Cara de queso - Mi primer gueto. Una película de Ariel Winograd.

El violinista sobre el tejado… del country

Poca gente viviendo junta termina odiándose apasionadamente. Esto bien lo saben en los countries no judíos en donde han adquirido la saludable costumbre de asesinarse mutuamente. A los judíos nos da cosita matarnos entre nosotros, así que nos ‘amasijamos’ para la gran platea.

Por Laura Kitzis

Cara de gueto

Existen guetos a los que se suele denominar “genuinos”, en contraposición a otros de carácter “voluntario”.
La diferencia reside en la particular relación que el gueto establece con el mundo exterior y la dialéctica entrar-salir.
Decididamente, no es lo mismo una villa miseria que un barrio cerrado de clase alta. En ese sentido, la diferencia es fundamental: de los guetos genuinos es prácticamente imposible salir (se puede salir en un patrullero con la remera sobre la cara, pero no es precisamente la salida más fantaseada por sus habitantes). En cambio, los guetos voluntarios están configurados básicamente no tanto en virtud de que los de adentro no puedan salir, sino en función de que los de afuera no puedan entrar.
Aunque nunca se haga efectiva, la posibilidad -real, por cierto- de que se puede acceder al exterior, torna deseables ciertos amurallamientos voluntarios. Se podría salir si se quisiera, pero adentro es mejor, más lindo y más seguro. El problema es que una vez que se han construido los muros y se ha instalado el sistema de vigilancia, el exterior se torna cada vez más amenazante, y el no querer salir puede encubrir el no poder hacerlo. Y aquí comienza, señoras y señores, la tierra de la fantasía. Ya sea que se considere el adentro como el lugar de todos los placeres y el afuera como un territorio hostil y amenazante, ya sea que se considere el adentro como el puro malestar y el afuera como el paradigma de todas las promesas… se ha declarado la “neurosis de guetos”. Y de esa es tan difícil salir como de Fuerte Apache.

La caldera (judía) del diablo

La película ‘cara de queso’ es la historia de -precisamente- “Cara de queso”, un pelirrojo adolescente judío con rostro de pizza ricota, marginado por su grupo de pares y cuyos días transcurren en el country judío “El ciervo”. En la misma línea de Peyton Place o Twin Picks, por el paradisíaco paisaje del country, entre canchas de tenis, clases de rikudim y torneos de burako repetidos ‘ad nauseam’, transitan la frustración, los cuernos, el maltrato, la perversión y la violencia. Precisamente un acto de violencia será el que dispare la trama: Cara de queso presencia una agresión física a un amigo en el baño del country: el chico popular se ensaña con el gordito de la barra. Un clásico. Disyuntiva existencial: “Cara de queso” dice la verdad y sigue siendo “Cara de queso” para toda la vida, más paria que antes, circulando con sus amigos -inadaptados como él- por las calles de “El ciervo”, o se calla y como recompensa accede al bando de los cancheros grupalmente integrados (otro tópico clásico que ha sido explorado en profundidad por la inmortal saga “Jacinta Pichimahuida” sin olvidar “Socorro 5to. Año” y “Rebelde Way”).
La película transcurre durante los primeros años del menemato, en una danza frenética de televisores, viajes a Miami, ‘bobes’ que regalan dólares dobladitos y pantalones nevados tiro alto. Danza frenética a la que sucumbieron todos los argentinos.
Entonces… si hacemos caso omiso de los apellidos y de algunos vocablos en idish, hebreo y árabe, ¿qué le queda a Cara de queso de específicamente judía?
Porque de eso no cabe duda. Esta película es absolutamente judía.

La novela familiar del neurótico judío

El poder de las mujeres del country “El ciervo” es omnímodo y mortífero. No trabajan. Bailan rikudim, juegan al burako y se prostituyen por un futuro marido. Uno de los argumentos decisivos para que una adolescente acceda a practicarle una fellatio al novio lo proveerá su futura suegra: “no llores, cuando te cases vas a mandar vos”. Tal vez por eso la hermana del protagonista decide abandonar el country. Tal vez fuera del gueto el intercambio sexual sea sólo por simple calentura.
La calentura es conflictiva en el gueto. Las primas no entregan, las novias quieren casarse y el servicio doméstico no se deja manosear como en los buenos viejos tiempos.
La culpable es, por supuesto, la invencible y todopoderosa mujer judía, nacida para ser madre y ofrecer en sacrificio hijos a sus padres.
Los hombres no llevan una mejor parte. La Comisión Directiva, devenida en patético Sanedrín masculino (no hay mujeres allí), sólo puede aplicar la ley si “Cara de queso” la viola (es decir, si miente, si dice que exageró o se confundió). Todos saben, todos callan. Frente a los hijos enmudecen o los fajan. Además, son cornudos.
Los de afuera son el infierno: “si te casás con un ‘goy’, cuando menos te lo imaginés te va a decir judía de mierda”, razona una adolescente que se deja manosear por dinero; “si te vas del country en cualquier momento se te aparecen con un novio goy”, dice la bobe. Como otrora las leyendas del Talmud, la fobia al extranjero pasa de padres a hijos hilvanado a todos con la asfixiante y endogámica lógica del gueto.
En esta lógica inexorable, la agresión de la que fue testigo “Cara de queso” no pudo haber sucedido. Si la violencia está entre nosotros, ¿cómo se sostiene la fantasía comunitaria de que el peligro está afuera?
¿Debe “Cara de queso” callar y sostener la fantasía grupal, o debe hablar siendo fiel sólo a sí mismo? En otras palabras: ¿qué está primero, qué debería estar primero? ¿El narcisismo individual o el grupal?
Los espíritus simples que piensan que la respuesta a este dilema es sencilla, deberían reflexionar en aquellos que a lo largo del recorrido judío, eligen ser más leales consigo mismo que con el grupo. En el destino comunitario que han tenido, o en el destino comunitario que tienen hoy.

Soy judío y nada de lo humano me es ajeno

Es en este sentido que ‘Cara de queso’ es una película profundamente judía. Si algo caracteriza a la literatura y al cine judíos, es la compulsión a relatar, una y otra vez, una única tragedia de dimensiones universales: el camino del héroe, el viaje iniciático, el tránsito que nos lleva fuera de casa, al mundo. Y para salir al mundo, el héroe tiene que atravesar siempre una “prueba”. El momento álgido de la “elección”. En este caso con un “plus”, una adición. El prisma de lo judío, que hace que todas estas problemáticas adquieran ribetes paroxísticos. Desde que el violinista se subió al tejado, las opciones de los hijos parecen ser repetir, renegar o reinventarse. La vieja cuestión de ser judío. La vieja cuestión de ser humano.