Historia:

La Semana Trágica

Los titulares del 10 de enero de 2006 destacaron que el ex comisario Alfredo Fanchiotti y el ex cabo Alejandro Acosta fueron condenados a prisión perpetua por el doble homicidio de los piqueteros ocurridos el 26 de junio de 2002, en la “Masacre de Avellaneda”. Los titulares del 10 de enero de 1919 destacaron los hechos de violencia que ocurrían en la luego denominada “Semana Trágica” (período comprendido entre el 7 y 14 de enero de 1919).

Por Marcos Slipakoff

Ese día la Capital Federal estaba virtualmente paralizada por una huelga general en repudio a la represión policial ocurrida en las inmediaciones de los Talleres Vasena y Cementerio de la Chacarita.

Antecedentes históricos y sociales:

A partir de la segunda mitad del siglo XIX se inicia la creciente ola inmigratoria que proviene, en un alto porcentaje, de España, Italia, Rusia y Polonia, entre otros países.
Si bien su mayor experiencia radicaba en el trabajo rural, los inmigrantes se encontraron frente a la imposibilidad de acceder a la propiedad de la tierra, salvo contadas excepciones.
Por el contrario, se ven obligados a trabajar en forma miserable en los centros urbanos y engrosan las filas de la mano de obra disponible. Es por ello que, en 1914, la población extranjera representa un 30% de la población total, cifra que en Capital Federal, asciende a un 50,6%.
Frente a la opresión de la oligarquía y la imposibilidad de expresarse por los medios políticos tradicionales, comienzan a surgir las Organizaciones Obreras que también aglutinan a la clase trabajadora nacional.
Las manifestaciones de estas organizaciones comienzan a ser reprimidas por la elite gobernante que genera una espiral de violencia que antecede a la Semana Trágica.
El 1 de mayo de 1909, en adhesión al Día del Trabajo, se reúnen distintas agrupaciones obreras y anarquistas que son reprimidas por la Policía comandada por su jefe, el Coronel R. Falcón.
Resultado: 5 muertos y 40 heridos. Se detiene a 16 dirigentes y se clausuran todos los locales anarquistas.
Meses después, vengando estos hechos, el adolescente judío Simón Radowitsky asesina al Coronel Falcón.
Como la mayoría de la población judía provenía de Europa Oriental, comienza a identificarse al judío como el ‘ruso’ y los barrios donde se concentraban como ‘barrios rusos’. En Capital Federal, se instalan, mayoritariamente, en Once, Villa Crespo, Caballito, La Boca y Barracas.
“En tales circunstancias, para muchos, se hizo particularmente antipático el judío, tanto por su condición de tener origen ruso, como por la difundida creencia de que participaba de toda labor disolvente”, comenta Boleslao Lewin en “Cómo fue la inmigración judía en la Argentina”.
Por ello, no fue casualidad que como consecuencia del festejo del centenario de la independencia de nuestro país, el 25 de mayo de 1910, los barrios judíos fueran asolados por bandas de “nacionalistas” que provocaron disturbios al grito de “fuera los rusos”.
Ya en 1919 se había producido la Revolución Rusa (1917) y la propaganda asimilaba maximalismo a “ruso” por lo que -rápidamente- ruso, maximalista, anarquista y judío se convirtieron en sinónimos.
No obstante, un porcentaje de obreros judíos eran muy activos dentro del movimiento sindical, creando inclusive organizaciones específicas como la ‘Unión de Artistas Israelitas’, ‘Unión de Obreros Sombrereros Judíos’, ‘Maestros Judíos’ y ‘Periodistas Judíos’, entre otras.
Además, el Partido Socialista había inaugurado un centro de propaganda Idish llamado ‘Avantgard’.

La Semana Trágica:

En 1919 el mundo se encontraba sumido en la crisis de la post Primera Guerra Mundial en la que predominaban los bajos salarios y las paupérrimas condiciones laborales.
Yrigoyen (1916/1922), frente a la clase obrera, tuvo una actitud oscilante dado que en algunos conflictos actuaba como mediador y en otros reprimía.
Unos meses antes, el 2 de diciembre de 1918, unos 2.500 obreros de la importante empresa metalúrgica Pedro Vasena e Hijos Ltda., situada en Cochabamba y Rioja, en el barrio de San Cristobal, donde ahora se encuentra ubicada la plaza Martín Fierro, se declararon en huelga exigiendo entre un 20 y 40% de aumento escalonado de salarios, reducción de la jornada de 11 a 8 horas, descanso dominical y reincorporación de empleados despedidos por su actividad gremial.
Los dueños desoyeron los reclamos y reclutaron matones “rompehuelgas” que debían mantener la actividad y abortar cualquier incidente, sobre todo, en el trayecto entre la fábrica y el depósito ubicado en Santo Domingo y Pepirí -Parque Patricios-. También el gobierno proporcionó efectivos policiales para garantizar el orden propuesto por la patronal.
El martes 7 de enero de 1919, a las 16 horas, un grupo de huelguistas intentó convencer al resto de los obreros que realizaban el transporte que se adhieran a la huelga. Comenzaron a tirar piedras y la Policía disparó con sus fusiles matando a 4 obreros e hiriendo a 30 personas en dos horas de choques y confusión.
Al día siguiente, la indignación cundió en las filas obreras y la FORA (central obrera anarquista) convocó a una huelga general. Poco a poco, el resto de los sindicatos se fueron adhiriendo y su punto máximo aconteció entre el 10 y 13 de enero, por los trágicos sucesos del día 9.
Ese jueves se realiza el entierro de las víctimas en una procesión que cruzó la ciudad rumbo al cementerio de Chacarita. Al pasar por los talleres Vasena comenzaron los tiros, incidentes, corridas y caos. Cuando llegan al cementerio, los primeros discursos no pudieron finalizar porque otra ráfaga de balas dejó un tendal de muertos.
Yrigoyen nombró a un nuevo Jefe de Policía (Elpidio Gonzalez, radical) y militarizó la ciudad. El General Dellepiane trae sus tropas de Campo de Mayo y lidera la represión. Mientras tanto el gobierno permite que los conservadores se organicen en bandas armadas paramilitares que recorren la ciudad persiguiendo huelguistas.
Los jóvenes de alta y media burguesía porteña se alistaron en la Guardia Cívica y en la Liga Patriótica Argentina (creada por Manuel Carlés) y algunos propusieron una “degollina” de rusos.
Estos grupos se mezclaban con la Policía y cuando veían pasar a un inmigrante, al grito de “¡un ruso!” se dispersaban tras del que huía desesperadamente por la calle desierta.
La persecución duraba poco y era entregado a la Policía. En la comisaría los interrogaban a los golpes. En otras ocasiones, un verdadero remolino de brazos lo golpeaba, y si lograba escapar, lo perseguían.
La ola antisemita continuó varios días, a tal punto que en la noche del 10 de enero, los locales de varias organizaciones obreras judías como Avantgard, Poalei-Sión y la Asociación Israelita de Actores, fueron atacados y sus bibliotecas y muebles, quemados.
También los locales de Ecuador 359 y 645 donde funcionaban los centros de obreros panaderos y de los obreros peleteros judíos sufrieron grandes daños.
A fin de salvar lo que podía, Pedro Wald, Director de Avantgard, ingresó a la sede donde fue arrestado por la Policía. Alrededor de su detención nació la farsa del “Complot Maximalista” que se expande en el interior del país y en Uruguay. Wald fue acusado de ser el Presidente del “Soviet de la República Argentina”.
Según fuentes obreras (el periódico ‘La Vanguardia’ del 14 de enero), el saldo de la Semana Trágica fue de 700 muertos y 4.000 heridos.
De la comunidad judía hubo 1 muerto y 71 heridos.

Alarma social

Al día siguiente, el sábado 11, Yrigoyen se entrevistó con Vasena y poco después se anunció la aceptación de las demandas de la FORA. Entonces se resolvió levantar la huelga general con la oposición de algunos sectores, y a partir del 15 de enero, con la liberación de algunos presos, la situación se fue normalizando.
Pedro Wald fue dejado en libertad luego de ser torturado en la comisaría séptima de la calle Lavalle, entre Paso y Pueyrredón.
Otros episodios similares ocurrieron en la seccional novena y el Departamento Central de Policía.
Los responsables del pogrom no fueron castigados pero generaron, en parte de la sociedad argentina, la voz de alarma respecto al odio que existía hacia el inmigrante.
“Ante la universal prevalescencia del prejuicio antijudío, el hombre argentino, tan perceptivo de las realidades sociales, deberá formular un análisis objetivo y realista, buscando la raíz de este estereotipo y examinando si corresponde, de alguna manera, con nuestro panorama nacional. No es el prejuicio, deformado y deformante, el que esclarece. Son los hechos, la historia, los que también en esto llevan la verdad”, se advierte en la edición 179 de la revista “Todo es Historia” sobre el ‘Antisemitismo en la Argentina’.