Extractos del discurso de Barack Obama en El Cairo

“…que llegue el día en que las madres de israelíes y palestinos puedan ver a sus hijos crecer sin te

Es un honor para mí estar en la ciudad eterna de El Cairo, y tener como anfitriones a dos eminentes instituciones. Durante más de mil años, Al-Azhar ha sido un modelo de enseñanza islámica y durante más de un siglo, la Universidad de El Cairo ha sido una fuente de adelantos para Egipto. Juntas, representan la armonía entre la tradición y el progreso. Agradezco su hospitalidad y la hospitalidad del pueblo de Egipto. También es un orgullo para mí ser el portador de la buena voluntad del pueblo estadounidense y del saludo de paz de las comunidades musulmanas en mi país: salam aleicum (en árabe: Nota GIN).
Nos congregamos en un momento de tensión entre Estados Unidos y musulmanes alrededor del mundo, tensión arraigada en fuerzas históricas que van más allá de cualquier debate sobre política actual. La relación entre el Islam y el Occidente incluye siglos de coexistencia y cooperación, pero también conflictos y guerras religiosas. Recientemente, la tensión ha sido alimentada por el colonialismo que les negó derechos y oportunidades a muchos musulmanes, y una Guerra Fría en la que a menudo se utilizaba a los países de mayoría musulmana como agentes, sin tener en cuenta sus aspiraciones propias. Además, el cambio arrollador causado por la modernidad y la globalización han llevado a muchos musulmanes a considerar que el Occidente es hostil con las tradiciones del Islam.
Extremistas violentos se han aprovechado de estas tensiones entre una minoría de musulmanes, pequeña pero capaz. Los ataques del 11 de septiembre del 2001 y los esfuerzos continuos de estos extremistas de actuar violentamente contra civiles han llevado a algunas personas en mi país a considerar al Islam inevitablemente hostil no sólo con Estados Unidos y los países del Occidente, sino también con los derechos humanos. Esto ha engendrado más temor y más desconfianza.
He venido aquí a buscar un nuevo comienzo para Estados Unidos y los musulmanes alrededor del mundo, que se base en intereses mutuos y el respeto mutuo; y que se base en el hecho de que Estados Unidos y el Islam no se excluyen mutuamente y no es necesario que compitan. Por el contrario: coinciden en parte y tienen principios comunes, principios de justicia, progreso, tolerancia y el respeto por la dignidad de todos los seres humanos.
Mucho se ha comentado del hecho de que un afroamericano con el nombre Barack Hussein Obama haya podido ser elegido Presidente. Pero mi historia no es tan singular. El sueño de oportunidades para todas las personas no se ha hecho realidad en todos los casos en Estados Unidos, pero la promesa todavía existe para todos los que llegan a nuestras costas, incluidos casi siete millones de musulmanes estadounidenses que hoy están en nuestro país y tienen ingresos y educación por encima del promedio. Es más, la libertad en Estados Unidos es indivisible de la libertad religiosa. Por eso hay una mezquita en todos los estados de nuestro país y más de 1,200 mezquitas dentro de nuestras fronteras. Por eso el gobierno de Estados Unidos recurrió a los tribunales para proteger el derecho de las mujeres y niñas a llevar el jiyab, y castigar a quienes se lo negaban.
Entonces, que no quepa la menor duda: el Islam es parte de Estados Unidos. Y considero que Estados Unidos es, en sí, la prueba de que todos, sin importar raza, religión o condición social, compartimos las mismas aspiraciones: paz y seguridad, educación y un trabajo digno, amar a nuestra familia, a nuestra comunidad y a nuestro Dios. Son cosas que tenemos en común. Esto anhela toda la humanidad.
En Ankara, dejé en claro que Estados Unidos no está y nunca estará en guerra contra el Islam. Sin embargo, les haremos frente sin descanso a los extremistas violentos que representan una grave amenaza para nuestra seguridad, porque rechazamos lo mismo que rechaza la gente de todos los credos: el asesinato de hombres, mujeres y niños inocentes. Y es mi deber principal como Presidente proteger al pueblo estadounidense.
Los estrechos vínculos de Estados Unidos con Israel son muy conocidos. Este vínculo es inquebrantable. Se basa en lazos culturales e históricos, y el reconocimiento de que el anhelo de un territorio judío está arraigado en una historia trágica que no se puede negar.
Alrededor del mundo, el pueblo judío fue perseguido durante siglos, y el antisemitismo en Europa culminó en un Holocausto sin precedente. Mañana, visitaré Buchenwald, que fue parte de una serie de campos donde los judíos fueron esclavizados, torturados, abaleados y asesinados en cámaras de gas por el Tercer Reich. Seis millones de judíos fueron aniquilados, más que toda la actual población judía de Israel. Negar ese hecho es infundado, ignorante y odioso. Amenazar a Israel con la destrucción o repetir viles estereotipos sobre los judíos son acciones profundamente equivocadas y sólo logran evocar entre los israelíes el más doloroso de los recuerdos y, a la vez, impedir la paz que los pobladores de la región merecen.
Por otro lado, también es innegable que el pueblo palestino –musulmanes y cristianos– también ha sufrido en la lucha por una patria. Durante más de sesenta años, han padecido el dolor del desplazamiento. Muchos esperan, en campamentos para refugiados en la Ribera Occidental, Gaza y tierras aledañas, una vida de paz y seguridad que nunca han tenido. Soportan las humillaciones diarias, grandes y pequeñas, que surgen de la ocupación. Entonces, que no quepa duda alguna: la situación para el pueblo palestino es intolerable. Estados Unidos no les dará la espalda a las aspiraciones legítimas de los palestinos de dignidad, oportunidades y un estado propio.
Durante décadas, el conflicto se ha quedado en tablas: dos pueblos con aspiraciones legítimas, cada uno con una dolorosa historia que hace difícil llegar a un acuerdo. Es fácil asignar la culpa, para los palestinos culpar el desplazamiento a raíz de la fundación de Israel, y para los israelíes culpar la hostilidad constante y los ataques llevados a cabo durante toda su historia por dentro y fuera de sus fronteras. Pero si vemos este conflicto solamente de un lado o del otro, entonces no podemos ver la verdad: la única resolución es que las aspiraciones de ambos lados las satisfagan dos estados, donde los israelíes y los palestinos tengan paz y seguridad.
Es de interés para Israel, es de interés para Palestina es de interés para Estados Unidos y de interés para el mundo entero. Es por eso que mi intención es personalmente abocarme a esta solución dedicando toda la paciencia que la tarea requiere. Las obligaciones que las partes acordaron conforme al plan son claras. Para que llegue la paz, es hora de que ellos –y todos nosotros – cumplamos con nuestras responsabilidades.
Los palestinos deben abandonar la violencia. La resistencia por medio de violencia y asesinatos está mal y no resulta exitosa. Durante siglos, las personas de raza negra en Estados Unidos sufrieron los azotes del látigo como esclavos y la humillación de la segregación. Pero no fue con violencia que lograron derechos plenos y equitativos. Fue con una insistencia pacífica y decidida en los ideales centrales de la fundación de Estados Unidos. Esta misma historia la pueden contar pueblos desde Sudáfrica hasta el sur de Asia; desde Europa Oriental hasta Indonesia. Es una historia con una verdad muy simple: la violencia es un callejón sin salida. No es señal de valentía ni fuerza el lanzar cohetes contra niños que duermen, ni hacer estallar ancianas en un autobús. Así no se obtiene autoridad moral; así se renuncia a ella.
Éste es el momento en que los palestinos se centren en lo que pueden construir. La Autoridad Palestina debe desarrollar su capacidad de gobernar, con instituciones que satisfagan las necesidades de su pueblo. Hamas cuenta con respaldo entre algunos palestinos, pero también tiene responsabilidades. Para desempeñar un papel en hacer realidad las aspiraciones de los palestinos, y unir al pueblo palestino, Hamas debe poner fin a la violencia, reconocer acuerdos pasados, y reconocer el derecho de Israel a existir.
Al mismo tiempo, los israelíes deben reconocer que así como no se puede negar el derecho de Israel a existir, tampoco se puede negar el de Palestina. Estados Unidos no acepta la legitimidad de más asentamientos israelíes. Dicha construcción viola acuerdos previos y menoscaba los esfuerzos por lograr la paz. Es hora de que cesen dichos asentamientos.
Israel también debe cumplir con sus obligaciones de asegurarse de que los palestinos puedan vivir y trabajar y desarrollar su sociedad. Y así como es de devastadora para familias palestinas, la crisis humanitaria en Gaza que continua no contribuye a la seguridad de Israel, ni tampoco lo hace la falta de oportunidades en la Ribera Occidental. El progreso en la vida cotidiana del pueblo palestino debe ser parte del camino hacia la paz, e Israel debe tomar pasos concretos para permitir ese progreso. Finalmente, los estados árabes deben reconocer que la Iniciativa Árabe de Paz fue un punto de partida importante, pero no el fin de sus responsabilidades. El conflicto árabe-israelí ya no debe ser usado para distraer a los pobladores de los países árabes y disimular la existencia de otros problemas. Más bien, debe dar lugar a medidas para ayudar al pueblo palestino a desarrollar las instituciones que sustenten su estado; a reconocer la legitimidad de Israel, y a optar por el progreso por encima de la contraproducente atención al pasado.
Estados Unidos alinearemos nuestra política con quienes buscan la paz, y diremos en público las cosas que les decimos en privado a los israelíes y palestinos y árabes. No podemos imponer la paz. Pero en privado, muchos musulmanes reconocen que Israel no desaparecerá. Asimismo, muchos israelíes reconocen la necesidad de un estado palestino. Es hora de actuar basado en lo que todos sabemos es cierto.
Se han derramado demasiadas lágrimas. Se ha derramado demasiada sangre. Todos nosotros tenemos la responsabilidad de trabajar para que llegue el día en que las madres de israelíes y palestinos puedan ver a sus hijos crecer sin temor; cuando la Tierra Santa de tres grandes religiones sea el lugar de paz que Dios se propuso que fuera; cuando judíos y cristianos y musulmanes puedan tener en Jerusalén un hogar seguro y perdurable, y un lugar donde todos los hijos de Abraham fraternicen pacíficamente como en la historia del Isrá, cuando se unieron para orar Moisés, Jesús y Mahoma (que la paz esté con ellos).