Irán debería tener, al menos, una decena de plantas atómicas para poder enriquecer uranio, pero sólo cuenta con una en construcción en la región de Busher.
¿Querrá meter miedo en el cuerpo de Bush?, ¿no se da cuenta el régimen de Irán de la tragedia que se acerca y por eso no demuestra miedo?, ¿se ha resignado ante lo que se presenta como una fatalidad inevitable?
Ambas posturas existen; la primera está encarnada en Ali Jamenei, el líder espiritual, y el presidente Ahmedineyad -su discípulo- mientras que la segunda la representan los dos ex presidentes, Hachemi Rafsanyani y Mohamed Jatami. Lo curioso es que esas posiciones divergentes terminen por converger en una misma decisión: no ceder ante las presiones de Occidente.
Postulados
El eje Jameneí-Ahmedineyad opina que Estados Unidos no se atreverá a invadir Irán y que la llamada crisis nuclear no es más que una guerra psicológica; sus motivos son muchos: ante todo, cree que el poderío del Ejercito iraní hace preocupar a la primera superpotencia militar del planeta; también, que el equilibrio de fuerzas en la zona ha cambiado a favor de Irán, debido al fracaso americano en Irak, el triunfo de Hamas en Palestina y la repercusión del apoyo obtenido por Hezbollah luego de la última guerra en El Líbano.
Estos señores están convencidos de que Bush necesitará, tarde o temprano, de la ayuda iraní, tanto para controlar a los chiítas de Irak como para impedir la ‘iraquización’ de Afganistán; pero igualmente deberían pensar que Bush ha optado -esta vez- por eliminar lo que considera justamente una fuente de la desestabilización en esos países.
Los actuales dirigentes iraníes suponen que Rusia y China impedirán una invasión a Irán, su único aliado estratégico en la región; ¡cómo si hubieran podido impedir la guerra contra Yugoslavia e Irak!
Otro argumento aparentemente convincente es que Occidente necesita del petróleo iraní, y éste puede cerrar el grifo en cualquier momento; pero el chantaje es inútil: desde 1979 no sólo el mercado norteamericano está cerrado al crudo iraní, sino que los ayatolás exportan unos dos millones de barriles diarios, el 3% del consumo mundial y una tercera parte de lo que el Shá exportaba en 1978.
En cambio, para un país monoproductor como Irán, cuya economía depende de esos ingresos, cortar el suministro de crudo sería un verdadero suicidio.
Dicen los mandatarios iraníes que, para evitar los efectos de posibles sanciones económicas, han firmado grandes contratos comerciales con países fuera de la órbita norteamericana; aún así, para tranquilizar a la opinión pública y evitar que el nerviosismo creciente de la población se convierta en protestas contra el régimen, aseguran que Alá está de su lado; como si los iraquíes no fueran musulmanes.
La otra facción del régimen la representan los ex presidentes resignados; éstos denuncian que Estados Unidos -consciente de que las armas de destrucción masiva iraníes no existen ni podrán existir en décadas- nunca admitirán que las inmensas reservas de hidrocarburos de Irán se queden fuera de su dominio; es más, harán todo lo posible para dejar sin efecto el contrato que Irán ha firmado con China, por el que Pekín recibirá durante los próximos 25 años el petróleo y el gas persa, de tal manera que una cuarta parte del crudo importado por China será iraní.
Los pragmáticos islámicos estarían dispuestos a negociar, si no fuera porque tanto en el Gobierno de Irán como en el de Estados Unidos hay sectores que incitan a la guerra.
¿Acaso no congelaron los iraníes, en el 2004, y durante más de dos años, su programa nuclear sin que los occidentales cumplieran con su promesa de garantizarles la seguridad ante la hostilidad de Estados Unidos?
Sándwich estratégico
Hoy la confrontación se presenta inevitable; se escuchan cada vez más rumores que presagian un nuevo conflicto bélico en Medio Oriente. Lo de Irán es como uno de esos choques de trenes en las películas mudas, cuando se ve a las dos locomotoras en la misma vía, avanzando inevitablemente hacia la catástrofe.
Y es que si uno se pone en la piel de los actuales dirigentes del régimen religioso iraní, una bomba atómica es el único instrumento que les puede garantizar la supervivencia de su tiranía, sabiendo que las tropas norteamericanas y de la OTAN están -muy mal, pero están- en su vecino occidental, Irak y en el oriental, Afganistán, manteniendo al país entre una especie de sandwich geoestratégico.
Antes del fin
Pero el arma nuclear no sirve de nada si no está programada adecuadamente para ser disparada hacia un objetivo concreto; una bomba atómica almacenada en un arsenal no es más que uno de los objetivos que han de ser destruidos en los primeros instantes de una confrontación bélica. Cualquier general de brigada entiende que si uno quiere tener un efecto disuasivo con el armamento nuclear, tiene que estar dispuesto a programarlo con un objetivo concreto para que, en caso de conflicto, pueda ser lanzado antes de que los misiles enemigos le caigan encima. El mundo ha vivido más de cuarenta años bajo la amenaza del holocausto atómico como para tomárselo en broma.
Y todo eso sucede con el petróleo a casi setenta dólares el barril. ¿Alguien ha pensado hasta donde puede llegar el precio si otro de los principales productores del mundo se enreda en un conflicto de estas dimensiones? En el mejor de los casos, lo menos que va a pasar es que la ONU decrete sanciones económicas contra Irán.
Por ello, no se debe esperar a que llegue lo inevitable. Occidente e Israel alegan que mientras se mantenga el actual régimen, no se puede tener confianza en Irán; que la tecnología empleada para producir uranio para combustible, serviría más tarde para provocar explosiones nucleares.
Si uno domina una de estas técnicas, señalan los expertos, aludiendo a lo ocurrido recientemente en Corea del Norte, domina la otra. Esto le permitiría a Teherán abandonar el Tratado de no Proliferación Nuclear y fabricar armas nucleares; eso sería ya un desafío iraní a la comunidad internacional.
Si eso ocurriera, Occidente e Israel tendrían que decidir nuevamente qué hacer.
Dudas
Estados Unidos no se mantendrá al margen; el gobierno americano ha dicho repetidamente que no permitirá que Irán fabrique una bomba; no va a invadir Irán porque no puede, pero sí puede atacar las instalaciones en que, supuestamente, se está trabajando en el enriquecimiento de uranio.
También es posible que Israel, en base a su concepción estratégica, y viendo el reaccionar -o mejor dicho el no reaccionar de la comunidad internacional ante Corea del Norte- tampoco quiera esperar tanto tiempo para tomar medidas.
En resumen, el panorama regional y mundial se torna sumamente complicado: la impotencia de Estados Unidos para controlar militarmente a Irán y el desprestigio de su Gobierno, la actual posición iraní, cada vez más apoyada por países del Tercer Mundo, la inestabilidad política en algunos países europeos, la frágil situación política en Israel después de la última guerra en El Líbano y la tensión reinante en la zona, al borde una posible guerra civil entre Hamas y Al Fatah por el control de Palestina, pueden desembocar en decisiones muy delicadas y comprometidas para una posible paz en la región y en el mundo.