Los enemigos de Israel ya no son los países árabes, sino organizaciones sociales, urbanas y ultra religiosas muy bien asentadas en los barrios más deprimidos de las grandes ciudades, con una fuerte vocación benéfica y una amplia autonomía financiera.
Hamas en Palestina, Hezbollah en El Líbano y los Hermanos Musulmanes en Egipto son tres pilares sobre los que se edifica una resistencia, cada día más poderosa, frente a las oligarquías locales y los socios extranjeros -económicos, políticos y militares- sin los cuales no conseguirían reprimirla.
Esta resistencia construye sus argumentos con los errores cometidos por la diplomacia occidental en los últimos años. Cuesta recordar un período tan malo y perjudicial para el interés colectivo, tan dominado por el populismo de los dirigentes políticos y tan estéril en estrategias sensatas: las mentiras de Bush para justificar la invasión de Irak, la convicción de que la caída de Saddam desencadenaría una oleada de libertad y democracia que sería irresistible para los países musulmanes, el apoyo a Al Fatah a pesar de la corrupción que envuelve a esa organización palestina, la asfixia económica de la población de Gaza y Cisjordania como consecuencia del triunfo de Hamas, el fortalecimiento de Arabia Saudita a cambio de su petróleo, el caradurismo político cuando se juega al gallito ciego frente al fundamentalismo promovido por las ricas dinastías del Golfo o por los grupos radicales nacidos en las urbes de la marginación y la pobreza y el engaño de una supuesta organización de una guerra global contra Al Qaeda.
No existe la guerra global organizada contra Al Qaeda del mismo modo que podría afirmarse que no existe el terrorismo global de Al Qaeda. Lo que existe son terrorismos locales, más o menos afines a Al Qaeda, que golpean, ante todo, por razones pragmáticas. Es decir, porque sus dirigentes aspiran al control político y económico de un territorio.
Cuando es lo que no es
La actual diplomacia estadounidense, en su afán por transformar el mundo y cada vez más presionada por la opinión pública, nos hace creer en conceptos tan arcaicos como las cruzadas y la superioridad moral y religiosa de Occidente.
El mesianismo de George W. Bush nos vende la guerra global cuando, lo que realiza Estados Enidos, es una guerra preventiva, donde combina acciones ofensivas y defensivas con el objetivo de proteger sus fronteras y sus rutas comerciales.
Hezbollah, por su parte, no pretende transformar el mundo. Le alcanza y sobra con controlar a El Líbano, y para ello cuenta con el apoyo de Irán y Siria, que siempre ha considerado que este primer país le fue injustamente amputado cuando se dibujaron las fronteras del post colonialismo.
Hezbollah encontró su hueco en la ineptitud de Occidente, sobretodo en Europa, para hacerse con El Líbano después de la doble retirada -israelí y siria- de su territorio. De no tomarse medidas drásticas, es casi seguro que lo conseguirá en 2007.
Lo que viene
El Estado de Israel tiene la obligación y el derecho a defenderse del terrorismo y a vivir dentro de fronteras seguras. Sin embargo, la vieja fórmula de paz por territorios ya no funciona. Las retiradas unilaterales de Gaza y Cisjordania, así como la del sur de El Líbano, no le han servido de nada. Israel no volverá a ceder. La cerca de seguridad que aísla a los territorios ocupados evidencia que la coexistencia con los palestinos continuará siendo dificultosa.
Los esporádicos encuentros entre Ehud Olmert y Mahmud Abbas sólo servirán de mutuo mantenimiento a corto plazo, a menos que irradien un mensaje claro de que Palestina no está condenada a convertirse en un conjunto de cantones, sin ninguna viabilidad económica, dependientes de la ayuda internacional y a merced de la seguridad interna de Israel.
Hasta ahora, las guerras rápidas en las que participaba Israel, provocaban un nuevo equilibrio garantizado, casi siempre, por alguna fuerza internacional. Se recuperaba, así, cierta sensación de cohabitación. Ha sido en estos períodos de convivencia forzada en los que se habría podido ir más lejos en el proceso de paz.
Ahora, en el 2007, todo es distinto. El proceso de paz murió hace siete años en Campo David. Lo enterró la negativa de Yasser Arafat a aceptar el mejor acuerdo que se había ofrecido nunca al pueblo palestino.
Hezbollah, al igual que Hamas, no es un Estado: es un movimiento social y político, armado hasta los dientes, que adoptó el terrorismo para obtener poder, y que tiene su estructura incrustada en el tejido que forman los clanes chiítas.
Las imágenes de esta violencia fortalecen las bases que nutren a Hezbollah, Hamas, los Hermanos Musulmanes y otras organizaciones radicales. Sirven, asimismo, de combustible ideológico para los bandos beligerantes en la guerra civil iraquí.
Caos, violencia y tragedia. ¿Qué más se necesita para poner en marcha la revolución pendiente del 2007?