Camino al Ballottage

El día después

El Grupo de sacerdotes católicos comprometidos con los pobres, en un comunicado dado a conocer el sábado 23 de agosto afirmaba: "Hay viejos lastres que no terminan de caer y luces de esperanza que no terminan de despuntar". En las elecciones en la Capital del 24 de agosto había escasas luces de esperanzas, pero sí la presencia de viejos lastres. Estratégicamente, los comicios resultan muy importantes porque el Presidente Néstor Kirchner, coherente con su posición de jugar muy fuerte en materia política, apoyó decididamente al actual jefe de gobierno Aníbal Ibarra a contrapelo del apoyo del Justicialismo a un candidato de otro partido como Mauricio Macri, en las antípodas de cualquier atisbo de peronismo histórico. El triunfo del heredero y ex funcionario del emporio económico que lleva su apellido, por estrecho margen, alienta expectativas ciertas en el gobierno sobre la factibilidad de revertir la derrota. El camino no es sencillo, y será posible sólo si se analiza adecuadamente el mensaje de las urnas.

Por Hugo Presman

Algunas consideraciones sobre Macri-Ibarra

El triunfo de Mauricio Macri recompone la alianza social menemista en donde confluyen los sectores de mayores y menores ingresos junto con franjas de clase media preocupados por los baches, la caca de perro y la limpieza. Carente de una estructura nacional, y con el endeble apoyo del Justicialismo de la Capital, Mauricio Macri es el gran ganador de los comicios.
Macri y Patricia Bullrich obtuvieron, sumados, más votos (casi 47%) que la acumulación de los recogidos por la dupla Menem – López Murphy el 27 de abril (40%). En cambio la suma de Kirchner – Carrió, hace 120 días (39%), es 5 puntos superior a los que cosechó Ibarra con el apoyo de aquellos.
A pesar de todo, la magra diferencia obtenida por Macri, puede convertir el triunfo parcial en una victoria transitoria.
Se observa que el ganador cabalgó, en una cifra apreciable, sobre la base de sustentación que el 27 de abril votó a Ricardo López Murphy. La referente local del hombre de FIEL, perdió en 120 días casi dos de cada tres votos obtenidos.
Se podría afirmar, en vía de generar alguna hipótesis, que Mauricio Macri expresa el reclamo más superficial y erróneo del 19 y 20 de diciembre: el valor “per se” de la juventud, presuntamente impoluta, potenciada por no haberse manchado con adscripciones políticas partidarias.
Por debajo de esa argumentación cabalga un valor sobresaliente de la década menemista – delarruista: el éxito económico exhibido sin escrúpulos. Para darse solidez discursiva, el candidato de SOCMA acudió a un lenguaje travestido que suena a falsete: crítica tardía del menemismo, reivindicación del espacio público, de la escuela pública y del Estado.

El “Síndrome Primo Levi”

Resulta importante constatar que la derrota electoral del menemismo hace cuatro meses no es más que un triunfo parcial, que no presupone la caída de sus aspectos más fuertes, los que se reencarnan en otros personajes. En éste caso en un beneficiario directo de las políticas neoliberales de las tres últimas décadas, que produjeron las víctimas que paradojalmente se alinean en franjas significativas tras el «éxito» de un propulsor y cómplice. El politólogo José Nun se refiere al «Síndrome Primo Levi» que explica que regímenes perversos y desintegradores no santifican a sus víctimas sino que las degradan a su semejanza.
Aníbal Ibarra partió, hace seis meses, en busca de una reelección condenada al fracaso: no reunía ni un esmirriado 10%. Sobreviviente del gigantesco fracaso de la Alianza, con una estructura partidaria desintegrada y en extinción, realizó un gobierno conservador de las prácticas políticas tradicionales sobre las cuales centró sus cañones las movilizaciones del 19 y 20 de diciembre.
Ibarra no está imputado de hechos de corrupción, pero es vox populi entre los contratistas, que no se han desterrado determinadas prácticas ancestrales.
A las grandes limitaciones le sumó la falta de comunicación adecuada de las áreas en donde mejor funcionó: salud, educación o la continuación de algunas obras públicas fundamentales como el subte. Sobrevivió a la caída de la convertibilidad sin acudir a bonos ni atrasándose en el pago de los sueldos. En su figura se resume las características fundamentales del «progresismo»: la enunciación de fines mucho más plausibles que la voluntad política de llevarlos a cabo. Un temor a los poderosos mucho más fuerte que la confianza que le merecen sus votantes. Una falta de audacia y de imaginación, inversamente proporcional a la brutalidad retardataria y la falta de escrúpulos de los candidatos del establishment. Una contradicción entre los grandes enunciados y la pequeñez para concretarlos. Es la descripción, a su vez, de su base de sustentación: los sectores de clase media más sensibles. Las ideas vuelan alto, los hechos se arrastran en las impurezas del suelo.
El apoyo de Kirchner comenzó desbrozando el camino de dos adversarios de Ibarra a los que designó como ministros: Gustavo Beliz y Rafael Bielsa. Luego, con la reivindicación presidencial de la política como una forma de privilegiar el todo por sobre las partes, le permitió al ex fiscal hacer una decorosa elección con posibilidades de revertir la derrota en la segunda vuelta. Pero, indudablemente, el Jefe de Gobierno porteño está lejos de encarnar los nuevos aires que bajan de la Casa Rosada; pero sin embargo, y sin lugar a dudas, su trayectoria política es mucho más plausible de rescatar que la desarrollada por Macri en el campo empresario y sus ejercicios de lobby.
Con las limitaciones apuntadas, Ibarra es mucho más «nuevo» políticamente que Macri, lo que exterioriza algunas miopías derivadas de practicar política desde la antipolítica.
Una derrota de Ibarra en la Capital sería un fuerte golpe para Néstor Kirchner en su intento de crear una base de sustentación por afuera del Partido Justicialista y un fuerte impacto a la incipiente política de recuperación de la dignidad nacional.
Empezaría a diseñarse un espacio para un realineamiento firme de la derecha con referentes en Macri, Scioli y Romero. Al cuarto de la lista, el ex gobernador Puerta, posiblemente le cueste recuperarse de la probable derrota en Misiones.

El resto del campo político

Luis Zamora reiteró alguna buena elección anterior, lo que relativiza su porcentaje actual. Sin embargo, en función de la cadena de errores incurridos en los últimos doce meses, puede considerarse que sus seguidores han sido permisivos con el seguidor de John Halloway. Es interesante señalar que los mejores desempeños de Zamora los realizó como Ibarra, en los barrios típicos de clase media.
El resto de la Izquierda, por afuera de Autodeterminación y Libertad, se sumió en la insignificancia: Izquierda Unida perdió la banca de Patricio Echegaray, el Partido Obrero la de Jorge Altamira y el Partido Humanista la de Lía Méndez. A esto se suma la del payasesco e insólito Abel Latendorf que llegó en la lista de Cartañá.
Patricia Bullrich consumó un rotundo fracaso que seguramente dificultará la continuidad de la Alianza con López Murphy. Al economista de FIEL todavía le espera un resultado catastrófico en la provincia de Buenos Aires, lo que le llevará a comprender que su relativa buena actuación en las elecciones del 27 de abril fue meramente coyuntural. Las dos derrotas consecutivas lo colocarán en una posición difícil como referente de la derecha.
El ARI quedó opacado por su escasa presencia y ubicación en las listas oficialistas. Posiblemente juegue un papel importante en ésta campaña hacia el ballottage tratando de seducir al electorado que votó a Luis Zamora.
El radicalismo continúa incinerando los últimos restos de su caudal electoral. Nito Artaza, en beneficio de la política, y en detrimento del teatro, seguirá con sus imitaciones, y Caram deberá trasladar a las tablas sus actuaciones.

Camino al ballottage

A pesar que en el campamento de Ibarra la derrota de la primera vuelta estaba en sus planes, se los vio conmocionados y lentos de reflejos.
En ese aspecto, Mauricio Macri se mostró, el día después, a la ofensiva aunque con propuestas inviables como el ofrecimiento a Zamora, y falaces como la oferta de la procuración a Stornelli.
El resultado de la segunda vuelta es difícil de pronosticar, fundamentalmente porque no votó el 32% del electorado y su grado de concurrencia y orientación para la segunda vuelta constituye aún una nebulosa.
La posición de la derecha de López Murphy – Bullrich y de la izquierda de Zamora, y posiblemente de Izquierda Unida, de considerar que son lo mismo Ibarra que Macri, demuestra en su heterogeneidad ideológica una coincidencia llamativa para cometer el mismo error. La derecha, que salió aceptablemente posicionada de las elecciones del 27 de abril, debería votar por Macri con quien, llamativamente, no hizo una alianza que le hubiera posibilitado acceder al gobierno de la ciudad.
Teniendo en cuenta que a la derecha la une los intereses económicos, resulta significativo que haya tenido un comportamiento partido parecido a la izquierda.
La izquierda debería inclinarse por el mal menor que, en ésta opción impuesta por la realidad, representa Ibarra porque, hoy, hay que elegir entre lo público -en su versión pequeña- y lo peor de lo privado.

Para no confundirse

¿Qué hacía Macri durante la dictadura y el menemismo?

Antes que acudir a la interpretación del “Síndrome Primo Levi” para explicar por qué los sectores de menores ingresos votaron a un ganador que consolidó su riqueza en las etapas más penosas de nuestro país -y que tuvo, como contrapartida, el descenso social de la mayoría de la población- resulta más indulgente recurrir al filósofo Baruj Spinoza que afirmaba: «En política no hay que reír ni llorar, sólo comprender».
Es posible que los sectores de menores ingresos hayan querido castigar a Ibarra por sus falencias, especialmente el abandono del sur de la ciudad, y encontraron que el instrumento adecuado era Macri. Para ello hay una amplia gama de argumentos justificatorios: es joven, no militó en política, representa a la renovación, es exitoso, sabe administrar y su enorme riqueza lo pone a cubierto de tentaciones de enriquecimiento ilegal.
Cada una de estas aseveraciones pueden ser fácilmente demolidas. Ser joven no es de por si un mérito sino meramente un hecho biológico. Tener 44 años y no haberse interesado activamente durante décadas por la suerte de su país está lejos de ser un atributo digno de elogio.
Macri tenía 20 años cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos denunciaba el terrorismo de Estado en nuestro país. Tenía 23 años cuando se libraba la Guerra de Malvinas, 24 cuando volvió la democracia, 26 cuando se juzgó a las Juntas Militares por crímenes de lesa humanidad, 28 cuando se sublevó Rico, 30 cuando los grupos económicos -entre los cuales estaba el suyo- hacían golpes de mercado. Parece que todos estos hechos trascendentes no impactaron en sus preocupaciones cotidianas Había dejado largamente la adolescencia cuando lo invadía un redituable fervor por el menemismo mientras su grupo económico participaba del jubileo de los peajes y privatizadas.
En estos acontecimientos históricos, al sensible candidato actual, sólo le interesó el espacio público para apropiárselo, la escuela pública para observarla desde las privada.
El hospital público le resultaba indiferente desde el servicio prestado por las prepagas. Ni siquiera cursó la Universidad Pública, seguramente por serla y porque en la Universidad Católica Argentina no hay peligro que la política lo acerque a los problemas del país.
Hoy reivindica el Estado que en los noventa desguasaba en beneficio de los poderosos como él. Se sorprende de las consecuencias de las políticas que apoyó. Se escandaliza de la inseguridad que fogoneo, cuando pensaba que los sectores que accedían al Primer Mundo, podrían convivir impunemente en una isla próspera rodeados de un mar de pobreza.