Cuando se proclamó la independencia del Estado de Israel, en Mayo de 1948, se precisó que se trataría de un Estado judío y democrático.
En su momento ambas aseveraciones parecieron muy claras: Israel se establecía, entre otras razones, para dar acogida a los remanentes de la población judía de Europa, diezmada por el Holocausto, y debería regirse por las normas democráticas aceptadas en los países europeos y americanos, sin distinción del credo o grupo étnico de sus habitantes.
A poco andar se puso de relieve que ambas afirmaciones no eran simples ni fáciles de llevar a cabo. Ante todo la definición y los alcances del carácter judío del Estado.
¿Se trataría acaso de un estado confesional, de una teocracia, de un estado étnico, o de un estado nacional del pueblo judío? En cuanto al carácter democrático, ¿abarcaría a la población judía en especial o a todos los habitantes?
En cuanto a la primera pregunta, es claro que los fundadores no tenían la intención de crear un estado teocrático. Por una parte, su visión era la de un pueblo judío como un ente histórico, una etnia que abarcaba, como factor importante, a su creencia religiosa pero no era abarcada totalmente por ésta. Por otra parte, los representantes de sectores ultraortodoxos de la religión judía rechazaban la creación del Estado de Israel, por una parte como una amenaza para su autoridad tradicional y, por otra, porque de acuerdo a su visión del mundo, el Estado Judío debía ser restaurado por el Mesías y no por obra de hombres. La declaración del Estado Judío fue vista por ellos y lo es aún, por muchos de sus seguidores, como una rebelión contra la Torá (Biblia). Por esa razón, algunos representantes de esos grupos confraternizan con personas como Ahmadinejad y no sólo manifiestan su oposición al Estado de Israel, lo que podría ser considerado legítimo, sino que niegan el derecho a existir a judíos que piensan de otra manera, lo cual expresa un fanatismo llevado a extremos indefendibles. Otros grupos ultrarreligiosos conviven con el Estado de Israel, sin reconocerlo, pero forman parte de su vida económica y política. Otros grupos religiosos ortodoxos, no extremistas, están integrados en la vida del país y, finalmente, existe un extremismo de sentido opuesto, que se aferra a la noción de Tierra prometida por Dios al pueblo judío y forman el núcleo ideológico de las colonias israelíes en los territorios ocupados después de la Guerra del 1967 que ellos consideran "territorios liberados".
De la interacción entre estos distintos grupos religiosos y la mayoría formada por tradicionalistas y laicos, ha surgido una combinación heterogénea en la cual el Estado no es teocrático, pero incluye elementos que reflejan la influencia de la tradición, como el calendario religioso que coexiste con el oficial; la observancia del Sábado y las fiestas religiosas judías como día de descanso; la falta de transportes colectivos y de espectáculos públicos en Sábado; la definición de judío de acuerdo a la ley religiosa “halaja” como alguien nacido de madre judía o convertida al judaísmo; la existencia de sistemas educativos separados para laicos, para judíos ortodoxos y para judíos ortodoxos extremos, y el hecho de que una proporción importante de los jóvenes se niegan a participar en la defensa del país, no por motivos pacifistas, como podría suponerse, sino porque invocan su deseo de dedicarse enteramente al estudio de la ley religiosa.
Esta situación que ya de suyo encierra elementos conflictivos, se complica aún más por el hecho de que durante la gran emigración de judíos de la ex Unión Soviética, que llegó a alcanzar un millón de personas, emigraron también hijos de padres judíos, pero no de madre judía, y cónyuges e hijos de matrimonios mixtos, no reconocidos como judíos por la ley. Existe así una población de varios centenares de miles de personas, que participan en la defensa, en el trabajo y son israelíes en todo sentido, pero no son reconocidos como judíos a menos que atraviesen un largo y complejo proceso de conversión.
Todo esto es importante porque, aunque como ya he señalado, el Estado no es teocrático, todo lo que se refiere a la vida de familia (casamientos, divorcios, etc.) de la población judía está sometido a la legislación del Rabinato.
En Israel no existe aún un registro civil para los pobladores judíos y quien quiere llevar a cabo un matrimonio civil y no religioso, tiene que viajar a un país cercano, especialmente a Chipre, donde el casamiento civil de parejas israelíes, se ha transformado en un empresa lucrativa. De modo que en Israel vivimos en un estado intermedio, entre un Estado laico y un Estado religioso, lo cual provoca muchas tensiones cotidianas y espera aún ser resuelto.
Si optamos por la definición de Israel como un Estado del pueblo judío que, por supuesto, abarca también a los religiosos, con absoluta igualdad de deberes y derechos entre ellos y la población laica, nos encontramos con dos problemas. Uno, la relación con el resto de las comunidades judías del mundo que en gran parte apoyan la existencia de Israel, pero no viven su vida cotidiana y no participan en la elección del gobierno; el segundo, la relación con la minoría árabe, musulmana o cristiana, que forma una quinta parte de la población y que es una población descendiente, en su mayor parte, de personas arraigadas en el país desde hace siglos. Como es de esperar, esta población no apoya la definición del país como “Estado Judío” sino que reclaman su definición cono "Estado de todos sus habitantes". Esto es importante en relación a la “Ley del Retorno” que permite la inmigración automática de toda persona que descienda de padres judíos o de personas convertidas al judaísmo. Esto en cuanto al “carácter judío del Estado”.
En cuanto al carácter democrático, esto ha funcionado relativamente bien, en el sentido de que todos los ciudadanos de Israel, cualquiera sea su religión o etnia, tienen derecho a votar, sobre la base de una persona, un voto y a ser elegidos. La prueba es que hay una decena de diputados árabes en el Parlamento, que representan a diferentes partidos árabes y a un partido judeo-árabe, el partido Comunista Israelí. La democracia no ha funcionado bien en cuento a una distribución adecuada de recursos e igualdad de posibilidades de desarrollo para judíos y árabes.
Donde la democracia israelí se ve en aprietos, es con respecto a la población árabe palestina de los Territorios Ocupados que sólo tienen derecho al voto en sus instituciones específicas, como la Autoridad Nacional Palestina, que es autónoma, y no en relación al Estado que en definitiva rige sus vidas, que es Israel. Por esa razón, hasta que se cree un Estado Palestino independiente al lado de Israel y que viva en paz con éste, cuyos habitantes gocen de plenitud de derechos no podremos hablar de una plena democracia israelí. La otra alternativa sería mantener a esa población sometida, lo que sería catastrófico, o integrarla en un país binacional unificado, lo cual acarrearía como consecuencia el pasaje de la población judía israelí a la condición de minoría, a breve plazo.
No me creo en condiciones de proponer una solución a una problemática tan compleja. Una corriente de opinión predominante entre muchos intelectuales pacifistas israelíes, es la de la creación de dos Estados nacionales y definir a Israel como un Estado laico del pueblo judío y de todos sus habitantes. Sin embargo, no hay unanimidad de opiniones al respecto.