Irán pone límites a la estrategia de Obama

El constructivismo es una teoría de las Relaciones Internacionales  que nos puede servir  para explicar la estrategia que Barack Obama despliega para relacionarse con el mundo árabe y musulmán.  Esta teoría dice, entre otras cosas, que son los Estados quienes crean sus propios problemas de seguridad y que sus particulares modos de interacción son los que generan situaciones que aparentan ser inevitables.

Por Damian Szvalb

Por eso, al cambiar la calidad de las relaciones, a través del “envío de señales”, las percepciones acerca del otro se modifican: percibir al otro como potencial amigo o enemigo transforma el punto de partida de la relación.
Desde que llegó al gobierno de Estados Unidos, Barack Obama apuesta a un cambio en la relación de su país con Irán y el mundo árabe luego del fracaso de la política de su antecesor George W. Bush que ha hecho estragos en la imagen y la credibilidad de Estados Unidos en el Medio Oriente. El tono de sus mensajes y algunas decisiones apuntan a revertir esta percepción. Hace unas semanas, en el Cairo, Obama habló sobre Irán, sin dudas el país con quien Estados Unidos tiene la relación más tumultuosa: “En vez de permanecer atrapados en el pasado, les he dejado en claro a los líderes y al pueblo de Irán que mi país está dispuesto a dejar eso atrás”.
Otro hecho que refleja el intento de recomponer las relaciones con el mundo árabe fue la decisión de  Obama, esta semana,  de enviar de nuevo un embajador a Siria como un gesto de reconciliación entre ambos países, después de que la Casa Blanca lo retiró hace cuatro años. Según un funcionario del gobierno estadounidense,  esto refleja el deseo de EE. UU. de corregir los errores del pasado.
La estrategia de Obama estaba  generando expectativas en el mundo árabe y musulmán pero la crisis política que se desató en Irán luego de las elecciones, lo enfrentó por primera vez al desafío de tener que marcar una posición condenatoria clara pero sin hacer recordar a su antecesor.  Obama construyó un discurso en el que mechó párrafos de mucha firmeza instando a terminar con “las amenazas, palizas y encarcelamientos” a los opositores al régimen, con otros en los que aclaraba, por ejemplo, que los Estados Unidos respeta la soberanía de Irán y que no interfiere en los asuntos internos.
Sin embargo, los esfuerzos de Obama parecen no alcanzar para empezar a modificar la mutua mirada confrontativa que viene dominado la relación entre estos países desde hace 30 años. Desde adentro, lo han criticado por no haber sido lo suficientemente claro para condenar a la represión y la violación de derechos humanos. Por su parte, Ahmadineyad comparó al actual presidente con su antecesor George W. Bush y no leyó entrelineas: «¿Quiere usted hablar [con Irán] con ese tono? ¿De qué podemos hablar si es ésa su posición?, dijo el presidente iraní.
Obama está convencido que en la política internacional  los grises son mucho más profundos que los blancos y los negros. También que a través de gestos, palabras y pequeñas acciones es posible lograr un  cambio importante y relativamente rápido en las relaciones entre países que parecen irreconciliables. Su gran problema es que la realidad le empieza a mostrar que para construir otro tipo de relaciones se necesitan dos.
*Politólogo y Magister en RRII