicio en territorio conquistado y/o ocupado militarmente (Gaza y Cisjordania hasta la actualidad, El Líbano en el período 1982-2000), reñido con la conciencia del objetor dado que -según ella- lo convierte en cómplice de crímenes de guerra. De acuerdo a la percepción de los soldados que se niegan a servir en los territorios palestinos ocupados, el crimen se realiza por su presencia física en el terreno. En cambio, la objeción del aviador emana de la ejecución de una misión específica (atentar contra un dirigente terrorista o, en la jerga castrense israelí, la “desarticulación focalizada”) que le es ordenada periódicamente y, por lo tanto, lo convierte a él mismo en un criminal de guerra.
El aviador A. explica su posición: “No existe ningún cirujano, por muy capaz que sea, que tenga éxito en realizar una ‘intervención quirúrgica’ con un hacha. Nosotros debemos luchar contra el terrorismo criminal, pero al mismo tiempo debemos luchar para no convertirnos nosotros mismos en terroristas. El debate que tiene lugar en los medios de comunicación demuestra la profundidad de la crisis a la que hemos llegado: nosotros preguntamos si es legítimo atacar edificios civiles con helicópteros, y nos responden preguntando si es legítimo que aparezcamos con el mameluco de aviadores en la televisión.”
En los tres años de la actual Intifada, el número de objetores de conciencia aumentó considerablemente, así como el número de ellos que cumplieron con la pena de encarcelamiento. En el año 2000 fueron encarcelados 4 soldados, en 2001 su número subió a 33 y en 2002 llegó a 191. En 2003, hasta el momento, cumplen penas en la cárcel 60 objetores de conciencia.
El aviador Zeev Rotem afirma que la carta que sus compañeros dieron a conocer a la opinión pública israelí es un grito de desesperación más que un acto de heroísmo: “Créanme que llegamos a tomar esta medida extrema después de muchas dudas, preguntas y dilemas existenciales. En una institución como la Fuerza Aérea, en donde la moral colectiva y la cohesión grupal son terriblemente altas, no resulta nada fácil romper con el marco cálido y protector del consenso familiar. Nuestra decisión, por lo tanto, es mucho más difícil que la de seguir tomando parte en los bombardeos”.
El breve texto de los 27 aviadores carece de cualidades que lo emparentarían con algún manifiesto político-ideológico. Por su tono, contenido y estructura, resulta más pertinente calificarlo de un grito de alerta al borde de (lo que se presiente como) una catástrofe, un llamado catártico a una última toma de conciencia. Sus destinatarios principales son los ciudadanos del Estado de Israel, mucho más que los “dirigentes nacionales”. ¿Es casual su aparición en vísperas del Nuevo Año Judío, el evento que inaugura el período de auto examen y juicio (los “Días Terribles”, que culminan con el Día del Perdón) a los que todo judío debe consagrarse de acuerdo a la tradición?
En los mass media el debate es inevitable. Las voces de repudio, indignación y urgente exigencia de corrección punitiva del mal ejemplo no se hicieron esperar. Pero también se escucha a los aviadores rebeldes. Sus testimonios son absolutamente distintos a los habituales discursos arrogantes y crispados de los políticos. Como si intentaran decir desesperadamente que en estos días terribles la única salvación consiste en afrontar el auto examen para que sea un verdadero acto reparador, y no un ritual de mera preservación tribal.

El piloto de Hiroshima y la conciencia desgarrada

La voz clara pero quebrada de Rotem da cuenta de la alta presión psicológica a la que lo ha expuesto el dilema en el que su conciencia debe enfrentarse contra el entorno social íntimo, querido y cotidiano. Sobre la conciencia desgarrada de quienes se sienten culpables de pertenecer a una maquinaria que ejerce el mal reflexionó el filósofo judeo-alemán Günther Anders (Stern) en una carta que le enviara a otro piloto, Claude Eatherly (uno de los aviadores que arrojaron las bombas atómicas sobre Hiroshima) cuando éste estaba internado en una clínica psiquiátrica.
Según Anders, los remordimientos de Eatherly tras descubrir las consecuencias de su “culpa” (ignoraba totalmente el poder y la naturaleza del artefacto que lanzó desde su avión) significaban que el ex piloto “seguía siendo” o “volvía a ser” un ser humano. Contrastando con el paradigma de la “banalidad del mal” (según la popularizada definición de Hannah Arendt, quien fuera esposa de Anders) representado por el jerarca nazi Adolf Eichmann, para el filósofo el piloto de Hiroshima encarnaba “la inocencia del mal”, el pliegue paradójico de las modernas masacres tecnológicas, cuyos ejecutores podrían ser a veces “culpables inocentes”. En su carta Günther Anders le escribió a Eatherly: “Eichmann y tú sois dos figuras señeras de nuestra época. Si ante Eichmann no hubiese hombres como tú, tendríamos todos los motivos para desesperar”.
El pensamiento de Anders, judío que sobrevivió al Holocausto, inscribe al genocidio nazi y al exterminio nuclear en un mismo proceso civilizatorio signado por el dominio de una tecnocracia totalitaria que derrumba al otrora glorioso edificio llamado progreso y lo transforma en barbarie. Su hincapié en el común denominador a Auschwitz y a Hiroshima fue suficiente para que los guardianes institucionales de la memoria del Holocausto en el mundo judío -y especialmente en Israel-, entrenados para empotrar al genocidio nazi en la categoría sempiterna de evento de exclusividad ontológica, confinaran a la obra del filósofo al olvido y la ignorancia. Ello explica que haya sido traducida del alemán al castellano, entre tantos otros idiomas, pero no al hebreo. (Hannah Arendt -de quien Anders fue el primer marido-, en cambio, tuvo un poco más de suerte. “Eichmann en Jerusalem” fue editado en hebreo en el 2000, 17 años después de su aparición en inglés, gracias a la “salida comercial” que tendría para intelectuales y estudiantes universitarios dedicados a la “deconstrucción” del discurso sionista. Su obra “Los orígenes del totalitarismo”, que contiene una de las elaboraciones socio-históricas más profundas sobre el antisemitismo moderno, sigue siendo un privilegio para conocedores y amantes de lenguas extranjeras en Israel).
Si el piloto de Hiroshima y los pilotos israelíes objetores de conciencia son, siguiendo la conceptualización de Günther Anders, la encarnación de la “inocencia del mal”, su contracara banal está compuesta por muchos hombres-engranajes de una máquina técnica y administrativa que se limitan a cumplir órdenes. Sobre ellos escribió el pensador y “judío paria” Anders (nombre que significa “otro” en alemán, y es el seudónimo que le dio el editor del diario donde Günther Stern publicaba sus críticas literarias en la época de la República de Weimar): “Como criaturas de la edad industrial habían aprendido que el trabajo no apesta y ni siquiera puede apestar, pues por principio se trata de una actividad cuyo producto final no nos concierne a nosotros ni a nuestra conciencia. Se encargaban de los asesinatos en masa (que les habían confiado con la etiqueta de ‘trabajo’) sin la menor oposición, como si se tratase de cualquier otro trabajo. Sin oposición porque actuaban con la mejor conciencia. Con la mejor conciencia porque no tenían conciencia. Sin conciencia porque dicha tarea les había sido confiada exonerándolos de toda conciencia.” (2)

1. Sobre los soldados israelíes que se niegan a servir en los territorios palestinos ocupados ver: Sergio Rotbart, “Contra la corriente, en nombre de la conciencia”, Hagsham@. En esta nota se refuta el argumento falaz -también esgrimido ahora contra los aviadores objetores- que pretende deslegitimar, por “antidemocrática”, la objeción a tomar parte de la represión (real, concreta y prolongada) contra los palestinos equiparándola a una eventual desobediencia de soldados del llamado campo religioso-nacional a participar en una posible evacuación (hasta el momento irreal) de asentameintos judíos en Cisjordania y Gaza.
2. Citado por Enzo Traverso, La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales, 2001, Bercelona. En castellano también se puede leer el libro de Günther Anders “Nosotros, Los hijos de Eichmann. Carta abierta a Klaus Eichmann”, Barcelona-Buenos Aires-México, 2001.