Acuerdo palestino:

Sí pero no

Era de esperar que cuando dirigentes árabes se reúnen en La Meca, y además son convocados personalmente por el Rey de Arabia Saudita, Abdullah bin Abdulaziz al-Saud, en los Lugares Santos del Islam, la Autoridad Palestina presidida por Mahmud Abbas y el Hamas, hayan llegado a un acuerdo para formar un Gobierno de unidad nacional. Ante semejante concentración de poderes, terrenales y sobrenaturales, no ha nacido -aún- el árabe que pueda resistirse. Además, ese acuerdo debería producir de inmediato el fin de la violencia y una expectativa de reanudación de la ayuda económica internacional, que es lo que le permitiría a la AP llegar a fin de mes.

Por Alberto Mazor (Desde Israel)

Pero todo esto parece más que dudoso, ya que el enfrentamiento entre las dos principales fuerzas políticas de Palestina no es nada casual. Al contrario, era inevitable. Recordemos que en enero de 2006, inesperadamente para todos, incluso para sí mismo, el Hamas obtuvo la victoria en las elecciones parlamentarias palestinas, lo que originó la confusa dualidad en el manejo del poder, pues el presidente de la AP era Mahmud Abbas, líder de Al Fatah, y éste no quiso resignarse con la pérdida del mismo. Al fin y al cabo, dicha dualidad consiguió paralizar la vida en los territorios palestinos, sobre todo, teniendo en cuenta la circunstancia de que Occidente estaba dispuesto a tratar sólo con Abú Mazen, y a condición de que toda ayuda que se transfiera a los palestinos, sea gestionada por él y no por el gobierno formado por los radicales de Hamas.
De hecho, inmediatamente después de su victoria, los fundamentalistas, conscientes de que se verían ante un aislamiento internacional, les propusieron a Al Fatah y a otras fuerzas políticas formar un gobierno de unidad nacional. Pese a los reiterados intentos emprendidos durante todo el año pasado, esta acción no prosperó. Los principales factores de la discordia entre Al Fatah y Hamas eran -y continúan siendo- la legitimidad del terrorismo por parte de los integristas y la negativa de éstos de reconocer a Israel y a todos los acuerdos palestino-israelíes firmados anteriormente. Aquellos que presagiaban que pasado algún tiempo, Hamas abrazaría el camino de Yasser Arafat (quien, en aras de lograr el apoyo internacional, reconoció la existencia de Israel) se equivocaron.
La principal diferencia reside en que Arafat representaba una organización laica, cuya meta fundamental era crear su propio Estado. Para alcanzarla, sus miembros estaban dispuestos a cambiar de táctica y reconocer a Israel. Hamas, en cambio, es por su esencia una organización ultrareligiosa que no puede cambiar de ideología de la noche a la mañana. De lo contrario habría dejado de existir convirtiéndose en una división más de Al Fatah.

La estrategia

Después de que por enésima vez, los dos movimientos no pudieron llegar a un acuerdo, y su enfrentamiento armado amenazaba desembocar en una sangrienta guerra civil, Mahmud Abbas decidió anunciar la celebración de elecciones parlamentarias y presidenciales anticipadas. Al Fatah, en caso de triunfar, podría recuperar la plenitud del poder en los territorios. Contrario a que los acontecimientos tomen tal aspecto, Hamas se opuso tajantemente a los comicios y anunció que los boicotearía.
Pero Abbas reservó posibilidades para elaborar alguna fórmula de compromiso. Dejó una puerta abierta diciendo que todavía podían reanudarse las negociaciones sobre la formación del gobierno de unidad nacional. Es decir, el líder palestino esperaba que los fundamentalistas, contrarios a la convocatoria de las elecciones, aceptaran aumentar el número de carteras ministeriales que les serían otorgadas a Al Fatah.
En tal caso se podría prescindir de los comicios, lo que beneficiaría tanto a los extremistas como también a Abbas, quien ponía en juego su propio cargo; porque si algún personaje de Hamas se postulaba para la presidencia de la AP y ganaba las elecciones, en tal caso Al Fatah lo perdería todo: presidencia, parlamento y gobierno, además de las terribles consecuencias que un resultado así ocasionaría a toda la región. Por lo visto, Abbas no deseaba arriesgar demasiado y jugarse todo a una sola carta.
Ya que ambas partes enfrentadas se mostraban cautelosas respecto a las elecciones, precisamente esta circunstancia podía impulsarlas a elaborar una fórmula de compromiso. En este tema podría desempeñar un papel positivo el hecho de que los líderes de ambos movimientos estaban conscientes de que sus fuerzas eran aproximadamente iguales -mientras Al Fatah posee mayores recursos financieros y dispone de una infraestructura material más sólida, Hamás se caracteriza por una mayor combatividad, precisamente debido al fanatismo religioso-.
Teóricamente, ante la delicada realidad palestina en particular, y del Medio Oriente en general, no se descartaba la desintegración de la AP en dos cuasi Estados, desde luego no reconocidos por nadie: uno en la Franja de Gaza, dominado por Hamas y apoyado por formaciones fundamentalistas de la región -Irán, Hezbollah, los Hermanos Musulmanes, etc.- y otro en Cisjordania, controlado por Al Fatah, con el apoyo de Egipto, Jordania, Arabia Saudita y El Líbano de Fuad Siniora, entre otros (Siria merece un capítulo aparte).

Sueño o realidad

Pero era poco probable que esta variante convendría a los líderes de ambos movimientos, pues en tal caso se podría dar por sepultado el sueño secular de crear el Estado palestino. De modo que ante la opción de una inminente guerra civil, no quedaba otra que intentar un acuerdo. De todas formas, cabía reconocer que las perspectivas de llegar a una fórmula de compromiso eran bien ilusorias, y en este asunto tendría mucha importancia la ayuda de posibles mediadores.
Ahora bien, ¿Quién podría asumir tal papel y qué métodos de influencia podría emplear? Las evidencias apuntaban que sólo tendrían efecto las palancas de presión financiera. Pero ni Europa ni Estados Unidos podrían utilizarlas por secundar sólo a una parte involucrada en el conflicto -Al Fatah-, mientras era imprescindible alentar a ambos movimientos a la vez. De lo contrario, los dos se irían imputando el uno al otro el fracaso de las negociaciones.
Los únicos que podrían asumir el papel de mediadores en esta situación eran los Estados árabes. Estos países, como Arabia Saudita, aplicaron todos los esfuerzos por tratar de impedir la guerra civil entre los palestinos. Era necesario hacerlo, ante todo, para mantener el prestigio del mundo árabe e impedir la partición de la AP en dos Estados. Tal evolución de los sucesos sería desfavorable para ellos. A decir verdad, sería desfavorable para todos, incluidos los israelíes, porque si en Palestina estalla una guerra civil, los atentados terroristas volverán a flagelar, también, a Israel.

Sí pero no

El acuerdo logrado es menos que alentador; observándolo desde una perspectiva más amplia, aparenta ser más una tregua momentánea o una nueva antesala de la renovación de los enfrentamientos.
El reparto de carteras del futuro gobierno es tan razonable como irrelevante. Pero lo que dice -o deja de decir- es lo más notorio: el vocablo Israel no figura a lo largo de todo el documento, y no por mera casualidad.
El acuerdo anota que Hamas se compromete a respetar los intereses del pueblo palestino en relación con decisiones anteriores de la OLP, lo que significa que obedece -pero no acata- los acuerdos de reconocimiento mutuo con Israel de Oslo de 1993 ni el ‘Mapa de Rutas’ de 2003. Es decir que admite la existencia de Israel pero sólo como una «aspiración intelectual»; frente a lo cual también Israel se apresuró a «aspirar intelectualmente», dejar constancia, de que ni aceptaba ni desechaba el acuerdo sino que estudiaba con lupa su contenido, pero que nada que no fuera reconocimiento pleno y renuncia al terror podía impresionarle.
Lo dicho; todos se atrincheran en el «sí pero no».
El transparente objetivo real del acuerdo era lograr la reanudación de la ayuda internacional, pero es raro que por este motivo la Unión Europea se desenganche de Estados Unidos, con lo que el posible portazo israelí podría ser válido para todos.
Pero aun así, los palestinos esperan algún confort de la firma, como que Arabia Saudita haga válida su oferta de desembolsar más de 1.000 millones de dólares.
Estados Unidos, urgido de la alianza saudita contra Irán, podría mirar para otro lado ante la circulación de esos millones, que hasta hoy ha sido imposible girar a los interesados, por la obstaculización de la banca occidental.
La guerra civil palestina, tan vigente solo algunas semanas atrás, continua siendo hoy más factible que nunca. Para evitarla -si es que aun existe esa posibilidad- es necesario exigir a Hamas que renuncie al terror, acepte y acate los acuerdos internacionales firmados por la AP y Al Fatal, e intente desarrollar con Israel un proceso que lleve al mutuo reconocimiento.
Israel, por su parte, debe acrecentar el diálogo con los grupos palestinos moderados y fortalecer con hechos sus declaradas intenciones pacíficas de entendimiento.
Tanto para Israel como para la AP, la política del «sí pero no» condujo siempre al «no». Y el «no», a la tragedia.