Las cosas por su nombre:

Militantes y campeones

Desde la desconexión territorial unilateral -la retirada de Gaza, en el verano israelí de 2005- las poblaciones civiles del Neguev Occidental se ven constantemente acosadas por actos de terror y agresión.

Por Moshé Rozén

La violencia indiscriminada, producto de Hamas y otros grupos islámicos integristas, causó víctimas y daños en centros hospitaliarios y escuelas, calles y casas de Sderot, campos y talleres de kibutzim.
Sin embargo, los autores de esta criminal sucesión de actos de violencia contra civiles, los perpetradores de esta torturante metodología de misiles contra ciudadanos son frecuentemente definidos en la prensa internacional, tanto la oral como la escrita, bajo el rótulo de activistas o militantes.
Si bien es cierto que el rutinario y masivo lanzamiento de los Kassam fracasó como estrategia de propagar pánico e infundir miedo en la sociedad israelí, los responsables de estas acciones no pueden ser categorizados como simples militantes.
La militancia se refiere a la pertenencia política o a la adhesión de los terroristas a alguna ideología, definición que, en lo que hace a Hamas o Hezbollah, obviamente omite la sustancia de su accionar.
En realidad al hablar de activismo se alude a los presuntos móviles de ese accionar terrorista y se elude el asesinato ejecutado en nombre de la identificación política de sus perpetradores, en este caso con el fundamentalismo islámico.
La insistente referencia al activismo y la motivación psicológica o ideológica del terrorismo introducen, en el discurso cotidiano, un elemento de humanización del victimario: el terrorista niega el derecho a la vida y a la libertad de los habitantes de Sderot, pero goza de la legitimidad que le confiere el título de militante.
Este particular manejo del lenguaje se afincó con mayor intensidad desde la última guerra: en múltiples y prestigiosos medios de prensa se silencia o minimiza el ataque de misiles al Neguev y sólo se publican, muchas veces sin consignar el contexto, las operaciones de represalia que emprende el Ejército de Defensa de Israel.
Hezbollah y Hamas, bajo el rubro de activismo, logran ocultar -así- su meta principal: la yihad, la guerra santa por una República Islámica en toda Palestina, que incluye, en el imaginario terrorista, la destrucción del Estado de Israel.
Estos grupos, con el apoyo de factores que disputan un liderazgo radicalizado en el Islam, dentro y fuera del Oriente Medio, pueden “anotarse un poroto”: su anexión, en los códigos de la ‘mass-media’, al rubro de militantes…
No sorprenderá, entonces, que próximamente, sean calificados en otras categorías tampoco inherentes a su carácter bélico, como agrupaciones de árabes calvos o con bigote, asociaciones de musulmanes campeones de dominó, organizaciones islámicas de jugadores de ajedrez.