El triunfo de Rafael Correa en Ecuador: consolidación y desafíos

El desafío de mantener la preciada senda de “estabilidad política”, “sustentabilidad económica” y “cohesión interna”.

Por Luciano Anzelini

El presidente de Ecuador, Rafael Correa, logró el 26 de abril su reelección tras una aplastante victoria que le permitirá seguir gobernando al menos hasta 2013. El mandatario se alzó con el 51,7 por ciento de los votos, muy por encima de su competidor más cercano, el ex presidente Lucio Gutiérrez (2003-2005), que alcanzó un 28 por ciento de apoyo. El resultado nos lleva reflexionar sobre tres aspectos clave para el futuro de Ecuador.

 

En primer término, el saldo electoral parece otorgar a Correa la necesaria dosis de estabilidad política, rasgo imprescindible para un país que se había convertido, desde hace un decenio, en la democracia más inestable de América Latina. Desde 1996 Ecuador ha tenido ocho presidentes, tres de los cuales fueron destituidos por la acción del Congreso y como resultado de protestas callejeras. En 1997, el Parlamento ecuatoriano declaró la “incapacidad mental” de Abdalá Bucaram, mientras que sus sucesores Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez fueron derrocados: el primero por un golpe cívico militar en plena crisis económica del año 2000  y el segundo en 2005, en medio de algaradas callejeras que pasaron a la memoria colectiva como la “rebelión de los forajidos”.

 

El triunfo de Correa representa un espaldarazo para su estrategia de “terapia de choque”, que podría resumirse en tres ejes: 1) “revolución ciudadana” (basada en la confrontación permanente con los denominados poderes fácticos: la banca, los medios de comunicación, la élite económica de Guayaquil, los partidos políticos tradicionales y las corrompidas instituciones estatales); 2) ruptura con la política económica ortodoxa de los años ´90 (relanzamiento del Estado como planificador del desarrollo nacional, regulador de la economía y eje de la distribución de la riqueza, a la vez que mantenimiento del dólar como moneda oficial); y 3) rediseño de la política exterior, con una orientación hacia el denominado eje Brasilia-Buenos Aires-Caracas.

 

Segundo, cabe señalar la cuestión de la sustentabilidad del proceso económico ecuatoriano, que a partir de ahora –en un contexto de crisis económica global– deberá hacer frente a una delicada combinación de caída de los precios internacionales del petróleo, disminución de las remesas de los ecuatorianos que están fuera del país y ausencia de crédito externo.

 

Finalmente, está el desafío que representan para Correa las tensiones al interior de su heterogénea coalición de gobierno. El éxito del presidente ecuatoriano ha dependido hasta ahora de su capacidad –que ha demandado esfuerzo e innovación permanentes– para mantener unidas y cohesionadas a las diferentes fracciones políticas y movimientos que componen su gobierno.

 

En breve, el triunfo electoral del pasado 26 de abril ha significado un notable voto de confianza para Rafael Correa y su estrategia política “antisistémica”. El mandatario ha podido, por esta vía, dotar a Ecuador de la necesaria estabilidad política, impensada hace tan sólo una década. Sin embargo, los nubarrones de la crisis económica global y sus efectos sobre la economía ecuatoriana, sumados a las tensiones internas siempre latentes en la heterogénea alianza gobernante, representan amenazas con las que Correa deberá lidiar para mantener la preciada senda de “estabilidad política”, “sustentabilidad económica” y “cohesión interna”.