El 4 de noviembre de 2008 quedará registrado en la historia de Estados Unidos por muchos motivos. Por primera vez en sus más de 200 años, una persona de color ocupará el despacho principal de la Casa Blanca. En un país en donde el sufragio no es obligatorio, el registro de votantes fue de alrededor de 120 millones de ciudadanos, la mayor convocatoria en la historia norteamericana.
Paso a paso
Las elecciones en Estados Unidos, a diferencia de Argentina, son indirectas. Esto quiere decir que los votantes en realidad no eligen a un candidato o un partido, sino un número determinado de electores por Estado, que se comprometen a apoyar a un determinado aspirante en el Colegio Electoral. Generalmente, todos los representantes de un Estado votan por el mismo candidato –aunque existe algún antecedente de cambios de bando-. Por eso, se dice que las elecciones en EEUU se ganan “por Estado”.
Si bien el apoyo recibido por Barack Obama fue abrumador y mundial –como pudo constatarse, por ejemplo, en su visita a Israel hace unos meses-, el nuevo mapa político no muestra demasiadas sorpresas. El cinturón central del EEUU (Texas, Oklahoma, Kansas, etc) sigue siendo republicano, mientras que los Estados costeros (especialmente aquellos en los que se emplazan las ciudades más grandes, como California, Connecticut y Massachussets) volvieron a elegir a los demócratas.
Entre los logros de estos últimos también debe incluirse el “dar vuelta” al tradicionalmente republicano Colorado que, si bien no era uno de los 7 Estados más disputados, sí constituía un objetivo demócrata. No es casualidad que la ciudad de Denver haya sido elegida para su Convención en agosto.
Voto bronca norteamericano
El flamante presidente electo también tiene mucho que agradecer al Partido Republicano por su victoria. En un contexto en el que la popularidad del actual líder George Bush cayó a pasos agigantados, en parte por su poco político empecinamiento con medidas impopulares -como continuar con la ocupación en Irak- pero también porque ha debido enfrentarse a una de las crisis económicas más graves de los últimos tiempos –que, paradójicamente, devino en otra impopular decisión: el rescate millonario de los bancos-; el candidato John McCain representaba la continuidad de un modelo que muchos ciudadanos se demostraron poco dispuestos a seguir apoyando.
La elección de la gobernadora de Alaska, Sarah Palin, como compañera de fórmula también trajo a los republicanos más problemas que beneficios. Originalmente pensada como una estrategia para contrarrestar posibles ventajas que podría obtener Obama en el voto de las minorías, la ex reina de belleza –que podría haberse convertido en la primera vicepresidente mujer de los EEUU- no fue la mejor opción. Lejos de sumar votos, sus conservadoras e intransigentes posturas con respecto a temas como la pena de muerte, la portación de armas o el aborto –en plena campaña anunció que su hija de 17 años estaba embarazada, y no sólo tendría a su hijo, si no que se casaría con el padre- terminaron de definir a muchos votantes por el candidato demócrata. También fue bastante pobre su desempeño en los debates –a los que el electorado norteamericano da una gran importancia- frente al compañero de fórmula de Obama, Joe Biden.
Otro factor que contribuyó a poner en duda la fórmula republicana fue la edad de John McCain: De haber resultado electo, se habría convertido en el candidato más viejo al momento de ganar un sufragio.
Divide et impera, en el siglo XXI
Nunca antes había sido la cuestión de las minorías tan relevante durante las elecciones. Si bien otros candidatos habían apelado al voto judío o latino, la concurrencia masiva de los grupos étnicos a las urnas registrada fue un hecho sin precedentes.
Ambos candidatos intentaron conseguir el beneplácito de la comunidad latina de Estados Unidos, nada despreciable, teniendo en cuenta que ésta constituye el 15% de la población. Pero en este punto, una vez más, la agresiva política republicana de la actual gestión con respecto a la cuestión inmigratoria –poco después de la reelección de Bush se comenzó a construir un muro a lo largo de la frontera entre EEUU y México para prevenir la llegada de ilegales- se le volvió en contra a McCain.
La comunidad judía norteamericana, que constituye cerca del 2 por ciento del electorado, ha sido históricamente más propensa a votar por el Partido Demócrata: en el 2004 John Kerry logró el 76% de los sufragios, mientras que sus predecesores Al Gore y Bill Clinton obtuvieron cerca del 80%. La intención de voto a Obama, sin embargo, rondaba el 57%.
Un factor muy importante para comprender esto fueron las dudas disparadas durante la campaña sobre la religión del demócrata. Su segundo nombre –Hussein- y el haber vivido varios años en Indonesia, país con mayor población musulmana del mundo, generó rumores sobre una supuesta práctica privada del Islam y dudas sobre su capacidad para defender los intereses de este grupo.
Pero el apoyo de la comunidad era fundamental sobre todo en La Florida, Estado muy disputado en el que los judíos constituyen el 5% del padrón. La respuesta del equipo de campaña no se hizo esperar: Obama viajó a Israel, donde se entrevistó con el primer ministro saliente Ehud Olmert, con el presidente Simón Peres, y con el opositor Binyamin Netanyahu. Fue recibido con tal furor, que un grupo de periodistas llegó hasta a quitar el deseo depositado por el actual presidente electo en el muro de los lamentos para ver que decía.
Paralelamente, se organizó una respuesta desde casa. La humorista Sarah Silverman subió a internet un video en el que apelaba a los jóvenes judíos para que insten a sus abuelos a votar por Obama, estableciendo graciosos paralelismos entre un joven afroamericano y un judío retirado.
Mirando hacia adelante
A pesar de las dudas, las últimas encuestas daban como ganador al candidato demócrata, a pesar de la merma en la intención de voto que suele darse en los días previos a las elecciones. Si bien fue una elección bastante ajustada -en algunos Estados, como Florida, Missouri, y Carolina del Norte- la diferencia de votos entre Obama y McCain fue de entre 1 y 2%- la victoria demócrata no fue inesperada.
En un discurso ante una enardecida multitud, Obama mostró la tradicionalmente política imagen de hombre de familia, agradeciendo a su esposa y a sus hijas por el apoyo recibido durante la campaña. También se tomó un momento para recordar a su abuela, quien había fallecido unos días atrás, no sin antes contribuir con un voto más para su nieto. Prometió nuevas alianzas, y olvidar viejos rencores. Durante los próximos 4 años, deberá dedicarse a cumplirlas.