Simposio mundial en Irán:

¡No hubo Shoá!

"No se qué armas se emplearán durante la Tercera Guerra Mundial, pero estoy consciente de que en la Cuarta se utilizarán sólo piedras". Albert Einstein Tiene usted razón en su pregunta, señor Ahmadineyad: ¿Murieron realmente seis millones? Ese es el interrogante más fácil pero más peligroso de contestar en el mundo de hoy, pues se refiere, lógicamente, a la súper publicitada matanza de judíos durante la Segunda Guerra Mundial por medio de asesinatos colectivos, caravanas de la muerte, cámaras de gas, hornos crematorios y tantos otros sofisticados inventos que sólo el cerebro judío, exageradamente engalardonado de Premios Nóbel sería capaz de imaginar.

Por Alberto Mazor (Desde Israel)

Atreverse hoy en día a denunciar esta mentira monstruosa significaría perder casi todo su crédito político occidental, impedir su entrada a prestigiosos centros académicos del mundo y obstaculizar una vía accesible a publicaciones y editoriales para dirigentes honestos. Pero ¿qué valor puede tener todo eso frente a una diminuta bomba atómica?
¡No hubo Shoá, señor Ahmadineyad! Para proteger la sagrada mentira de los seis millones, se han utilizado maniobras que parecen casi de ciencia ficción, especialmente para ahogar cualquier intento serio de demostrar su falsedad.
¡No hubo Shoá! Las llamadas cámaras de gas eran, en realidad, inocentes duchas, e incluso tenían canales de desagüe en el piso que llegaban al alcantarillado exterior de los inocentes campamentos de verano e invierno.
En otros casos, las tan pretendidas cámaras de gas correspondían a dependencias necrológicas, de esas que uno encuentra en todas las grandes cárceles del mundo. Vaya a Maidanek y compruébelo personalmente; igualito a Disneylandia; un mero recorrido turístico que lo sacará de dudas.
En Auschwitz, por ejemplo, podrá verificar en el registro de las llaves de las puertas, que todas ellas estaban etiquetadas con el nombre de las salas que abrían, y en las que las llaves de las supuestas cámaras de gas aparecen con nombres de otras dependencias normales. ¡Haberse visto, tanta ignorancia!
¡No hubo Shoá, señor Ahmadineyad! Los hornos crematorios, analizados por los mejores peritos en la materia, tampoco cumplen con los mínimos requerimientos para incinerar siquiera una ínfima parte de las cifras que menciona la desvergonzada propaganda sionista.
Los últimos informes técnicos analizan uno por uno los hornos y otorgan las cantidades máximas de incineraciones físicas posibles y la cantidad de ceniza capaz de acumularse, aclarando bien que corresponderían a un uso de 24 horas durante todos los días que estuvieron en funcionamiento; o sea, sin manutención alguna -¿se imagina usted?- ¡y sin posibilidad de enfriarse ni de retirar las cenizas durante años! ¿Quién podría trabajar constantemente al lado de algo hirviendo? Sería un infierno… ¿verdad, señor Ahmadineyad?
¡No hubo Shoá! ¿Quién mejor que usted, con la fuentes fidedignas de que dispone, puede saber que la Cruz Roja Internacional tuvo durante toda la guerra acceso total a todos esos campamentos recreativos sin que jamás fueran denunciadas las famosas cámaras y los hornos?
Más aún, usted bien sabe que terminada la guerra, la misma Cruz Roja -que incluso controlaba la correcta alimentación de los acampantes- informó oficialmente que los judíos muertos entre 1939 y 1945 fueron apenas unos 300.000. Que quede bien claro: ¡muertos, no asesinados!
¡No hubo Shoá, señor Ahmadineyad! ¿Quién mejor que usted conoce al dedillo la cantidad de beneficios que ha obtenido la descarada judería internacional con la telenovela del Holocausto. ¿De qué otra manera -de no haber ideado la farsa de los seis millones- hubiera podido recaudar el movimiento sionista semejante fortuna para construir su diabólico Estado a cambio de la supuesta memoria de algunos pobrecitos judíos que hayan sido sacrificados? ¿Alemania hubiera pagado a Israel indemnizaciones de los más diversos tipos, derivadas de sus supuestas culpas por los crímenes de la Segunda Guerra?
¡No hubo Shoá! La economía de Israel ha sido planteada como un éxito considerable. Todo es falso; el sionismo internacional lo sabe de sobra; la base de la sustentación nacional de Israel está basada únicamente en la cantidad degenerada de los pagos y las indemnizaciones que debió hacerle el pueblo alemán desde sus inicios como Estado, y luego del sacrificio ritual de los jerarcas del nazismo en el circo de Nüremberg. Gracias a los dineros rapiñados al mejor estilo ético de «plata por sangre» es que el Estado judío ha podido ser creado y mantenido. Por ejemplo, sus experimentos ultracomunistas, como son los ya famosos y tan renombrados kibutzim, han sido un gastadero de dinero que ya no puede ser sustentado por el sionismo, obligando a muchas de esas curiosas comunidades a adoptar un perfil de cooperativa empresarial, lo que va mucho más de acuerdo con lo que usted piensa sobre la personalidad especulativa de los judíos y de su economía globalizadora.

El antiimperialismo de los imbéciles

Pero su verdadero problema reside en que hubo Shoá, señor Ahmadineyad. Lo que sucede es que, como en una película de terror, vemos cómo en los últimos años la bestia antisemita, forzada a retirarse de la historia luego de los méritos que ganara durante el Holocausto, poco a poco avanza hacia la luz, y hoy en día ha invadido las cátedras universitarias convertida en un mero antisionismo o en un antisemitismo políticamente correcto.
Hoy las principales usinas del odio a los judíos no son ignorantes adolescentes marginados de cabezas rapadas, sino ganadores de Premios Nóbel y prestigiosos catedráticos que comparan Ramallah con Auschwitz, banalizando el término genocidio. El movimiento «progresista» globalofóbico, que tanto lo admira a usted, parece haber engendrado el antiimperialismo de los imbéciles.
Durante la Alemania nazi, los judíos eran vistos -por la derecha- como los parásitos explotadores del resto de la humanidad. Hoy, el Estado judío es definido, por usted y por sus compadres pseudo-progresistas, como un opresor colonialista, responsable de la globalización imperialista y el principal peligro para la paz mundial. Ni más ni menos. Podemos decir que su antisemitismo es el mismo perro pero con distinto collar.
Desde hace muchos años gran parte de Europa y el Islam, en relación al pueblo judío, se encuentran en una dialéctica que oscila entre la demonización razonable de los mismos y las prácticas terroristas homicidas contra ellos.
El antisemita de derecha, luego de la Shoá, si bien perdura, se ha debilitado notablemente y ha perdido consenso; el antisemitismo, en los años inmediatamente posteriores al Holocausto, se había transformado en una identidad vergonzosa condenada por la historia. Por el contrario, lejos de ocurrir esto, y trazando analogías con las manifestaciones del inconsciente, el antisemitismo reprimido buscó la forma de manifestarse en otro objeto del inconsciente, en este caso colectivo, y reapareció transformado en antisionismo, esta vez por el lado izquierdo y con el aval de importantes intelectuales por un lado, y con la intachable trayectoria antirracista de la izquierda por el otro. Entonces, el antisemitismo, de ser una ideología marginada, pasó a formar parte del consenso hegemónico de una importante parte de la opinión pública mundial, incluyendo a intelectuales afamados de un prestigio incuestionable; se volvió una opción accesible.

Contradicciones

¡Hubo Shoá, señor Ahmadineyad! Sus desproporcionadas y abusivas exigencias de que Israel deje de hacerle a los palestinos lo que antes le hicieron al pueblo judío, ya por sí sola vienen a confirmarla; pero es simplemente una fantasía banalizadora suya del sufrimiento judío, cuya doble intención es purificar la indiferencia del mundo durante la Shoá -si se equipara a víctimas y victimarios e Israel hace a otros lo que otros antes le hicieron, finalmente ni el mundo era tan malo, ni los judíos tan inocentes-, mientras que busca crear un nuevo estigma del judío generando, finalmente, un antisemitismo políticamente correcto y aceptable.
¡Hubo Shoá, señor Ahmadineyad! Aunque le parezca mentira, utilizando los datos que usted aporta, es una mera cuestión de estadísticas. Si los judíos hubieran tenido las mismas posibilidades de acción, condiciones de vida y tasa de natalidad que tuvieron los palestinos en Gaza y Cisjordania durante lo que usted llama el genocidio palestino, no sólo no hubieran muerto 6.000.000 de los 9.000.000 de judíos europeos, sino que hacia el final de los 12 años de ocupación nazi, Europa contaría con cerca de 12.000.000 de judíos.
¡Hubo Shoá, señor Ahmadineyad! Lo alarmante es ver nuevamente la indiferencia moral de Occidente respecto al antisemitismo y a sus amenazas de acciones terroristas antijudías.
Su ex-presidente Hashemi Rafsanjani, poco después de los ataques del 11-M hizo un llamamiento a la destrucción nuclear de Israel. Una sola bomba nuclear bastaría para destruirlo -dijo-, mientras que cualquier contraataque israelí sólo podría causarle a Irán daños limitados.
Es bueno recordar estas palabras ante su amenaza personal de reanudar el programa nuclear de su país y de exterminar al Estado judío. Lo inconcebible es que el mundo entero, luego de la Shoá, tolere declaraciones provocativas como las suyas, las cuales expresan abiertas concepciones antisemitas y genocidas.
Hace apenas algunos meses su diario ‘Hamshahri’ -uno de los de mayor circulación en Irán promovió un concurso en busca de las mejores caricaturas sobre el tema del Holocausto; lo hizo como reacción a las viñetas publicadas en Dinamarca y aludiendo al principio elemental de la libertad de expresión que tanto se defiende en su país. Los ganadores recibieron interesantes premios y elogios por su original capacidad creativa.
Sólo me restan dos preguntas, señor Ahmadineyad:
¿En qué elementos se basaron los dignos integrantes del jurado para determinar a los vencedores?
¿Cómo es posible caricaturizar lo que no existió?