Postales de viaje:

Un argentino en Lituania

Noventa y cinco por ciento de los judíos lituanos murieron durante la shoá. El dato que, acababa de escuchar en Yad Vashem (museo del Holocausto en Jerusalem) causa pánico. Vilna, la Jerusalem de Lita, de donde salieron el Gaón, uno de los genios de la torá, los Lubavitch, el Bund, los jasidim… ¿era, acaso una ciudad tan antijudía?

Por Roberto Moldavsky

Entonces, empecé a recordar frases que alguna vez escuché sobre el “ranking “de antisemitismo en Europa, de aquellos que se especializan en buscar socios del terror a los nazis.
“No hay peores que los croatas”…”los polacos mataron también después de la guerra” etc. etc.
Y con estos números, los lituanos se colocan bien arriba en este terrorífico podio del terror.
Por lo tanto, el viaje hasta Vilna en un avión lleno de antisemitas potenciales con sus hijos y nietos se me hizo interminable.
Y aquí debo reconocer que soy de esos que cuando va a Alemania (y voy seguido por mi trabajo) no puedo evitar mirar con desconfianza a todos. Especialmente a aquellos que, según mi cálculo, tenían más de 18 durante la Segunda Guerra.
Volviendo a Vilna, hasta que no vi el cartel con mi nombre que sostenía Simón, mi contacto de la comunidad judía en el lugar, me preguntaba a mi mismo: – ¿qué diablos hago aquí?
Me sentí en casa cuando Simón dijo que jamás subiera a un taxi en el aeropuerto, que son todos ladrones y llamó un remís el cual tomamos un poco más alejados de los choferes que nos miraban con cara de poco amigos.
Simón, el mejor promedio de economía en la universidad, hijo de un chofer de tranvía y una docente, es uno de los líderes de la comunidad, desarrollada por el Joint, que oficia como Madrij (lider), asesor, guía y lo que haga falta.
Es un personaje que a veces parece argentino, alterna sus charlas entre la búsqueda de algún producto para importar desde Argentina y las vivencias de ser judío en Vilna.

Lituania entre el comunismo y la Unión Europea: Algunos mucho, otros nada.

No le quisiera dedicar demasiado a la descripción de una ciudad realmente muy linda, seguramente muy parecida a otras de esas que mezclan historia con construcciones modernas, tranvías con Ferraris y, quizá, sea ese el resumen de lo que se vive.
Los más viejos se quedaron con las casas “rusas” (construcciones que heredaron de la época comunista), y los jóvenes que tienen acceso al crédito se instalaron en departamentos más modernos.
Los mayores extrañan los subsidios que recibían, especialmente la calefacción que hoy es súper cara, y los jóvenes mientras tanto gozan de los modernos split frío calor.
Para colmo de males, los veteranos judíos ni siquiera cuentan con algún hermano en el campo o un primo con buenos ingresos que los puedan ayudar…han quedado pocos, solos y bastante desamparados. A los que el Joint detecta los integra a su red de ayuda y a las actividades comunitarias.
Un nuevo mercado invade Lituania lleno de posibilidades… destinado sólo para los jóvenes, con profesiones que tengan buena demanda.

Lituania entre el antisemitismo y el anticomunismo: Me quiere, no me quiere.

Los sobrevivientes judíos que viven en Vilna cuentan que a los ciudadanos locales les llevó años reconocer sus atrocidades contra sus vecinos judíos, pero suelen equipararlo a los muertos que ellos sufrieron a manos del Ejército Rojo, lleno de judíos.
Una mezcla de argumento antisemita con esas excusas que ponen los chicos cuando se pelean, y el que pega primero un golpe mortal dice que el otro lo insultó después.
La increíble labor que hace el Joint asistiendo a esos viejitos o a esas familias que van descubriendo por ahí, choca con la mirada odiosa de los vecinos, a los que también debe ayudar más de una vez para tranquilizar los ánimos.
El otro escollo son los inefables Lubavitch, desconfiando si cada uno de los que pide ayuda, tendrá realmente madre judía.
Mientras tanto, la comunidad local mantiene interminables juicios con el Estado para reclamar la devolución de muchas propiedades, tanto comunitarias como particulares, que les fueron expropiadas y les pertenecían antes de la guerra y del comunismo
La pintura roja que mancha el cartel que recuerda al Gaón de Vilna, nos alerta que el odio no se fue… y quizá no se vaya nunca.

Lituania, los caminos de la muerte

Nunca visité ningún lugar donde se produjeron matanzas; y es difícil saber qué se va a sentir al transitar esos caminos.
En pleno centro de Vilna vemos las paredes del antiguo gueto, hoy convertido en callecitas pintorescas, y esperamos encontrar algún vestigio, alguna marca de lo que pasó allí. Nuestro guía nos muestra en una de las pocas paredes que quedaron de entonces un Maguen David desprolijamente tallado y empeñado en resistir los embates del olvido.
El bosque de Ponar, donde se mataron 70.000 judíos, aún conserva sus trincheras y fosas comunes y es difícil imaginarse la situación en la que miles de personas esperan un día al aire libre y encuentran la muerte donde solían hacer sus picnics.
Un fuerte de la época rusa cerca de Kaunas, a una hora de la Capital, tiene testimonios en las paredes de gente que dejó sus datos, fechas, y un “nekamá” (venganza) escrita con sangre en uno de los lúgubres cuartos que “albergaron” judíos que, vaya a saber uno, por qué fueron traídos desde Francia para ser matados allí.
Ese mismo fuerte tiene su historia de heroísmo donde unas casi 100 personas lograron huir, algunas de las cuales fueron apresadas y ajusticiadas
Cincuenta años después, los sobrevivientes vuelven a encontrarse en ese mismo lugar y otra vez logran arruinarles la historia a los asesinos de turno.
Pasaron los años y se sigue percibiendo la muerte e imaginando los llantos, los gritos y el miedo de quienes cometieron el ‘terrible’ delito de ser judíos.

Lituania entre el pasado y el presente: La resurrección

Un jardín de infantes instalado en un edificio de departamentos es el primer lugar que nos acerca a la resurrección de la educación judía en Vilna.
A esta altura cualquier elemento que tenga algún contenido judío me emociona.
La foto de Scholem Aleijem en el primario-secundario, que recibe subsidio estatal, o los rikudim que los más chicos bailan en nuestro honor esa noche me calan tan hondo.
Tratamos de comunicarnos como sea, inglés y hebreo con los más jóvenes, idish con los veteranos.
En el increíble instituto de estudio del idish, dirigido por un norteamericano que parece un personaje de Harry Potter, conocemos a Fanny, una sobreviviente partisana, que nos relata sus dramáticas vivencias con una sonrisa inexplicable.
El siguiente encuentro con sobrevivientes termina todos juntos cantando casi espontáneamente, en idish “ofen pripechik” o el himno de los partisanos, sin que nadie lo haya propuesto… surge una necesidad ancestral de compartir algo sin que podamos encontrar algún idioma más directo que este.
Han vencido al tiempo y al dolor, se vuelven a encontrar, a cantar, a recordar y a demostrarle al enemigo que no los han vencido.

Una lección para todos o la verdadera dimensión de ser dirigente comunitario

Cuentan que en uno de los guetos de Vilna, se convocó al líder de la comunidad judía para que entregara a un rebelde partisano judío, o de lo contrario el gueto sería arrasado.
En la reunión que tuvieron este líder rebelde y el dirigente, éste último lo intimó a que se entregue para evitar un mal mayor a la población del gueto, cosa que el partisano no quería hacer, esgrimiendo la idea que, de todas maneras, los judíos serian exterminados tarde o temprano y era mejor hacer frente al enemigo.
La historia relata que el dirigente comunitario organizó una marcha en el gueto donde se le pedía al cabecilla rebelde que se rindiera a los nazis y éste ante tal reclamo accedió y fue ejecutado días después.
Lo que pasó con la gente del gueto ya lo podemos imaginar.
Estos dilemas, las charlas con sobrevivientes que lo perdían todo y luchaban, la gente que creaba un teatro en el gueto en 1942, luego de años de encierro y esta resurrección de la vida judía en Vilna me posicionan y me enseñan la verdadera dimensión de las cosas.
Cuando veo la interminable hipocresía de muchos de nuestros dirigentes, que por mucho menos nos vendieron, nos mintieron, encubrieron a los farsantes y son testigos del juez corrupto, y lo comparo con la lucha de la pequeña Fanny, entonces de 17, años empiezo a entender el verdadero sentido de dirigir una comunidad.
Por ellos también, por los que ya no están -de allá y de acá- es que no hay que renunciar a la exigencia de justicia y dignidad, aunque nuestros dirigentes, y otros genuflexos que esperan sus limosnas, se horroricen.