Del matutino israelí "Haaretz"

Netanyahu tiene miedo y lo muestra

Por Gideon Levy

El mundo está en nuestra contra. Sí, esto es verdad, aunque no existe una entidad respetable en el mundo que tenga dudas sobre el derecho de Israel a existir, en contraste con lo que se repite como loros. Irán busca obtener capacidad nuclear. Sí, también es verdad, pero no hay un peligro inminente de que Irán tire una bomba sobre Israel. Los árabes israelíes se multiplican. Sí, también es cierto, pero no hay por qué ver esto como algo peligroso. El crimen aumenta, la gripe porcina se lleva más víctimas, los accidentes de tránsito siguen siendo letales y la pobreza aumenta mientras la corrupción extiende sus tentáculos. Todo esto es verdad, pero la vida en Israel es hermosa, mejor, más sana, floreciente y a veces hasta más segura que en la mayoría de los países del mundo. 

Los políticos sensatos buscan calmar al público. El Primer Ministro Benjamin Netanyahu hace todo lo que puede para asustarlo. Esto puede ser explicado de dos formas: o es una tramoya cínica y calculada de un hombre que cree que alimentar el miedo de la gente es una buena forma de mantenerse en el poder, de forma similar a la estrategia que emplean las empresas de seguros; o esto es simplemente el producto del Zeitgeist, expresión alemana que representa el clima intelectual y cultural que, en este caso, es el que se vive en Israel. De ser lo último cierto, podríamos pensar entonces en un individuo motivado por el miedo, cuyo destino es tomar medidas desesperadas. 

Si en Jerusalén se encuentra un líder cuyas alucinaciones lo llevan a creer que el Estado se enfrenta a una amenaza existencial, tenemos receta para el desastre. No existe la amenaza existencial, sea política o militar, que enfrente a Israel, y un primer ministro que evoque esa amenaza en su imaginación representa en sí mismo una amenaza certera. Es esa la calidad de nuestros líderes: o nos atontan con halagos o nos atemorizan. ¿Cómo sería contar con un primer ministro serio y equilibrado, para variar? 

Como la novela de Robert Louis Stevenson, parecemos encontrarnos con Dr. Bibi y Mr. Netanyahu, las dos personalidades del premier. Un Netanyahu es el economista, el que calma, promete, da esperanza, promete reformas y planes de acción, tales como la clausura de asentamientos, una línea férrea a Eilat y vacunas para la gripe porcina. El Netanyahu que maneja la diplomacia y seguridad es lo opuesto: atemoriza, desespera y amenaza. 

Tomemos, como ejemplo, la política exterior. En lugar de hablarnos de antisemitismo y odio a Israel, así como de las imaginarias amenazas a su existencia, podría haber tomado pasos para construir confianza con otros países que alterarían este panorama. Podría haber establecido un comité para inquirir sobre la Operación Plomo Fundido del verano pasado en Gaza, comenzado iniciativas para promover los derechos humanos en los territorios ocupados y prometido congelar de forma completa la construcción de asentamientos. En lugar de eso, nos muestra los planos de Auschwitz. ¿Qué mal nos podría hacer al asustarnos un poco con el fantasma de un próximo holocausto? 

En concordancia con su gemelo ideológico, el Canciller Avigdor Liberman, el primer ministro parece estar tomando todas las medidas posibles dirigidas a debilitar la posición de Israel en el mundo: una reprimenda contra Noruega por haber decidido conmemorar el aniversario 150 del nacimiento de Knut Hamsun, gigante literario y simpatizante nazi; amenazas ridículas contra Suecia por haber publicado artículos que acusaban a Israel de traficar órganos palestinos; diatribas contra Turquía por series de televisión marginales que involucraban a Israel. En vez de apagar las llamas, un Israel pirómano se esfuerza por agrandarlas. Estamos provocando también a Obama al estirar la paciencia estadounidense al extremo, mientras se abusa del Presidente de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbas al punto de quiebre. Netanyahu el economista habría actuado de manera diferente. Habría buscado calmar las tensiones y propuesto reformas. 

Hemos visto el mismo tipo de comportamiento en el frente doméstico. Netanyahu dijo en el pasado que la “amenaza demográfica” que representan los árabes israelíes es la mayor amenaza en la actualidad. Dejemos de lado el hecho de que un jefe de gobierno vea a sus propios ciudadanos como un peligro ¿Qué está haciendo para neutralizar esta imaginaria amenaza? Intensifica la sensación de humillación de los árabes, empujándolos así a facciones extremistas. Una cantidad de propuestas de ley de corte nacionalista aparecieron en la Knesset (Parlamento israelí), como la que exigía lealtad a Israel como Estado judío como condición para mantener la ciudadanía, o la ley que prohíbe hablar de la independencia israelí como el Nakba, o la catástrofe, que es el término tradicionalmente empleado por los árabes de la región. Netanyahu el economista se habría manejado de forma diferente. Habría sugerido reformas. 

La historia está plagada de ejemplos de líderes que llegaron al poder y se atrincheraron en él mediante el temor y las amenazas. Netanyahu el historiador sabe esto muy bien. Ahora, Netanyahu el estatista necesita aprender una lección de su tocayo economista: rectificar en lugar de arruinar; tranquilizar y no atemorizar; y, por sobre todas las cosas, inspirar esperanza. Para hacerlo, el primer ministro debe dejar de tener miedo y de mostrarlo.