No nos une el amor…

El kirchnerismo y los judíos

Por Ricardo Feierstein

Por momentos, tengo la sensación de haberme transformado en el último kirchnerista judío. No porque no existan israelitas en ese movimiento político- hay centenares de ellos, en especial entre sectores técnicos e intelectuales-, sino por referencia a lo que suele llamarse la “comunidad judía organizada”. Son tantos los insultos, frases despectivas y ramalazos de odio que percibo últimamente cuando surge esta cuestión en una conversación- trátese de la eliminación de la estafa de las AFJP, el conflicto con el campo o la reciente Ley de Medios Audiovisuales-, que las palabras circulan por andariveles pulsionales, lejos de toda argumentación racional.

El monopolio informativo y los discursos unificados de prácticamente la totalidad de los medios privados- en cadena- seguramente han hecho lo suyo. Pero debe haber algo más. Este gobierno está mucho más cerca y comprometido con la comunidad que los anteriores- basta recordar los avances de la investigación en el atentado a la AMIA o la condena a Irán en la ONU- y, sin embargo, la violencia del rechazo en muchos sectores capitalinos no tiene comparación. O, quizás, se trate de una mirada estadísticamente falsa, confinada al eje Belgrano- Palermo-Recoleta en Buenos Aires.

Tres aspectos -por lo menos- deciden mi opción: el “principismo Groucho Marx”, la “democracia a la chacarera” y el “judeocentrismo excluyente”. Veámoslos. 

LA FRASE DEL MARX COMICO 

La impagable frase de Groucho Marx: “estos son mis principios. Pero, si no le gustan, tengo otros”, parece haber sido bien aprendida por un amplio círculo de publicistas judeoargentinos, que van desde filósofos a panfletarios. Leo incansables -y a veces bien estructurados- artículos donde realzan las virtudes del republicanismo, la democracia, la libertad y confieso que, en verdad, es difícil estar en desacuerdo con ellos.

Son valores paradigmáticos, digamos. Como el caballito de batalla del innombrable de la década del ’90 (“mi meta es la felicidad del pueblo y la grandeza de la patria”), al que nadie sensato podría oponerse. Sin embargo, basta colocar estas bellas frases en contacto con lo cotidiano para que se diluyan como arena entre los dedos.

Ejemplo: violento golpe de estado en Honduras, que derroca al presidente legítimo Manuel Zelaya y lo reemplaza por un grupo de militares y empresarios que se hacen del poder. Vuelvo la vista buscando a esos campeones republicanos que llenan los diarios capitalinos y los sets de televisión con sus expresiones de repudio al “autoritarismo kirchnerista”. Nada. Mutis por el foro. “Somos democráticos pero podemos ser otra cosa” dicen, parafraseando al mayor de los hermanos Marx. “Zelaya era partidario de Chávez”, confiesa alguno de los más sinceros. Pero, decía la Mafalda de Quino, “¿…entonces, lo que me enseñaron en la escuela?”

Chávez ganó  ya alrededor de diez elecciones libres y sobrevivió a un golpe de estado. El boliviano Evo Morales, seis o siete comicios. Correa acaba de ser legitimado en Ecuador una vez más. Ningún otro régimen electo democráticamente es sometido de manera permanente a estos exámenes interminables, pero nada basta (Colombia acaba de aprobar la tercera reelección de Uribe y no encuentro una palabra en contra de los buenos pensantes). Quizá la democracia -esa bandera ideológica que terminó con el muro de Berlín- no sirva y haya que buscar otro sistema. Otros principios en la línea Groucho, digamos. Pero se trata de una discusión diferente, que debería sincerarse. 

“DEMOCRACIA A LA CHACARERA” 

El otro tema que hace subir el colesterol es la prepotencia de los “dueños de la patria” (que ellos identifican con sus extensas propiedades, cuyo origen -ya no hay que demostrarlo- es la Conquista del Desierto y el genocidio indígena, con el posterior reparto entre quienes financiaron esa expedición). Después de ciento treinta años muchas propiedades han cambiado de mano o se trasnacionalizaron. Pero el sentimiento es el mismo: impunidad y prepotencia, unidas al disparate lógico.

Todos claman contra el excesivo presidencialismo y la necesidad de enviar las leyes al Congreso para democratizar su tratamiento. Pero si ese parlamento -donde está representada toda la ciudadanía- decide en contra de sus intereses, pregonan la necesidad de clausurarlo, como en las buenas épocas de Onganía y Videla. Si el vicepresidente Cobos desempata con su voto la Resolución 125 -traicionando el mandato original que lo llevó al gobierno- es “un triunfo de la democracia”. Si el Senado de 2009 derrota por 44 a 24 votos la oposición a la Ley de Medios, se trata de representantes vendidos y traidores a la patria que no merecen estar sentados allí.

Si el diputado levanta la mano por ellos, asado y guitarreada en la estancia. Si elige en contra, escrache a hijos o progenitores, rotura de sus autos, ataques violentos a sus personas, para que escarmienten. Democracia “a la chacarera”.

Si en una mesa televisiva los periodistas son zalameros y compinches, todo bien. Si alguno de los presentes osa presentar un punto de vista distinto, se ofenden: levantan la voz, ensordecen con sus gritos, declaman “usted me está faltando el respeto…” mientras golpean los pupitres con sus puños y exigen retractación inmediata, mientras sus ojos prometen venganzas inimaginables. El autoelegido patrón De Angeli puede decirle “pelotudo” a un ex presidente o proponer camiones para arrear peones en un día de elección sin que ningún “republicano” se espante, pero la actual Presidenta de los argentinos, elegida por millones de votos, no puede apenas levantar la voz en un discurso sobre el campo porque le exigen retractación pública y confesión de pecados. Y la ira del campo “debe comprenderse” porque es el kirchnerismo -con sus acciones- quien los saca de quicio. Si el gobierno se fuera, ellos se portarían bien. Ajá.

Un doble estándar moral. El presidente de la Sociedad Rural pide distinguir el color de piel de los piquetes, para separar los “buenos” de los “malos”. Los medios de comunicación protestan a coro cuando un grupo de morochos corta dos carriles de una avenida, pero no dicen ni mu cuando durante semanas y semanas los propietarios de las 4×4 cierran rutas y desabastecen de alimentos las ciudades.

Democracia a la chacarera. Pobre de nosotros. 

JUDEOCENTRISMO EXCLUYENTE 

En junio de 1967, cuando estalla la después denominada Guerra de los Seis Días que amenazaba destruir a Israel, desde las páginas de “Nueva Sión” salimos en urgente búsqueda de apoyos intelectuales y políticos entre amplios sectores de la sociedad argentina. Recuerdo una enorme solicitada, profusamente difundida, que reunió centenares de nombres de lo más granado del pensamiento argentino, casi sin excepción, en defensa de Israel.

En 2008, participando en un congreso internacional en la Universidad Hebrea de Jerusalén, algunas ponencias sobre América Latina me causaron escozor. Los dardos iban dirigidos, sin excepción, contra todos los gobiernos progresistas de la zona -Brasil, Ecuador, Venezuela, Uruguay, Argentina, hasta Chile- y se centraban en la diminuta, pobre y postergada república de Bolivia, que atraviesa la maravillosa experiencia de haber elegido un presidente indígena, después de más de cinco siglos de explotación inmisericorde y repugnante racismo de los sectores blancos dominantes, que incluyen buena parte de los criminales de guerra croatas y nazis que llegaron al continente luego de la derrota de Hitler. Como recuerda la periodista Stella Calloni, una señora de clase media de Cochabamba le dijo, hablando de Evo Morales: “¡Señora, es una dictadura terrible! Y además… ¿cómo creen que un indio pueda ser presidente? Qué vergüenza ante el mundo. Ha hecho un daño terrible, ha hecho que los indios crean que son gente…”.

La ecuación que explica esos desbordes ideológico-emocionales procede de un pensamiento por demás sencillo: esos países mantienen buenas relaciones con Chávez- ¡y a veces hasta con Fidel, vade retro!-, luego son enemigos de Estados Unidos, luego son enemigos de Israel y el judaísmo. Algo peligroso de afirmar de manera tan nítida, una empobrecedora simplificación que sólo atiende al propio juego.

En la selva de la política mundial, cada país -sobre todo si es pequeño- debe sobrevivir buscando los aliados que pueda. En cada ocasión, habrá que sopesar cuidadosamente si esas alianzas son circunstanciales o profundas, para tratar de evaluar el futuro rumbo de la administración. Pensarlo todo único y exclusivamente desde el judeocentrismo puede llevar a errores, incluso para los propios intereses de Israel y el pueblo judío.

Como decía Virginia Wolf, “el futuro es oscuro, que es, en resumidas cuentas, lo mejor que puede ser un futuro”. Interpreto: al menos existe un futuro, a despecho de cambios climáticos o conflictos nucleares. No lo compliquemos más con erróneas elecciones entre amigos y enemigos, socios o adversarios ocasionales. Debiera entenderse la realidad con un criterio algo más abarcador que el del discurso unívoco. Incorporar otras perspectivas, en búsqueda de acuerdos que tomen en cuenta a todos los participantes en los nudos problemáticos del mundo actual. 

… SINO EL ESPANTO 

Desde luego: la situación de Medio Oriente es de enorme complejidad y los peligros que acechan a Israel y al pueblo judío en el mundo son reales y crecientes. Precisamente por ello, una amplia y adecuada política de alianzas es imprescindible. No todos los países -más aún, apenas una minoría- contemplan con agrado los delirios de Ahmadinejad, la locura asesina de Bin Laden o el terrorismo de Hamas y Hizbollah. Un desaforado Luis D’Elía o un ingenuo (¿?) Farinello no definen en su totalidad un movimiento complejo y contradictorio como el así llamado kirchnerismo (y el mismo peronismo, desde luego).

Sin duda hay muchos asuntos por resolver y aumentos de patrimonio que deben explicarse, así como gestos soberbios o autoritarios que podrían ser reformados. Pero, comparados con delirantes trotzkistas que desfilan apoyando a la Sociedad Rural o golpistas de la pasada dictadura travestidos en defensores de las formas republicanas, esos son temas menores frente al proceso de cambio que representan. Aunque esto es asunto opinable, claro está.

Lo preocupante de esta época -escribió Enrique Vila-Matas contestando un reportaje- es la ausencia de pensamiento. No se escucha a la inteligentsia desde hace cien años. A nadie le interesa hoy que le expliquen las cosas que no comprende o sabe. Desde hace un siglo, entonces, poder y pensamiento se han separado. Y eso conduce hacia la nada. Lo que queda son consignas ineficientes y rituales vacíos.

Quizás existen otros elementos que desconozco. Por las dudas, cuando oigo aquí la expresión “así no se puede vivir más” en bocas de gente muy bien alimentada, saco el libro (al revés de Goebbels). Citando el poema de Jorge Luis Borges sobre Buenos Aires, puedo repetir con el maestro: “No nos une el amor, sino el espanto…”. Espanto por lo que avizoro como posibles alternativas a un gobierno criticable -como todos- pero, más allá de los individuos que lo componen, portador de decisiones sociales y políticas que están por delante de la ideología media de la sociedad argentina (tal vez por ello despiertan tanto enojo).

A diferencia de los años ’60 y ’70 del siglo pasado, el horizonte de cambios posibles se ha estrechado enormemente (como suele decirse, de la consigna “Libertad, Igualdad, Fraternidad” de la Revolución Francesa se pasó al “Lifting, shopping, zapping” de hoy). Ahora se trata de lograr modificaciones pequeñas y puntuales, sin demasiadas expectativas e, incluso, aceptando contradicciones e impurezas inevitables en los personajes que los llevan adelante. Así pasó también, en 1983, con el gobierno de Raúl Alfonsín, que una enorme masa de ciudadanos apoyamos a conciencia de estar representando una posibilidad, no un punto de llegada.

Por la visión opuesta, imaginar un país en manos de señoras apocalípticas que cambian “contrato moral” por grupos económicos y Banca Morgan, o bien dudosos líderes de amplia billetera y escaso vocabulario, cuando no el tren fantasma de viejos menemistas e impresentables del conurbano o de provincias feudalizadas… eso sí es capaz de sacarle el sueño a cualquiera.

O, para decirlo en palabras del respetado John Maynard Keynes: “es mejor estar vagamente en lo cierto que equivocado con toda precisión”.