El lenguaje es una de las maravillas más notables del género humano. Sirve para comunicarse, para dialogar, para transmitir ideas y sentimientos. Pero como todo instrumento puede ser utilizado para escribir El Quijote, Romeo y Julieta, La Divina Comedia, Cien años de Soledad, Martín Fierro, o Mi Lucha, Los Protocolos de los Sabios de Sión o los innumerables libros de autoayuda. Puede ser la voz de un discurso de Evita contra la oligarquía o una conferencia de prensa de Videla explicando taimadamente que son los desaparecidos.
El lenguaje como el cuchillo sirve para ayudar a comer o para matar.
En esta época, en que los políticos son vendidos como productos, los asesores publicitarios y de imagen intervienen no sólo en la forma sino en el contenido del discurso.
Muchos periodistas que posan de puros, de independientes de algunos gobiernos, escamotean que son dependientes de los poderes económicos al tiempo que compran consciente o inconscientemente un discurso diagramado desde los inspiradores del relato.
El país se prepara ingratamente a ser escenario de una segunda versión del conflicto entre algunas agrupaciones representativas del campo y el gobierno. El primer round concluyó con un contundente triunfo político de las cuatro agrupaciones pero con una derrota económica de la Federación Agraria que puso la presencia popular en los cortes y actos. Luchó para estar finalmente peor que el 11 de marzo, en una puja ideológica que superó ampliamente el origen del conflicto que fue un incremento impositivo. El gobierno cometió varios errores, enmascarando que el objetivo inicial fue mejorar la posición de las reservas ante la crisis que se avecinaba. Cuando la resistencia rural se amplió con amplias franjas urbanas, Cristina Fernández fue variando las razones de justificación del incremento hasta llegar a explicar que los nuevos fondos se destinarían a escuelas y hospitales. El monto en juego no era significativo en ese momento ni para el Estado ni para los afectados, pero la batalla planteada a todo o nada tuvo un costo global y político de una desproporción que llegó a rondar la posibilidad de renuncia presidencial y terminó condicionando significativamente los tres años que faltan para completar el actual mandato.
Las agrupaciones agropecuarias ganaron ampliamente en los medios alineados en una cadena privada mayoritaria y permanente. Y ahora que se aproxima una remake, en un contexto diferente y poco propicio para no decir inoportuno para repetir la película estrenada en marzo, donde las partes parecen haber aprendido poco, vuelve el periodismo prácticamente en su totalidad a hablar de la protesta del campo, de los requerimientos del campo, del paro del campo, …
Y entonces coinciden los medios que representan directamente esos intereses con los periodistas que han tomado partido por el sector agropecuario englobados todos en un concepto o caracterización geográfico pero de ninguna manera político.
Cuando se habla del paro en el campo, parece sugerirse que el trigo y la soja deciden no crecer, el gallo no cantar a la madrugada, las vacas cerrar sus ubres, los chanchos abominar el chiquero, las ovejas dejar de balar y las vacas negarse a los toros y a la inseminación artificial.
Cuando se dice genéricamente campo, los periodistas "puros e independientes" repiten en el mejor de los casos el discurso preparado desde una oficina de asesores publicitarios. Son tan loros como algunos oyentes radiales que creen que dan su opinión cuando sólo repiten las argumentaciones o clichés de su radio favorita. O como los economistas profesionales que ocultan su rol de gestores de negocios y solo traducen al castellano la voz del amo o disfrazan bajo una pretendida asepsia su rol de operadores económicos.
Si dicen paro o protesta del campo sugiero que cuando hay un paro de docentes, digan que hay una huelga de escuelas, que cuando los empleados del subte paran afirmen que las vías y los vagones están de brazos caídos o que si los médicos hacen una protesta, informen que la medicina está de huelga. También cuando hay una protesta en una fábrica de la Capital comuniquen que la ciudad para.
Resulta claro en estos casos que es ridículo informar de esta forma, aunque en este tema del conflicto agropecuario resulte del más estricto sentido común contrabandear bajo un concepto geográfico una caracterización política colocando como un todo lo que es una parcialidad importante y diluyendo los intereses contradictorios y comunes bajo una terminología equivocada que evoca a la familia Ingalls. En el concepto campo, queda así diluido el peón y el propietario, el arrendador y el arrendatario, el pequeño productor y el pool sojero, los productores de las economías regionales y los de la pampa húmeda, el rentista y el que alquila los servicios de sus maquinarias, la Sociedad Rural y el Mocase.
La instrumentación del lenguaje es otra de las aristas de la batalla política. Es mentir con imágenes y caracterizaciones efectivas pero erróneas. Terminar siendo voluntaria o involuntariamente un gigantesco amplificador de un slogan publicitario.
Cualquier mediocre analista lo puede observar. Es tan diáfano y transparente que impide que sea apreciado por los periodistas puros e independientes.