A 14 años del asesinato de Itzhak Rabin

El día que murió la esperanza

Por Jose Alberto Itzigsohn, especial para Nueva Sion

 

Desde el trabajo clásico del filósofo marxista Giorgi Plejanov sobre "El papel del individuo en la historia", se ha debatido mucho sobre la importancia de la personalidad de los líderes en el curso de la historia: si las circunstancias engendran al líder o si el líder crea las circunstancias. No entraré ahora en esa discusión, sino que me limitaré a algunas referencias. En hebreo existe una canción vinculada a la festividad de Hanuka y a la gesta de los Macabeos que dice: "No en toda generación se levanta un héroe que redime al pueblo" y por lo tanto, deberíamos deducir de acuerdo a esa canción, que si ese héroe líder no existe, el pueblo no es salvado. Una expresión inglesa es: “The right man in the right place" (el hombre adecuado en el lugar adecuado). Si se da la conjunción, el individuo impulsa a la historia y la historia le de un marco de acción al individuo y esto nos lleva a Rabin.

Rabin fue una personalidad muy rica y en diversas oportunidades fue el hombre que contribuyó o quiso contribuir a la salvación de su pueblo: en la Guerra de 1948, como comandante de las fuerzas de elite, "el Palmaj", en la Guerra de 1967, cuando fue un factor esencial en la derrota de las fuerzas combinadas de Egipto, Jordania y Siria.

Como líder político, dirigió en varias ocasiones al Partido Laborista cuando éste era todavía un partido de centro izquierda y  la fuerza central en la política israelí y fue en dos ocasiones Primer Ministro. Fue de alguna manera la encarnación del ideal del nuevo hombre judío, nacido y criado en Israel, valiente, honrado a carta cabal y tal fue su importancia para el proceso de paz con los palestinos y los Estados árabes vecinos, que alguien o algunos, consideraron necesario eliminarlo para hacer fracasar o demorar ese proceso y así fue como el 5 de Noviembre de 1995, lo asesinaron por la espalda. El asesino fue uno solo, pero lo impulsó, sino una conspiración concreta, un clima de permisibilidad y de odio generado por los líderes de la extrema derecha, laica y religiosa.  A Rabin se lo mostró en  carteles de  manifestaciones con la cabeza cubierta por el pañuelo palestino o vestido con un uniforme nazi, para señalarlo como traidor y enemigo de su pueblo, y algunos rabinos extremistas, vinculados a los asentamientos, llegaron a invocar en su contra una maldición medieval en arameo:"la pulsa de nura " (el flagelo de fuego), destinada a provocar la destrucción del destinatario.

Rabin fue asesinado y sus asesinos, a su manera, tuvieron éxito; la desaparición de Rabin marcó, si no la interrupción definitiva, sí un estancamiento prolongado y de  consecuencias muy graves par el proceso de paz con los palestinos y con el riesgo de  un retroceso político en los acuerdos de paz ya logrados con Egipto y Jordania, como lo señaló en estos días el rey Abdullah, hijo y sucesor del rey Hussein, con quien Rabin firmó un acuerdo de paz en 1994, representando a Jordania. El proceso de paz comenzado en Oslo, que los partidarios de la paz entre israelíes y palestinos consideramos posible, pese a todo, se presenta como un camino muy difícil, lleno de acechanzas que pueden tener consecuencias catastróficas. El asesinato de Rabin vendría a reforzar así el concepto de la importancia del individuo en la historia. Los que lo sucedieron dentro del campo de la paz, no supieron o no pudieron cumplir su cometido como Rabin, sin hablar ya de los enemigos de la paz, que hablan de "los criminales de Oslo" y para algunos de los cuales, el asesino, Ygal Amir es un héroe.

Rabin fue una muestra de patriotismo lúcido. Un hombre capaz de rectificar una línea de pensamiento cuando llega a la conclusión de que esa línea no sirve a los objetivos de su país y de su pueblo. Rabin fue en su comienzo un militar duro. Combatiente eficaz y capaz de infligir golpes decisivos al adversario. Comandó la llamada "Operación Dani" en la Guerra de 1948, en la cual el ejército israelí conquistó las ciudades de Ramle y Lodd y a consecuencia de la cual, se produjo el éxodo de unos 70.000 pobladores palestinos de esas ciudades. Cuando comenzó la primer "Intifada" (revuelta popular) palestina, Rabin mandó a reprimirla con violencia, incluso rompiendo los huesos a los rebeldes, lo que le valió el apodo de "quebrantahuesos" por parte de los palestinos y sin embargo ese mismo hombre llego a la conclusión de que el camino de la violencia no llevaba a ninguna salida y se transformó en un partidario y en un agente activo de la búsqueda de la paz. El adalid en la guerra se transformó en el líder pacifista. Fue un factor importante en el logro de la paz con Jordania en 1994 y en la conferencia de Oslo que sentó las bases para el reconocimiento mutuo y una paz futura con los palestinos, lo que le valió el premio Nobel de la Paz, que compartió con Yaser Arafat y Shimon Peres.

Debemos comprender que nadie lo hubiera asesinado por sus hazañas militares. Por el contrario, habría sido un héroe nacional indiscutido, pero su honestidad política, su visión, le costaron la vida. El asesino no sólo mató a un individuo, mató a un líder apoyado por la mayoría del pueblo e intentó asesinar una esperanza.

La conmoción popular fue emocionante y hombres de distinto origen, incluso líderes árabes, le rindieron homenaje. Los vaivenes posteriores de la política israelí han obliterado su camino, pero no por completo, y su imagen, parafraseando un canto popular referido al mítico Rey David, "vive y existe" 

Jerusalen. Octubre del 2009