Un misterio llamado Avigdor Liberman

Por Marcelo Kisilevski

No cabe duda de que el canciller israelí  Avigdor Liberman es uno de los fenómenos más extraños y misteriosos de la actualidad israelí. Es cierto, Liberman, ex mano derecha de Biniamín Netanyahu durante su primer mandato allá por 1996, es el líder de uno de los partidos más derechistas que ha conocido la política legal en el país. Sin ir más lejos, en 2003, dos años después del asesinato del líder de Moledet, Rejavam Zeevi (Gandhi), Liberman adoptó sin tapujos la idea acuñada por aquél conocida como "Transfer": aquella "invitación cordial" a los palestinos de Eretz Israel a que se suban a autobuses gentilmente financiados por el gobierno, y abandonen nuestro país hacia cualquiera de los 22 países árabes en el Medio Oriente. Con esa plataforma, logró 7 diputados en la Knesset con su partido, Israel Beitenu.

Su última patente es el lema: "Sin fidelidad, no hay ciudadanía", con la idea de despojar de su ciudadanía israelí a los árabes israelíes. La ley de la Naqba, propuesta por diputados de su partido, fue aprobada por el gabinete en versión suavizada: quien osare conmemorar el inicio del drama de los refugiados palestinos conocido como la Naqba (catástrofe) será penado con multas y retiro de subsidios institucionales, en lugar de cárcel, como había propuesto Israel Beiteinu. La Knesset tiene todavía la última palabra.

Y la corrupción. El jueves 17 de julio, la policía se reunió con el asesor letrado del gobierno, Menny Mazuz, para recomendar el procesamiento de Liberman por lavado de muchos millones de dólares y soborno, entre otras figuras delictivas que comienzan a ser demasiado habituales en la escena de este país supuestamente primermundista.

Y sus expresiones. Desde el estrado de la Knesset llamó a tratar como a nazis a diputados árabes que se habían reunido con representantes de Hamás y de Hezbollah, por considerarlos colaboracionistas con el enemigo: "En los juicios de Nuremberg ejecutaron no sólo a los nazis sino también a quienes colaboraron con ellos. Yo espero que ese sea el destino que corran los colaboracionistas dentro de esta casa", sentenció.

Pero sería muy fácil despachar a Liberman con el mote de facho sin más ni más, en un tiempo posmoderno en el que lo original es precisamente la mezcla. Y aun a riesgo de caer de la tabla de lo políticamente correcto, la verdad sea dicha: la ideología política de Liberman es compleja, no simple, al punto que por muy poco no formó coalición con Tzipi Livni, líder de Kadima, luego de las últimas elecciones.

En efecto, en las elecciones anteriores en 2006, Liberman había propuesto su propio invento para resolver el conflicto en el Medio Oriente: el intercambio de territorios. Para él, derechista, la solución del conflicto pasa por la separación, no sólo de los palestinos de los territorios, sino también de los árabes israelíes. Con ese fin, Liberman propuso que en el futuro Estado palestino, la frontera del norte de la Margen Occidental sea corrida más hacia el norte, desde la Línea Verde, aquella línea de armisticio de 1949, hasta abarcar también a los poblados árabes del triángulo, con poblaciones tan importantes como Um El Fajem. En total, unos 120.000 palestinos viven en la zona, atravesada por la famosa ruta 65. A cambio, Israel podría anexar territorios equivalentes en los llamados "bloques de asentamientos": Gush Etzión, Maalé Adumim y Ariel.

Atención con esta idea. Es cierto que está formulada desde la derecha. Pero en esta versión de separación, los árabes no pierden la ciudadanía israelí, sino que pasarían a tenerla doble: israelí y palestina. Tampoco son expulsados de sus hogares, sus hamulas (el clan, esa unidad de referencia y pertenencia del árabe) sigue incólume.  Sencillamente, pasan a morar bajo otra soberanía, que es la de su propio marco de pertenencia étnica. ¿Violación a los derechos humanos? A discutir. Al punto que el presidente Shimón Peres comenzó a comentarla en los pasillos protocolares de Estados Unidos y Europa.

Y el detalle más importante, que pasa desapercibido en este programa, supuestamente brutal: al querer "mudar" a los árabes hacia la soberanía palestina… Liberman está aceptando el Estado palestino. Tan sencillo como eso. Al asumir su cargo de canciller, Liberman fue claro o, como nos gusta calificarlo, brutal: "Que nadie se engañe", dijo. "Este gobierno no acepta Annapolis porque no fue aprobado por la Knesset. Sólo estamos comprometidos con la Hoja de Ruta".

El estilo era de derecha; el contenido ya pertenece al mainstream israelí. La Hoja de Ruta fue el primer plan norteamericano, propuesto por la Administración Bush, en hablar explícitamente de un Estado palestino como meta final de las negociaciones. Tanto la derecha como la izquierda podían respirar aliviados: la Hoja de Ruta llama, en el mismo primer apartado en que se habla de "Estado palestino", al desmantelamiento por la Autoridad Palestina de todas las organizaciones terroristas. Para la derecha, "esto jamás ocurrirá, Liberman está quedando bien gratis". Para la izquierda, por el mismo motivo, Liberman estaba buscando una excusa para continuar con la negativa.

La tardanza pataleante de Netanyahu en rendirse a la presión de Obama y pronunciar en Bar Ilán las odiadas palabras, "Estado palestino", era sólo un gesto de política interna, para los votantes de derecha que lo veían por televisión. Pero ciertamente a Liberman no se le iba a ocurrir abandonar la coalición por ello.

Otro tema que haría de Liberman un candidato potable para la izquierda israelí –de nuevo, si no fuera por su bestialidad y, aparentemente, por su poco respeto de la legalidad- es el tema del casamiento por civil, asunto que empuja como él solo sabe hacerlo. Liberman no es amigo de Meretz ni es un adalid de los derechos civiles. Sencillamente, hay demasiados inmigrantes rusos que no pasan el examen del rabinato, y la cruda realidad demanda una solución para este sector de "judíos dudosos", que llegan a un 5% de la población, y todavía no nombramos a quienes no tienen ganas de que su rabino bajo la jupá sea ortodoxo.

Últimamente, Liberman conduce un cambio de rumbo en la política de imagen de Israel, de la clásica hasbará (esclarecimiento) a favor de todo lo que hace Israel en su política externa, a lo que se conoce en los pasillos de Cancillería como "Diplomacia Pública": en lugar de buscar todo el tiempo "tener razón", buscar "tener amigos". Es decir, consolidar buenas relaciones con países y regiones hasta ahora distantes, crear puentes, mejorar las relaciones económicas con la mayor cantidad de países, y buscar nuevas alianzas. En esta idea se inscribe su visita a Brasil, Argentina, Perú y Colombia. Sus siguientes metas son otras economías emergentes, en especial India, China y Rusia. En Sudamérica, el blanco principal es Brasil. La hasbará argumentativa clásica deberá pivotear de los palestinos a la amenaza iraní, dice Liberman. Y el resto debe ser "branding", la política ya iniciada en la era Livni de posicionar a Israel como marca de tecnología, turismo y mujeres hermosas, en lugar de como escenario de conflicto.

Lo cierto es que Avigdor Liberman plantea un enigma. Una especie de noticia de que no sólo la izquierda se ha corrido, con mayor o menor disimulo, hacia el centro. Por las razones que fueren, Liberman acepta el Estado palestino, y va a votar a favor de su fundación, con tal de ver a los palestinos lejos de su vista. Y favorece el casamiento por civil, una vieja deuda del Estado laico de Israel. Si no termina en la cárcel, cuando miremos en retrospectiva su gestión, y una vez pasada la bronca por sus exabruptos racistas, Liberman podría sorprendernos.