A dos años de su desaparición, Yasser Arafat fue, es y seguirá siendo para los palestinos, el símbolo de una legítima lucha por la independencia, más allá de críticas de las que ha sido objeto en los últimos años, mucho más abiertas por cierto que en el pasado. Para la mayoría de los israelíes, también ha sido siempre un símbolo, pero de nada positivo, sino de las razones por las cuales no se ha alcanzado aún una solución del conflicto.
El año pasado, en el primer aniversario del fallecimiento del líder de la Autoridad Nacional Palestina, no había multitudes en la Muqata honrando su memoria. Entonces hubo algunos actos oficiales, marchas, coronas en el mausoleo, pero con una participación popular relativamente baja. En cambio este año, en el segundo aniversario, decenas de miles de palestinos llegaron a las oficinas que sirven hoy al Presidente Mahmud Abbás y que antes fueran la sede de trabajo de Arafat.
Es difícil asegurar categóricamente que la mayor asistencia este año esté relacionada con la crisis general que se vive del lado palestino. Pero la sensación es que sí, que en medio de las numerosas dificultades con las que se lidia hoy en Cisjordania – y mucho más aún en la Franja de Gaza -, el recuerdo de la figura de Arafat es necesario para el pueblo.
Resulta inevitable mencionar a Arafat como unificador de un pueblo, en momentos en que parecen continuar indefinidamente los contactos entre Abu Mazen y Hamás para formar un gobierno de unidad nacional. Hasta ahora, lo que frenó la concreción de un acuerdo al respecto fue la negativa de Hamás a reconocer a Israel y renunciar a la violencia. Pero luego de los recientes y trágicos eventos ocurridos en Bet Hanún, en el terreno se habla sólo de venganza y no de un posible diálogo con Israel.
Por eso, cabe preguntarse a qué se refería el Presidente Abbás al declarar que nunca se alejará ni una pulgada de la senda y los principios de Yasser Arafat. ¿Al Arafat que dijo renunciar a la violencia y se sentó a negociar con Itzjak Rabín, o al Arafat que rechazó las propuestas del premier Ehud Barak en Campo David y perdió así una gran oportunidad?
Lo cierto es que los palestinos necesitan un liderazgo capaz de conducirlos más allá del simbolismo de la revolución que Arafat afirmaba encabezar. Tal vez la imagen del «Rais» fue necesaria para mitificar dicha revolución, para colocar y mantener la causa palestina a la orden del día; pero para crear un verdadero Estado independiente son necesarios otros tipos de líderes, que no piensen únicamente en las formas de continuar la lucha armada, sino que amplíen su visión política, promuevan el diálogo y la negociación para poder así establecer las bases de la construcción del nuevo Estado.
Ninguno de los cambios cruciales en la sociedad palestina que se anunciaron a la muerte de Arafat se han producido. El ritmo del proceso de paz, si así puede llamarse, es exasperante; la presión sobre Israel, apenas perceptible, y la mejoría económica en la evacuada Franja de Gaza, totalmente nula. Los palestinos no aprecian mejoría alguna en su penoso día a día. Si Arafat logró situar el conflicto con el Estado judío en el epicentro de la atención internacional, también la herencia de su modo de gobernar supone, ahora, una enorme carga para los dirigentes de la Autoridad Palestina.
Los palestinos en Cisjordania y Gaza se encuentran sumergidos en una crisis económica y un aislamiento político aún más grave que el que vivieron durante los últimos años de vida con Arafat. La Unión Europea y Estados Unidos respondieron a la entrada en el poder del Gobierno del Hamas con la suspensión de las ayudas económicas a la Autoridad Nacional Palestina, lo que amenaza con provocar un verdadero colapso social.
El Gobierno de Hamas se ha visto aislado casi por completo, incluso por varios países árabes, y ha fracasado en encontrar una fuente de ingresos alternativa. Desde su investidura en el Gobierno, Hamas ha sido incapaz de conseguir los 100 millones de euros mensuales necesarios para pagar los salarios de sus 165.000 funcionarios, de los que depende un tercio de los palestinos de Cisjordania y Gaza. La frustración en la Franja de Gaza se ha agudizado a tal punto, durante los últimos meses, que muchos son los que ya han expresado su temor a que se desencadene una guerra civil, algo que en los tiempos de Arafat era considerado prácticamente imposible.
Activistas armados de Al Fatah, partido que perdió el poder ante Hamas en las elecciones del pasado 28 de enero, pero que aún domina las fuerzas de seguridad de la AP, se enfrentan con los del movimiento islámico cada vez con más frecuencia.
Los que tampoco dejan las armas ni siquiera cuando el Ejército israelí bombardea Gaza son los grupos terroristas pseudo-independientes, relacionados de tal o cual manera con Hamás o la Yihad Islámica que, ante la ausencia de unas fuerzas de seguridad eficaces, aprovechan para ajustar cuentas con Israel o entre sí.
Desde la desconexión unilateral de Gaza, y al contrario de lo previsto, cientos de cohetes Kassam fueron lanzados contra la población civil de las ciudades de Sderot, Ashkelón y sus alrededores, causando muertes, centenas de heridos, enormes daños materiales y una terrible sensación de pánico e inseguridad entre los habitantes de la región.
Estos clanes también fueron los responsables del secuestro del soldado Guilad Shalit, episodio que condujo a una enérgica represalia israelí.
Es una verdadera paradoja que las últimas elecciones palestinas, que fueron el fruto de años de forcejeos para la paz, hayan sido ganadas por aquellos que más se han esforzado por sabotear cualquier entendimiento con Israel.
Con todo, la crisis económica, social y política en la que está sumergida actualmente la población palestina en Cisjordania y en particular en Gaza, supera con creces la que sufrieron con las medidas de represión impuestas por Israel a los territorios palestinos tras el estallido de la Intifada de Al Aksa, en septiembre del año 2000.
La Unión Europea y Estados Unidos consideran a Hamas una entidad terrorista y condicionan la reanudación de las ayudas a que reconozca el derecho de Israel a existir, renuncie a la violencia y acate los tratados firmados por la AP con Israel.
Entretanto, Al Fatah y Hamas continúan con sus interminables negociaciones para crear un gobierno de unidad palestino con el que esperan superar el boicot económico; ahora los indicios apuntan a que Mohamed Shbair, ex rector de la Universidad de Gaza, que apoya a Hamas pero no milita en sus filas, comande en los próximos días el nuevo gabinete.
Nuevamente un «sí pero no».
La dirección palestina sigue tratando de encuadrar el círculo.
En lo que respecta a algún tipo de relación con Israel, es de considerar que la situación en Gaza pueda llegar a exigir la ayuda de la comunidad internacional. Al parecer, ninguna de las partes puede cambiar la desgraciada situación a la que se ha derivado y posiblemente la ONU estaría llamada a intervenir con una fuerza multinacional, imitando el modelo utilizado últimamente en el sur de El Líbano.
Hoy, después de dos años sin Arafat, hay una sensación generalizada de que los palestinos están más aislados que nunca, inclusive de sus benefactores tradicionales.
Las soluciones posibles aún están a su alcance.
Sólo el tiempo dirá si su liderazgo opta por la cordura o por la autodestrucción.