Argentina:

Menem rubio

Cuando portaba patillas espesas y abundantes, pelo voluminoso, la piel morocha de sus ancestros árabes, soñaba con ser la reencarnación riojana con proyección nacional de Facundo Quiroga...

Por Hugo Presman

El hombre nunca se privó de nada. Varias veces gobernador de su provincia, coqueteó con Montoneros y la derecha peronista, despidió a Perón en su velatorio en el Congreso, convirtió su vida privada en una comedia pública, fue enviado a la cárcel después del 24 de marzo.
Previamente se había postulado como vicepresidente de Isabel para las elecciones de 1977.
Su comportamiento en el barco Treinta y Tres Orientales, según algunos de sus compañeros de cautiverio, no fue demasiado digno. Luego pasó por la Prisión de Magdalena y bajo detención vigilada desde Las Lomitas a Tandil. Dejó a su paso algún hijo no reconocido y voluminosas anécdotas. Hizo Isabelismo, desde un partido desorientado, que intentaba encontrar en ella un punto de referencia cuando la ex presidenta ya abominaba de la política. Algún ramo de flores enviado, en plan de seducción, por el riojano a Isabel en Madrid, fue a parar a la acera.
Vencido el justicialismo el 30 de octubre de 1983, desde su flamante cargo de gobernador, se acercó a Alfonsín quien lo consideró, cuando lo apoyó en el plebiscito por el Beagle “el mejor gobernador del país”.
Formó parte de la renovación justicialista encabezada por Antonio Cafiero a quien venció en la interna en 1988. En su campaña electoral intentó sintonizar con las banderas históricas del peronismo: prometió el salariazo y la revolución productiva. Recuperar las Malvinas a sangre y fuego. Era la época en que aterrorizaba a franjas importantes de las clases medias que hicieron famosa la expresión: “si gana Menem me voy del país”.

Lo prometido no es deuda

Triunfante, convirtió las promesas en piezas de museo. Se asoció con los enemigos históricos del peronismo, abrazó el neoliberalismo, remató el patrimonio nacional, y dio su nombre a la segunda década infame. Proporcionó material a los humoristas como ningún presidente argentino, al punto que lo más increíble sonaba como factible si era atribuido a Menem.
Los sectores que lo combatieron por peronista, lo empezaron a ver rubio, alto de ojos celestes, cuando abrazó el liberalismo.
La convertibilidad asoció a los extremos de la escala social.
Llegó a su segundo mandato con más del 50% de los votos, luego que el Pacto de Olivos con Alfonsín, le allanara el camino.
Impune en todo sentido, incluso el verbal, violentó la lógica elemental en su intento de llegar al tercer período consecutivo.
Apostó a De la Rúa en contra de Eduardo Duhalde, que fue su principal obstáculo en la re- reelección
El fracaso estruendoso de la Alianza produjo el milagro contradictorio y desalentador que después de las históricas jornadas del 19 y 20 de diciembre ganara la expresión más conspicua de lo que se repudiaba. La dispersión política traducía la implosión de la representación y la fragmentación social. Pero nunca un ganador en primera vuelta, con apenas un 24% de los votos estuvo más lejos del sillón presidencial.
Desertó del ballottage, y comenzó su eclipse.

Las derrotas

Perdió en Anillaco, en la Rioja, en la interna del justicialismo riojano. El invencible, el que gobernó durante diez años y medio, ahora lo derrotan hasta en su casa. Accedió penosamente a una banca senatorial para que le sirva de aguantadero. Su presencia en el recinto es una eterna ausencia participativa. Es, a los fines reales, lo que en Argentina se llama un ñoqui. Su acceso en la prensa es por algunas críticas trasnochadas, alguna reivindicación imposible de su gestión, algún hecho vinculado a su esfera privada, alguna citación judicial.
El poder al que sirvió lo protege en las causas judiciales pero lo considera una naranja exprimida. Es alguien que les fue muy útil. Pero ya fue.
Ahora hay otras esperanzas blancas: Macri, Blumberg, Lavagna, el decadente López Murphy. Ninguno puede soñar con el apoyo popular con que contó el peronista devenido en predicador de Alsogaray. Lo ven como siempre fue: morocho, cabecita, petiso y de ojos marrones.
Pero Menem no se resigna. Su persistencia y tenacidad son tan torpes como admirables. Se postula para presidente en el 2007, bajo un sello denominado Movimiento. Ni los conspicuos menemistas históricos se acercan. El olor de la derrota ahuyenta a los exitistas.
Todos corren buscando un quiosco con los ganadores.
Ni siquiera los “que nunca lo votaron”, los que le temían por peronista, los que “si ganaba se iban del país”, los que lo adoraron como “modernizador liberal”, los que lo veían rubio, alto de ojos celestes, lo recuerdan favorablemente en público.
Cuando ya no sirve como rubio ideológico, Carlos Menem decide teñirse de rubio.
Parece que en su patética caída, Menem no se resigna a la irreversibilidad de la derrota.
Fue “rubio” mientras sirvió.
Hoy aunque se tiña de rubio, el poder le reconoce los importantes servicios prestados.
Y lo archiva como morocho.