La distorsión del lenguaje atravesado por la necesidad de colocar todo en superlativo o en términos de catástrofe, navega gallardamente el territorio político.
La oposición desconcertada y enclenque dice con aire despectivo: todo sigue igual.
El gobierno replica: la desocupación, la pobreza y la indigencia han retrocedido significativamente.
Los gurúes económicos con su desprestigio a cuestas, afirmaron en el 2003 y 2004 que había reactivación, pero que era apenas un veranito.
El gobierno replica, con una exageración que seguramente formará parte del folclore de las frases históricamente desubicadas: “Pronto se dirá que China crece a tasas argentinas”.
La oposición se queja de la concentración del poder y de la polarización de la sociedad que surge de los discursos del Presidente Kirchner.
El gobierno sostiene que la sociedad se polariza porque la está transformando y hay sectores afectados.
Algunos sectores de la oposición sostienen: esto es básicamente igual a los noventa, pero con lenguaje “progre”.
El gobierno es enfático: rompimos con los ‘90.
Mientras el gobierno sostiene que hay una sensación de inseguridad considerablemente superior a la real situación de inseguridad, hay sectores sociales que pregonan: “no se puede salir a la calle”
Mientras que la oposición sostiene que la revisión del pasado ahonda las diferencias, el gobierno afirma que sin justicia hacia los crímenes de lesa humanidad, perpetrados por el terrorismo de estado no hay posibilidad de acceder a una sociedad con justicia.
Existe algún caso extremo, como la afirmación de Elisa Carrió que estamos viviendo como en el nazismo, pero sin campos de concentración.
La lista es interminable. No hay el menor acercamiento entre gobierno y oposición aún en casos extremos como la desaparición de Jorge Julio López, que debió producir, en una sociedad menos fragmentada y herida que la Argentina, una movilización histórica.
Desarticulando las desmesuras
Es cierto que ha bajado la desocupación, la pobreza y la indigencia, pero lo que queda es una hipoteca para la sociedad argentina. También habría que precisar que esa disminución tiene una lectura mucho más estadística que ajustada a la realidad. Los parámetros del INDEC, un organismo indudablemente probo, define la línea de pobreza en un escalón, que aquellos que la superan en un 20 ó 30% ó aún más, no por eso dejan de ser pobres reales, aunque para los parámetros prefijados desde hace década han salido de tal condición.
Actualmente los pobres e indigentes, con parámetros estadísticos pero no reales, son el equivalente a 150 estadios de River ocupados por 75.000 mil hinchas, es decir superan los 11 millones de personas de las cuales 7 millones viven con 2 dólares diarios y 4 millones con 1 dólar diario.
Por otra parte, debe salirse de la ficción que los beneficiarios de planes son ocupados.
Para dimensionar la magnitud de la catástrofe que las políticas neoliberales y su instrumentación, la convertibilidad, han ocasionado, es preciso señalar que a pesar de los índices de crecimiento excepcionales de estos últimos cuatro años, el salario real del primer semestre del 2006 es inferior al de 1998, la pobreza es un 29% más elevada comparada con el mismo año y la indigencia duplica a la de 1998.
Pero al mismo tiempo es falso que todo esté igual.
Como decíamos, se ha crecido a tasas realmente importante, después de una caída fenomenal cuando estalló la convertibilidad. Esto lleva cuatro años y no hay estación ni verano que tenga una extensión de cuarenta y ocho meses o más. Pero Néstor Kirchner está desaprovechando una excepcional coyuntura internacional.
La particularidad de este gobierno es que es un mix de continuidad y ruptura con la década del ‘90. También es cierto que en términos económicos y políticos, a medida que pasa el tiempo, la ruptura disminuye y la continuidad se acrecienta. Y eso augura la recurrencia en padecer alguna crisis profunda en un tiempo impreciso.
Y si en algún momento Kirchner no tuvo más remedio, impelido por las circunstancias, de avanzar en compañía de los fantasmas acomodaticios de lo peor del pasado, eso ha pasado a constituir un acostumbramiento inercial, una política premeditada, que condiciona significativamente cualquier proceso transformador.
El modelo está basado en un dólar alto, en exportaciones centradas en soja y petróleo, en una coyuntura internacional harto favorable. La devaluación del peso ha permitido una reactivación industrial, sustituyendo importaciones, al tiempo que significó una caída de los trabajadores en el ingreso nacional cuya participación orilla en un 24% contra alrededor del 30% en los noventa.
Pero si se analiza los soportes básicos del modelo se observa las debilidades del mismo. La soja cuyo precio internacional fomenta su cultivo, deja detrás un panorama de creciente desertización. El petróleo y el gas, con informaciones imprecisas suministradas por empresas caracterizadas por la explotación irracional y la falta de inversión, auguran abastecimiento para seis o siete años. Además el 70% de las divisas de exportación pueden quedar legalmente en el exterior. Las retenciones sobre precios internacionales excepcionales solventan el superávit fiscal.
No se avanza sobre medidas fundamentales que consolidarían un nuevo modelo, asentado sobre bases firmes. A mero título ejemplificativo: es imprescindible recuperar la renta petrolera, implementar un nuevo sistema impositivo que ayude a mejorar la distribución del ingreso, reconstruir un estado que debe sustituir a una burguesía de una pequeñez notable, casi inexistente. Delinear y fomentar un perfil industrial, planificar promoviendo y desalentando cultivos, afrontar decididamente el problema de las AFJP, implementar mejorías sustanciales en salud, educación y viviendas, afrontar inversiones fundamentales en ferrocarriles, poner realmente el sistema bancario como soporte de la producción, cambiar la matriz de distribución del ingreso.
En materia de renta petrolera, el Congreso a instancia del Poder Ejecutivo, acaba de sancionar una ley bochornosa de subsidios impositivos a las empresas del sector que son de las que más ganaron y ganan en la Argentina. Se premia la explotación irracional de los pozos descubiertos por la YPF estatal y la falta de exploración de nuevos yacimientos de todas ellas y principalmente de YPF REPSOL, que en homenaje a la historia debería denominarse simplemente Repsol.
En este caso la diferencia con lo ocurrido en la década del noventa fue el recato. Nadie consideró ahora que un hecho deleznable debe ser celebrado como una gesta patriótica, como aquellos legisladores que se abrazaban eufóricos cuando consumaban la privatización de YPF. Alegres o tímidos, ambos Congresos actuaron como escribanía de las petroleras.
Toda transformación de la sociedad origina una polarización entre los sectores beneficiados y perjudicados. Cuanto más profundo es el cambio, más tensión se produce en la sociedad.
Polarizar por cambiar la Suprema Corte de Justicia, por hacer una quita a los acreedores, por un cambio en la política de Derechos Humanos, por una modificación en el trato con el establishment, por una política exterior con vestigios de soberanía es lógico.
Polarizar y nacionalizar una elección como la de Misiones, por un impresentable como Rovira para que a través de la modificación de un solo artículo de la Constitución Provincial habilitar la reelección indefinida, es un grosero error, una estupidez. Es el precio que se paga por apoyarse indefinidamente en una estructura clientelística, de intercambio de favores.
No es cierto que todo permanezca igual que en los ‘90 como afirma cierta oposición ni tampoco es verdad que se ha roto con los ‘90.
En el tema seguridad, caballito sobre el que se ha montado los sectores conservadores del Latinoamérica para jaquear a gobiernos que, con matices, expresan rupturas y continuidades, el gobierno de Kirchner se maneja en forma espasmódica y en general arrastrado por los acontecimientos.
Los partidos que, con matices, expresan las posiciones de los sectores concentrados de la economía, reducen la seguridad al fortalecimiento de las policías y la modificación del Código Penal.
Se atrincheran ahí, con la misma simplicidad que ayer lo hacía en la economía asumiendo un fundamentalismo neoliberal que concentró la riqueza en una pequeña isla y convirtió a la pobreza en un continente.
Es imposible vivir en una sociedad donde se garantice la seguridad al tiempo que la exclusión persista a niveles incompatibles con la posibilidad de una convivencia civilizada.
Argentina tiene niveles de inseguridad comparable a Estados Unidos y muy lejos de Brasil o Colombia. La realidad entonces, está lejos de la desmesura de suponer que es meramente una sensación y mucho más alejada del lugar común de “no se puede salir a la calle”
El tema de la revisión del pasado, de cómo construir capitalismo nacional sin burguesía, el vaciamiento de la política con la desaparición del militante sustituido por el puntero y las barras bravas, patentizado en el Hospital Francés y en el traslado del cadáver de Perón, la desaparición de Julio Jorge López y la reacción social, serán analizados en DESMESURAS II.
En cuanto a la concentración del poder, la pregunta pertinente es: ¿para qué? En una sociedad fragmentada fruto de una devastación, las instituciones son débiles y el poder económico enorme. Si el poder es meramente para permanecer, para consolidar a los Rovira, para acordar con Barrionuevo, para maquillar un modelo inequitativo, es como darle un bisturí a un carnicero. Pero si el poder es un bisturí en mano de un cirujano, sobre un paciente de pronóstico reservado, mientras la familia alienta y se moviliza por el paciente, las posibilidades son otras. Kirchner no puede maquillar, hacerle cirugías estéticas a su pasado, para adornarlo con un heroísmo del que carece.
Sólo puede construir su futuro a través de lo que haga ahora. Ha realizado hechos positivos en su gobierno que mejoran significativamente su pasado de gobernador. Pero hay que avanzar sobre lo fundamental que está pendiente. Debe decidirse: ¿Cirujano o carnicero?