Seguramente Lecomte era un protegido de los falangistas y los nazis españoles. El franquismo, dueño de un país de tránsito para los prófugos, alojó en el grupo empresario SODINFUS, de explotación de minerales estratégicos, a todos los derrotados, a todo criminal y torturador suelto tras la caída de los pardos.
Lecomte, su mujer y sus tres hijos encontraron una madrina protectora quien realizó todos los trámites para la radicación del perseguido para su enjuiciamiento. Lecomte había sido condenado a muerte en ausencia por un tribunal militar porque se especializó durante la Segunda Guerra en practicar redadas de niños judíos ocultados por monjas y monjes en los conventos de su región y deportarlos a los campos de concentración.
El hada generosa de Lecomte fue la señora Magda Ivanissevich de D’Angelo Rodríguez, hermana de Oscar Ivanissevich, de triste, trágica memoria, quien pronto sería Ministro de Educación de Perón y en los años de fuego de los setenta volvería a funciones, de la mano de López Rega y su tropa de las Tres A y acompañado de Alberto Ottalagano, conocido por sus ditirambos fascistas.
El exilio dorado
El escenario en el que se desarrolló este asunto, y su descenlace, pintan con gran precisión los activos movimientos de varios nacionalistas argentinos profascistas y admiradores de Hitler, junto con algunos jerarcas de la Iglesia Católica y en connivencia con funcionarios peronistas para beneficiar el exilio dorado en nuestro país de criminales nazis provenientes de distintas naciones europeas.
El hijo de Magda Ivanissevich, ahora abogado de setenta años, Aníbal D’Angelo Rodríguez, editor en estos días de la Sección “Cultura” de la revista Cabildo, envió una carta al periodista Sergio Kiernan, molesto por las menciones y con intención de aclarar las cosas. En el momento en que su madre asumía la responsabilidad por Lacomte, Aníbal D’Angelo Rodriguez era un adolescente de 19 años, militante de la UNES, la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios, de ideario fascista y matriz de la futura agrupación Tacuara.
En la carta D’Angelo Rodríguez se vale de un verborrágico lenguaje nazi, con imágenes, odio y prejuicios para una vitrina de museo. Los mismos odios que incendiaron el mundo, desde el Mussolini de los años veinte a 1945. Acepta que su madre y él contribuyeron a salvar a Lecomte, reconoce que intervino en varios casos más y no niega que en el primer peronismo hubo mucha gente que se enorgulleció (“y se enorgullece”) de haber procedido como lo ellos lo hicieron.
Un individualista desubicado
Después de involucrar al periodista por su “nariz ganchuda”, D’Angelo Rodríguez escribe sin tapujos: “Yo no tengo la culpa de lo que ven ustedes ven en el espejo al afeitarse. La culpa la tiene la endogamia que ustedes prolijamente practican y que es la responsable de que se consideren judíos. Yo tengo sangre italiana, española, española y croata, pero soy argentino. Vos y tus nenes, si los tenés, van a seguir considerándose judíos aunque pasen veinte generaciones. Y allí está la cuestión que los hace por siempre sapos de otro pozo, porque son ustedes los que se meten en ese pozo… Por ahora siguen girando sobre el capital del holocausto, pero va a llegar un momento en que alguien diga ‘basta’, por mucho que hayan sufrido, eso no los autoriza a seguir torturando y matando”.
El colega Sergio Kiernan, que es mi yerno, no tiene la “nariz ganchuda”, no es judío y desciende de católicos irlandeses. Pero esa no es la cuestión, por supuesto. El nudo a desatar tampoco es este abogado nostálgico de las glorias sanguinarias de antaño que algunos pueden definir como un francotirador desaforado, un individualista desubicado.
El problema, dramático, es que D’Angelo Rodríguez se expresa en un país que fue mutilado por los atentados contra la Embajada de Israel y la AMIA, en donde hay acusaciones de la participación de fuerzas de seguridad en el aporte de “mano de obra” y “tareas de Inteligencia” en esos asesinatos. Eso mismo es lo que alerta y genera una mezcla de irritación y frustración.
Fervor fascista
Es la Argentina que se ensañó especialmente contra torturados de la dictadura militar por el solo hecho de ser judíos y los victimarios procedían bajo los retratos de Hitler, es el mismo país donde en la Semana Trágica, en tiempos de Hipólito Irigoyen los niños bien de la Sociedad Patriótica organizaron un Pogrom en el barrio de Once y mataron a dos docenas de ciudadanos siguiendo los ejemplos de la Rusia zarista.
En la Argentina los nazis no asaltaron abiertamente el poder, como sí lo hicieron los nazis chilenos en 1938, fracasando. Pero los seguidores de Hitler se posicionaron en puestos claves, predicaron en las Universidades, organizaron círculos literarios, editaron revistas y diarios de tiraje, forjaron movimientos políticos de armas llevar, se enquistaron en los círculos militares, ampararon a los principales criminales de guerra.
Casi todos los oficiales del GOU, que dieron el Golpe de Estado de 1943 hicieron público su fervor fascista. En ese momento, asiduos interlocutores del representante nazi Edmud von Thermann o responsables de agasajos al diplomático eran el coronel Juan Bautista Molina, los generales Juan Pistarini, Nicolás Acamme, Juan R. Jones, Basilio B. Pertiné, el naviero Antonio Delfino, el conservador Manuel Fresco, Gregorio Araóz Alfaro, José María Rosa, Carlos Ibarguren, Matías Sánchez Sorondo, Guillermo Zorraquín. Carlos Meyer Pellegrini, Ricardo Seeber, Susana Torres Castex, el dramaturgo Enrique Larreta, Hernán Maschwitz,Raúl Labougle,Daniel Castro Cranwell. Y muchísimos otros abogados, terratenientes, militares.
Nuevos libros editados en Buenos Aires alertan sobre el enquistamiento nazi en todos los círculos, incluyendo al propio establishment empresario. Dos son de Uki Goñi, otro de Daniel Gutman, el cuarto al jóven historiador Daniel Levcovich, un quinto del que escribe esta nota y hay varios más en la lista.
Goñi denuncia con profusión de documentos y obra de una extensa investigación que Juan Perón autorizó el funcionamiento de una Oficina en la Casa de Gobierno que tenía por trabajo aceitar el recibimiento. Gran parte arribó sobre una alfombra roja tendida por el Vaticano. Perón en persona atrajo a científicos.
Se conocían negocios desplegados por este grupo compacto. Los intereses alemanes en la Argentina se habían concretado desde principios del siglo XX (bancos, naviera, cementera, químicas de renombre como Shering, Merck, Bayer, I:G. Farben). Militares alemanes asesoraron al Ejército nacional y otros intermediaros nos vendieron armamento. El general Wilhem Faupel, instructor en Campo de Mayo, fue el que “preparó” a Von Thermann, antes de su partida de Berlín a mediados de los treinta.
Leopoldo Lugones, Hugo Wast y otros intelectuales alabaron el fascismo, se arrodillaron ante él, embelesados. En la mayoría de los grupos nacionalistas argentinos (con pocas excepciones, como el caso de FORJA) el fascismo representó una atrayente alternativa al comunismo y a la democracia liberal. Las tendencias de la cultura política criolla, ligadas al personalismo, tradicionalismo y verticalismo se complementaron con el nazismo. Todos ellos le dieron vigor al propio antisemitismo acendrado que trajeron de Europa algunas olas inmigratorias. Jerarcas de la Iglesia Católica echó nafta al fuego antisemita Después, el carácter movientista y populista del peronismo dio albergue a sectores de la derecha nacionalista nazi.
Por toda esta historia de dolor y sangre la carta de Aníbal D’Angelo Rodríguez no pasa desapercibida. No es la pluma de un cavernícola. Detrás de su escrito hay un nazismo que perdura en actos y en palabras. Que no se ha ido, que está enquistado en la sociedad. Y, en algunos, que aducen pensamiento nacional.
Ni la DAIA ni la AMIA, ni ningún dirigente de la comunidad judía se mostró azorado frente al suceso periodístico que fue volcado en ediciones de Página/12.
Sería conveniente estar más alertas. Estos son hechos relevantes, además de los políticos y del rumbo de la economía y de la zozobra social, en una Nación que sigue guardando añejos intolerantes, que detrás de bambalinas ocultan el garrote del racismo
BIBLIOGRAFIA
-Uki Goñi: “La verdadera Odessa” ; “ Perón y los Alemanes “
-Daniel Gutman: “Tacuara- Historia de la primera guerrilla urbana argentina”.
-Daniel Lvovich: “ Nacionalismo y Antisemitismo”
-Daniel Muchnik:” Negocios son Negocios- Los empresarios que financiaron el ascenso de Hitler al poder”.