Primero había superado una tremenda crisis producto de su desempeño como responsable máximo de la guerra entre Israel y Hezbolah: nadie le perdonó que no supiera ganarla. A partir de allí se acostumbró a vivir con un apoyo popular que, ni en los mejores días, superaba el 10 por ciento de aprobación. A esto hay que sumarle las causas de corrupción que empezaron a caerle encima cada vez con más fuerza y que lo llevaron a la decisión de anunciar lo que, inevitablemente, será el final de su carrera política: su renuncia al cargo de primer ministro.
Su subsistencia en el poder se explica por su feroz pragmatismo, que lo llevó siempre a escapar hacia adelante en los momentos en que parecía que ya no había alternativas. Fue rápido para enterrar la idea alrededor de la cual se creó Kadima, el partido de centro que fundó junto a Ariel Sharon: la política de desconexión unilateral. Cuando Hamas desde el sur y Hezbolla desde El Líbano sinceraron su posición al demostrar que su guerra contra Israel va muchos más allá de las cuestiones territoriales, buscó, percibiendo las intenciones de la comunidad internacional, un interlocutor válido del lado palestino. Abu Mazen se transformó entonces en la opción. La conferencia de Annapolis y la posibilidad de poder alcanzar acuerdos en el corto plazo despertaron expectativas.
También descomprimió un poco su situación interna con su política hacia Siria. Primero mandó un mensaje contundente, a través de un bombardeo, de que no permitirá ningún tipo de iniciativa para que el régimen de Bashar al-Assad desarrolle tecnología nuclear. Luego hizo público su acercamiento diplomático con el régimen sirio bajo la mediación de Turquía para intentar normalizar las relaciones. Pero quizás su última y más difícil jugada para intentar recomponer su vínculo con la opinión pública, fue la decisión de liberar al terrorista libanés Samir Kuntar para que Hezbollah devuelva los cuerpos de los dos soldados israelíes que habían secuestrado. La sociedad israelí necesitaba cerrar ese capítulo y Olmert actuó en consecuencia.
Pragmatismo y destreza
La sensación era que Olmert parecía dispuesto a todo con tal de reconstituir su base de legitimidad y recuperar poder. Para esto trató de interpretar las demandas de la sociedad y actuar en ese sentido. Para la mayoría de los israelíes sigue siendo prioridad alcanzar la paz con los palestinos y establecer relaciones con los países vecinos. Olmert, a pesar de su debilidad, se propuso dar esas respuestas.
Además demostró una habilidad política que le permitió resistir en el poder mucho más de lo que la realidad reflejaba. Más aún si se tiene en cuenta las características del sistema parlamentario israelí, que reacciona llamando a nuevas elecciones rápidamente cuando se producen crisis políticas irrecuperables como las que piloteó Olmert. Su capacidad para negociar y construir una sólida y fiel base política en el parlamento lo sostuvo ante los embates de sus adversarios.
¿Final para "Kadima"?
Pero más allá de todo esto, pudo conseguir este respaldo para mantenerse en el poder en semejante situación porque su permanencia le era funcional a los intereses de su partido, Kadima, y de sus socios del laborismo. Llamar a elecciones anticipadas cuando su imagen se derrumbaba hubiera ocasionado un sismo en el sistema político israelí. Por un lado hubiera sido el final de Kadima. La opción de poder que ofrece ese partido no está en condiciones de soportar un desafío electoral: así las cosas, Olmert arrastrará a su espacio político al fracaso. Además, un minuto después de esa derrota, la estampida de las figuras políticas que convergieron en esa experiencia sería imparable. Todas irían a buscar cobijo en las estructuras partidarias tradicionales.
Por su parte, el laborismo hubiera pagado caro su sociedad a prueba de todo con Olmert. Ehud Barak trató de hacer un raro ejercicio político que pocas veces funciona: ser opositor y socio -al mismo tiempo- en el mismo gobierno. Frente a este panorama, Bibi Netaniauh tiene, hoy por hoy, el camino despejado para volver a ser primer ministro si se llamara a elecciones. Pero parece que tendrá que esperar, más allá que la mayoría de los israelíes lo ven como el más apto para encarar la agenda que debe enfrentar Israel en los próximos meses: Irán y Hamas.
Por eso, lo mejor para los socios en el poder es retrasar las elecciones. Para eso, apuestan a que quien gane la interna de Kadima en septiembre logre formar gobierno para terminar el mandato que Olmert abandonará. Ese será el tiempo que Kadima necesitará aprovechar para reformularse y volver a aparecer como una opción creíble de poder. Y para que el laborismo replantee su posición y se vuelva a posicionar ante la nueva realidad política. Hace siete años que sólo se dedica a sostener proyectos ajenos. Es muy poca responsabilidad para un partido político acostumbrado a liderar.
Por esto, hasta en la forma que decidió dejar el cargo, Olmert demostró una alta dosis de pragmatismo. Su intención es la de hacer menos traumático el final de una gestión demasiado cuestionada. De alguna manera prefirió ser él quien decida cómo y cuándo terminar con su vida política. Se dio cuenta que por más esfuerzos que haga, la Justicia que lo investiga y las urnas, que tarde o temprano llegarán, le tenían preparado otro final, cruel e inexorable, acorde con lo que fueron sus casi tres años al frente del gobierno israelí.