El fin del Sí pero No

Desde Israel, nuestro corresponsal Alberto Mazor analiza con preocupación la realidad política luego de la Guerra en Gaza y de los últimos comicios.

Por Alberto Mazor

"A lo único que debemos tenerle miedo es al miedo mismo"

                                                                                   (Franklin D. Roosevelt)

Si una imagen simboliza más que mil palabras el resultado de las recientes elecciones legislativas israelíes, esa es la del rabino Michael Ben Arí, nuevo diputado del partido Unión Nacional – dilecto alumno del xenófobo Meir Kahane, cuya facción fuera declarada ilegal por la Corte Suprema – entrando al parlamento, mientras la diputada Zehava Gal-On, del partido de izquierda Meretz, tenaz luchadora por la paz y los derechos humanos, abandona su banca en la Knésset.
Los enormes interrogantes y los complicados problemas desencadenados por los resultados de las últimas elecciones recién comienzan. Es verdad que la jefatura del próximo gobierno tendrá profundas implicaciones en las relaciones palestino-israelíes pero, fundamentalmente, las consecuencias más preocupantes para los futuros dirigentes del Estado judío deben ser las que se están sufriendo dentro de la misma sociedad israelí.
Diferentes conceptos como sionismo o patriotismo, casi no discutidos popularmente desde la creación del Estado, han sido utilizados de modo extremadamente irresponsable y oportunista por varias facciones políticas. Ello ha generado una gran confusión en la que se encuentran sumergidos casi todos los ciudadanos de Israel, una confusión que se resume en muchos casos a banales luchas de bloques, luchas sin límites, que quizás sean lógicas únicamente en un estado que durante la mayor parte de su existencia se ha dado el lujo de determinar unilateralmente sus límites.
Durante cuarenta años una gran brecha se ha abierto entre los bloques denominados "nacionalistas" y "pacifistas". Una distancia que se ve acentuada en estos días. La desconexión entre los diferentes sectores de la sociedad israelí es cada vez más notable y muchas veces se escuda bajo cobardes retóricas que apelan al uso del concepto de "sionismo".
Theodor Herzl, el padre el sionismo politico, nunca habló de conquistas, no escribió sobre opresión, ni apoyó la violación de derechos humanos. Herzl no aspiraba a transferir poblaciones, sólo deseaba un Estado judío para un pueblo sin estado y perseguido. La realización del ideal sionista en su máxima expresión requiere un estado que pueda convivir con sus vecinos. El sueño de Herzl consistía en crear un hogar nacional seguro para todos los judíos del mundo.
Si bien el sionismo a lo largo de la historia siempre encontró la forma de avanzar práctica y realmente, los conflictos con los vecinos árabes y sus malas interpretaciones, hicieron dudar muchas veces sobre las verdaderas intenciones del mismo. Cabe recordar la conflictiva resolución de la ONU que determinó que el sionismo era una forma de racismo.
El sionismo no consiste en incentivar ocupación, opresión, expansión y conflictos internacionales, la idea original de este movimiento político simplemente deseaba crear una sociedad progresista basada en valores judaicos que pudiera vivir y prosperar sustancial y espiritualmente. El sionismo pragmático aceptó la realidad de que no judíos vivirían dentro del Estado de Israel, siendo este un factor fundamental para preservar el carácter democrático del mismo. Esta realidad está expresada y defendida en el Acta de Independencia, una declaración ejemplar que debería servir para recordar a diario en qué principios y valores está basado el Estado.
La ocupación y colonización de los territorios luego de la Guerra de los Seis Días, más que sionismo realizador, fue un asesinato del propio ideal, no sólo desde el punto de vista demográfico que demuestra la catástrofe que ello significa para el carácter judío del Estado de Israel, sino principalmente desde el punto de vista moral y ético, que los judíos deberíamos comprender mejor que nadie.
No podemos dejarnos confundir con las malversaciones que se han realizado sobre el concepto de sionismo, principalmente desde 1967. La firma de tratados de paz con Egipto y Jordania, los acuerdos con la OLP y la Autoridad Palestina y el abandono de territorios ocupados son actos sionistas. Es talvez la mejor forma de salvar el verdadero ideal sionista de un Estado judío que respete dentro de sus límites los derechos de todas las minorías. Pero tampoco nos dejemos engañar; es sólo un comienzo y no una solución; dependerá de los líderes del Estado y de la mayoría de sus ciudadanos que ello no sea el comienzo del fin.
La arena política israelí se encuentra claramente dividida en dos amplios sectores que representan una clásica diferencia entre derecha e izquierda, principalmente delineada por posiciones opuestas en lo que respecta a los conflictos árabe-israelí e israelí-palestino. Ambos bloques no presentan diferencias significativas en los ámbitos socio-económicos como estamos acostumbrados a observar en las democracias occidentales.
Definitivamente el único tema que diferenció a la izquierda y la derecha israelí en los últimos años, y especialmente desde la firma de los Acuerdos de Oslo, fueron las posiciones tomadas en lo que respecta a la paz con los árabes, aunque no podemos ocultar los hechos: si bien el sector político de centro-izquierda fue más propicio a sentarse en una mesa de negociaciones con los enemigos de Israel, los años durante los cuales más se ampliaron los asentamientos y colonias judías en los territorios ocupados fueron aquellos inmediatamente posteriores a la firma de los Acuerdos de Oslo, bajo supuestos gobiernos anti-imperialistas de izquierda. Como se puede ver, el desorden ideológico y moral en lo que respecta a este tema reinó en ambos lados del mapa político israelí. Los catastróficos resultados de la izquierda israelí en los recientes comicios son el reflejo más claro de la confusa fórmula del "Sí pero No". 
Cabe recordar que el accionar unilateralista, sin ningún acuerdo de paz, adoptado por Ariel Sharón, fue la base de la campaña del laborismo en las elecciones de 2003, una idea a la que el mismo Sharón se oponía. Entre otros motivos, fue por dicha oposición que Sharón llegó al gobierno. Durante los últimos años mucho ha cambiado en la región: Sharón salió de Gaza y de la vida política, coaliciones gubernamentales cambiaron de dirigentes, el terror de Hamás y Hezbollah convirtieron en realidad los slogans de pánico utilizados por la derecha nacionalista y religiosa, la segunda Guerra del Líbano y el reciente operativo en Gaza dejaron sus secuelas, pero con todo, siempre era posible encontrar al laborismo en un gobierno de coalición nacional apoyando a un ex líder de derecha desaprobado por la derecha tradicional.
Muchos de los mitos ideológicos que sustentaban a la sociedad israelí cayeron y, como consecuencia, hoy podemos observar una imagen, que para quien conoce la historia política del país, parece ser ciencia ficción en su máxima expresión: Tzipi Livni es apoyada por la izquierda. ¿Quién hubiera apostado a que ciudadanos allegados a movimientos pacifistas, socialistas y pro derechos humanos serían aquellos que al fin de cuentas se verían amparados en el partido Kadima y constituirían su principal fuerza de apoyo popular?
Kadima, cuyos principales dirigentes pasan horas en las cortes judiciales o en interminables interrogatorios bajo sospecha de corrupción, fue rechazado por la derecha nacionalista y apoyado por la izquierda pacifista ocupada más que nada en acciones meramente declarativas a nivel internacional como la Iniciativa de Ginebra y de impedir a cualquier precio – incluído el suicidio colectivo – la formación de un gobierno ultra reaccionario. Este insólito romance entre la izquierda israelí y varios de los ex líderes de derecha, responsables en gran manera de la ocupación y colonización en los territorios, presenta grandes interrogantes sobre el rol de los tradicionales dirigentes de la izquierda, especialmente del laborismo.
No hay duda de que en las recientes elecciones generales el voto de la mayoría de los israelíes estuvo incentivado por cuestiones relacionadas con la política exterior y la seguridad. De acuerdo a un sondeo realizado en estos días por el Centro para el Estudio de la Paz de la Universidad de Tel Aviv, el 58% de los israelíes de origen judío apoyan la creación de un Estado palestino independiente, bajo el contexto de un acuerdo de paz. Pero la mayoría de los israelíes no creen que los palestinos estarían dispuestos a aceptar la existencia del Estado de Israel.
Esta discrepancia, que puede ser explicada por la excusa que dio el Ministro de Seguridad, Ehud Barak, a partir del fracaso de las negociaciones de Camp David en julio del 2000, también explica la caída electoral del laborismo y la izquierda sionista desde aquel momento. Durante la rueda de negociaciones de paz en julio del 2000, el entonces presidente palestino, Yasser Arafat, se negó a declarar el fin del conflicto sin que se resolviera la cuestión de los refugiados palestinos. En declaraciones posteriores a este encuentro, Barak – entonces primer ministro israelí – acusó al líder palestino del fracaso y de renunciar a una resolución pacífica del conflicto.
Los dirigentes políticos e intelectuales de la izquierda sionista y de las organizaciones por la paz, si bien tenían un análisis más sofisticado de la realidad, prefirieron hacer eco al razonamiento propuesto por Barak. Para el público israelí ello significaba que las fuerzas que hasta el momento habían impulsado el proceso de paz reconocían el fracaso.
Las implicaciones de la forma en la que fracasaron los Acuerdos de Camp David fueron trágicas. A finales de septiembre del mismo año comenzó la segunda Intifada – que condujo a la subida de Hamás y a una extrema escalada del terror islámico – perdiéndose, hasta el día de hoy, toda esperanza de que el conflicto se llegue solucionar. Las políticas aplicadas por Barak significaron también la derrota histórica e ideológica de la izquierda sionista que desde ese mismo momento no ha hecho más que deteriorarse.
De acuerdo con la encuesta de la Universidad de Tel Aviv, el 35% de los israelíes creen que un gobierno liderado por Netanyahu podrá llevar adelante el proceso de paz y defender los intereses israelíes mientras que un 25% piensan que un gabinete dirigido por Livni conseguirá llevar con éxito el proceso; apenas un 6% creen que la izquierda israelí podría llevar adelante una política de paz. Un reflejo exacto de los resultados electorales.
Estos datos son consecuentes con la historia parlamentaria de la izquierda sionista de los últimos diez años. En las elecciones de mayo de 1999 el Partido Laborista y Meretz habían conseguido 36 diputados; en las elecciones de enero de 2003, 25; en las de marzo de 2006, 24 y en las recientes, 16. El deterioro resulta realmente catastrófico si recordamos que en los comicios de junio de 1992, con la llegada de Rabín al poder, el Partido Laborista y Meretz habían recibido 56 diputados y que junto con Hadash, la lista electoral no-sionista encabezada por el partido comunista israelí, tenían mayoría absoluta en la Knesset.
Las conclusiones son simples. Para la sociedad israelí, la forma en la cual el proyecto de paz del laborismo y la izquierda sionista fue llevado a cabo, ha fracasado, llevando consigo a los partidos políticos que la habían impulsado. Puesta a elegir, a pesar de mostrarse a favor del establecimiento de un Estado palestino, la opinión pública israelí ya no tiene confianza en el proceso de paz. La población judía en Israel optó por una coalición de ultra derecha liderada por Netanyahu, que ahora puede formar un gobierno de amplia mayoría con los partidos nacionalistas y los judíos ortodoxos.
David Ben Gurión solía decir: "Yo no sé lo que el pueblo quiere; yo sé lo que el pueblo necesita". En estas elecciones quedó demostrado que la política de titubear constantemente ante acciones ilegales sólo para satisfacer intereses inmediatos de poder, o la confusa filosofía del "Sí pero No", a la larga se cobran su precio.
El grave problema en Oriente Medio es que el precio siempre se paga con sangre.