Opinión

Benedicto XVI: fe, razón, terrorismo

“Quienes clamaban en las calles árabes contra Benedicto XVI, exigen al Santo Padre respeto para el Islam, y lo hacen quemando su efigie con gasolina; protestan contra la ofensa a otra religión, y lo hacen incendiando iglesias cristianas palestinas. Se indignan porque el Papa recuerde que Mahoma asoció fe y espada, y lo hacen profetizando que el Islam entrará a sangre y fuego en Roma”. Así comienza el texto de Oscar Elía, analista adjunto en el Área de Pensamiento Político del GEES.

Por Oscar Elía

1. Teología; razón y voluntad

Apología de la razón

De vuelta a su vieja Universidad, Benedicto XVI se reúne con sus viejos colegas de aulas, retrocede a su época de profesor universitario. En su discurso, la universidad aparece como el reino de la libertad y de la razón, donde el escepticismo de unos y la creencia de otros encuentran lo común en la búsqueda de la verdad mediante el diálogo. El Papa entiende la universidad como la suma de libertad y razón, elementos indisolubles y necesarios, donde la teología se une a las otras ciencias en una cohesión interior en el cosmos de la razón. En este marco, el discurso tenía que versar necesariamente, sobre la libertad, la razón y la fe. Pero, globalización mediante, el tema desembocó, días después, en la apología de la violencia y la irracionalidad, todo ello en nombre del diálogo entre culturas.
Pero ni el barbudo que se manifiesta en Pakistán ni el periodista progresista español parecen querer leer un discurso del Santo Padre que gira en torno a dos cuestiones relacionadas: antropológicamente, la relación entre fe y razón; teológicamente, la relación entre omnipotencia y omnisapiencia. Por eso la primera referencia papal es una llamada a abordar racionalmente el hecho religioso; el escepticismo racionalista puede convertirse en un dogma totalitario cuando niega la legitimidad humana de preguntarse por Dios. Desde tierras alemanas, las palabras de Benedicto XVI resuenan lejanas cuando creer en Dios es objeto de mofa, de escarnio y de desprecio en el Viejo Continente, y cuando la reflexión sobre la libertad se agota en justificar Gran Hermano, Aquí hay tomate o la obra de teatro Me cago en Dios.
El tema central del discurso papal, las relaciones entre fe y razón, parte de las relaciones originarias entre fe cristiana y filosofía griega. Benedicto XVI defiende cómo cristianismo y helenismo, fe y razón, confluyeron de una forma insólita y ejemplar. Y para ilustrar la convergencia, cita la ya tristemente famosa conversación entre Manuel II y el comerciante persa. Y lo hace matizando de manera meticulosa. Recuerda el diálogo sincero entre el cristiano y el musulmán, en el que, de repente, de manera sorprendentemente brusca, recalca el Papa, Manuel II espeta a su compañero: Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba.
El Papa no hace suyas las palabras de Manuel II, sino que relata el transcurso de la conversación, para llegar a lo que verdaderamente le interesa, que es la conclusión del bizantino. La afirmación decisiva en esta argumentación contra la conversión mediante la violencia es: no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. ¿Por qué citar para ello a un emperador bizantino de hace siglos?, se pregunta el editorialista de ‘The Guardian’ (sábado 16-09), que o no ha leído o no ha entendido el discurso. “Hubiera sido mejor que hubiera buscado otra cita”, apostilla el editorialista de ‘El País’ (sábado 16-09), que advierte que muchos no comprenderán el discurso filosófico; vana ilusión, él no se incluye entre ellos. Benedicto lo deja bastante claro.
Para quienes no han leído más allá del extracto polémico -otros como Antonio Gala (‘El Mundo’, 17-09), parecen no haber leído siquiera el título-, Benedicto XVI recalca que la importancia de la cita reside en el hecho de que Manuel II aparece como representante de la ilustración griega, de la filosofía de Sócrates, Aristóteles o Platón, según la cual es posible acceder a Dios a través de la razón: para el emperador, como buen bizantino educado en la filosofía griega, esta afirmación es evidente. La cita no es gratuita ni prescindible, en la medida en que Manuel II aparece como el ilustrado griego escandalizado ante la pretensión mahometana de impulsar la religión mediante la espada. En la conversación citada, Manuel II no es el cristiano antimusulmán que los guardianes de la virtud en Occidente y los guardianes de la fe islamista han caricaturizado; es el heredero de la tradición racionalista griega espantado ante el uso de la violencia sobre el diálogo y la razón.

Dios como voluntad y como razón

Y es que la reflexión de Benedicto XVI va más allá del cristianismo, del Islam y de la propia religión, y desemboca en la reflexión de un profesor de teología: ¿Dios omnisapiente o Dios omnipotente?¿Razón o Voluntad? El Papa transita sobre uno de los puntos polémicos de la historia teológica occidental; ¿libertad o razón? La polémica es bien conocida por el Papa. Duns Escoto y Guillermo de Ockham llevaron el argumento hasta el límite: Dios podría haber creado un mundo en el que el odio a Dios no fuese pecado, sino virtud (Ockham). Y si eso fuera cierto, volviendo al discurso papal, entonces sería para el hombre imposible conocer a un Dios caprichoso y arbitrario, que pudiera convertir lo bueno en malo y lo malo en bueno sin ningún criterio más allá de su libertad total.
Efectivamente, si Dios es un Dios voluntarioso, puede saltarse las mismas reglas de la razón, y por tanto resultar inaccesible al ser humano por esta vía; considerar a Dios como pura voluntad es negar la posibilidad de una relación humana y racional con él, y reducirla a simple revelación e imposición divina. Considerar a Dios como voluntad desgajada de racionalidad tiene como consecuencia el voluntarismo divino, y por tanto la incapacidad. En el texto, Benedicto XVI cita también al poeta y polemista cordobés Ibh Hazm, que llega a decir que Dios no estaría condicionado ni siquiera por su misma palabra y que nada lo obligaría a revelarnos la verdad. Si fuese su voluntad, el hombre debería practicar incluso la idolatría.
En el texto, Benedicto XVI advierte del peligro de las palabras de Ibh Hazm; también de la filosofía práctica de Kant y del voluntarismo religioso de Escoto, pero nadie ha clamado contra la crítica papal a los errores occidentales. Y ello por la creencia extendida, en cristianismo e Islam, de que Dios puede hacerlo todo, incluso actuar contra la razón: La convicción de que actuar contra la razón está en contradicción con la naturaleza de Dios, ¿es solamente un pensamiento griego o es válido siempre por sí mismo? ¿Se ha agotado el discurso de Sócrates?, se pregunta Benedicto XVI.
Aquí el Papa recuerda la relación que el ‘logos’ implica entre razón y palabra: «Logos» significa tanto razón como palabra, una razón que es creadora y capaz de comunicarse. Si Dios es razón, y al mismo tiempo es palabra, entonces Dios es comunicable, de él mismo hacia los hombres, y de los hombres entre sí. Y viceversa, si Dios actúa contra la razón, el hombre no podrá conocer jamás la infinita arbitrariedad divina, alejada del bien y la verdad, que son cosa de razón:

Más allá de ésta existiría la libertad de Dios, en virtud de la cual Él habría podido crear y hacer también lo contrario de todo lo que efectivamente ha hecho. Aquí se perfilan posiciones que, sin lugar a dudas, pueden acercarse a aquellas de Ibn Hazn y podrían llevar hasta la imagen de un Dios-Árbitro, que no está ligado ni siquiera a la verdad y al bien.

Si la razón no permite acceder a Dios, entonces éste permanece siempre más allá de la posibilidad humana. Un Dios así resulta inalcanzable, y sus posibilidades abismales permanecen para nosotros eternamente inalcanzables y escondidas tras sus decisiones efectivas. Por eso tal concepción divina parece, a los ojos de Benedicto XVI, falsa: Dios no se hace más divino por el hecho de que lo alejemos en un voluntarismo puro e impenetrable, sino que el Dios verdaderamente divino es ese Dios que se ha mostrado como el «logos» y como «logos» ha actuado y actúa lleno de amor por nosotros.

Compartible o no, discutible o no, el argumento de Benedicto XVI es diáfano; si la voluntad de Dios es absolutamente libre y alejada de razón, entonces el hombre jamás podrá acceder a él racionalmente. Además, puesto que la razón es, además, logos, entonces tampoco podría comunicarse racionalmente Dios con los hombres, y entre ellos mismos; la religión no sería comunicable mediante la razón y el diálogo, puesto que Dios quedaría más allá de todo eso, inaccesible por completo.

Crisis de Occidente

Oculto por la represión desatada por islamistas, Benedicto XVI incluye una advertencia de fondo; es el uso de la razón, escéptico o creyente, agnóstico o fiel, el que está en riesgo en Occidente, y no sólo la simple fe. Para el no creyente es discutible teóricamente que la razón y la fe tengan su destino tan unido como afirma el Papa; pero el historiador convendrá necesariamente que ambas, en el Occidente de hoy, parecen hundirse al mismo tiempo. Razón por la cual los desvelos del Papa van también hacia la descristianización de Europa, y lo hace con una tesis de un calado lo suficientemente profundo para que ningún medio de comunicación halla reparado en ello; más allá de la evidente crisis religiosa que padece Europa, y unido férreamente a ella, existe una dehelenización europea, es decir, un desapego constante del racionalismo griego que el Papa encuentra en la modernidad, y que hoy parece acelerarse.

La crítica papal va más dirigida a Occidente que a Oriente; hoy se extiende la creencia en que sólo la racionalidad empírica es verdadera racionalidad, y que la verdad modelo es la verdad de la ciencia. Frente a ello, el Papa adopta una posición inequívocamente humanista; los interrogantes propiamente humanos, es decir, «de dónde» y «hacia dónde», los interrogantes de la religión y la ética no pueden encontrar lugar en el espacio de la razón común descrita por la «ciencia» entendida de este modo y tienen que ser colocados en el ámbito de lo subjetivo.

Colocados en el ámbito de lo subjetivo, la ética y la moral dejan de tener un valor universal, y se reduce a cuestiones culturales, psicológicas, religiosas o neurológicas. Éstas son incapaces de dar respuesta a los grandes retos de este mundo. Mientras nos regocijamos en las nuevas posibilidades abiertas a la humanidad, también podemos apreciar los peligros que emergen de estas posibilidades y tenemos que preguntarnos cómo podemos superarlas. La racionalidad occidental ha relegado la ética y la moral al ámbito de lo estrictamente privado, y ha dejado para las leyes científicas o económicas la objetividad absoluta. Al hacerlo, señalan Benedicto XVI y Juan Pablo II, niegan al hombre la posibilidad de buscar respuesta a las grandes cuestiones humanas, que el cientificismo es incapaz de resolver, porque son cuestiones existenciales, morales, humanas en sentido estricto.

Y es en este punto donde las grandes religiones tienen algo que aportar, recuerda el Papa. Islam, cristianismo y judaísmo niegan que la ciencia empírica de respuestas a todos los interrogantes humanos; reconocen el uso universal de la razón, no sólo técnico-científico. Propone una tesis provocadora, que escandaliza a liberales pero que une a religiosos islámicos, cristianos o judíos: reducir la religión al ámbito de la fe privada, separada de cualquier racionalidad, expresa Benedicto XVI, es el camino más directo hacia la ruptura total entre religiones y civilizaciones. ¿Por qué? Porque si se consideran totalmente subjetivas, las verdades religiosas se vuelven irremediablemente incomunicables, e imposibles de ser dialogadas. Por el contrario, reconocer el carácter racional de las religiones fomenta el diálogo entre ellas, y entre la fe y la razón:

Sólo así podemos lograr ese diálogo genuino de culturas y religiones que necesitamos con urgencia hoy. En el mundo occidental se sostiene ampliamente que sólo la razón positivista y las formas de la filosofía basadas en ella son universalmente válidas.

2. De Ratisbona a Manhattan

Voluntarismo, irracionalismo, terrorismo

Un Dios voluntarista, desgajado completamente del bien y de la verdad, es un Dios arbitrario, libérrimo, caprichoso. Si actúa de manera independiente al bien y al mal, a la verdad y la falsedad, si puede tornar por gusto lo bello en feo y lo bueno en malo, es un Dios que el hombre no podrá conocer jamás. Separado de la razón, impide al hombre conocerlo por sus propias facultades, le prohíbe preguntarse racionalmente por su existencia y por sus atributos. La única forma de comunicarse con Dios es así la fe y la revelación; la imposición racional o irracional del libre arbitrio divino. La revelación se impone así al hombre, independientemente de su naturaleza racional.

Lo cual, en la era de la geopolítica del caos, tiene consecuencias prácticas evidentes; la voluntad se impone incluso a lo que el hombre, racionalmente, considera bueno o malo. La racionalidad científica, estética o moral se verá borrada del mapa, y llevará al creyente a responderse fácilmente a la pregunta más difícil: ¿cómo dudar en cometer el crimen más horroroso si la voluntad divina lo requiere?¿por qué no sepultar los escrúpulos que la razón tiene ante la perspectiva de estrellar un avión repleto de inocentes contra un rascacielos?¿Quién es el hombre para decidir que es un crimen reventar vagones de metro repletos de personas en Atocha?

El terrorismo es malo independientemente de que sea un pecado; la razón muestra la barbaridad que supone degollar inocentes en televisión o quemar vivos a turistas en un restaurante de Bali. Pero cuando la voluntad de Alá se sitúa al margen de la razón y ordena despóticamente al ser humano actuar contra su propio raciocinio, entonces las consecuencias política del problema teológico planteado por Benedicto XVI saltan a la vista en cada telediario. El fanatismo religioso no es producto, paradójicamente, de situar a Dios demasiado cerca del ser humano, sino de situarlo demasiado lejos, demasiado trascendente, demasiado subjetivo e irracional.

En segundo lugar, y esto es lo que ha motivado la furia de islamistas, situar a Dios fuera de la razón humana, desgajarlo de la intimidad humana, hacerlo un extraño, no sólo conlleva hacerlo incognoscible, sino incomunicable; si Dios no es objeto de nuestra razón, tampoco lo es de nuestra palabra. Un Dios arbitrario, convertido en voluntad despótica, ni es cognoscible ni es comunicable, y la conversión mediante medios pacíficos, imposible.

Entonces llevar la religión al resto de hombres mediante el uso de la palabra y el diálogo es imposible. Situar a Dios separado del binomio razón/logos conlleva que no es comunicable mediante razón y diálogo y que la extensión de la confesión religiosa no es cuestión de persuasión, sino de imposición; así aparece la aberración irracional de extender la fe mediante la espada, y la violencia; mediante mochilas bombas o aviones de pasajeros. De la teología a la política, el yihadismo es la continuación del voluntarismo divino por otros medios, la violencia ilimitada e irracional desatada en un vagón de metro o en una oficina de Manhattan es la única forma en la que el hombre que ha expulsado a Dios de la razón puede expandir la fe.

La calle en llamas; error o confirmación

Quienes claman en las calles árabes contra Benedicto XVI, exigen al Santo Padre respeto para el Islam, y lo hacen quemando su efigie con gasolina; protestan contra la ofensa a otra religión, y lo hacen pegando fuego a las iglesias cristianas palestinas. Se indignan porque el Papa recuerde que Mahoma asoció fe y espada, y lo hacen profetizando que el Islam entrará a sangre y fuego en Roma porque el Profeta lo profetizó. Occidente asiste asombrado a la reacción islamista e islámica, que de nuevo se le presenta confusa y peligrosa, donde terroristas entusiastas comparten crítica con ulemas de rostro preocupado y solemne. Y lo hacen para culpar al Papa de un crimen que no ha cometido.

¡El Papa dice que somos violentos, matemos al Papa!, claman los islamistas iraquíes ante la comprensión de los europeos. Esquizofrenia religioso-política; el clérigo somalí Sheikh Abubukar Hassan Malin denuncia que el Papa acusa al islamismo de una “crítica sin fundamentos”, y proclama que los musulmanes deberían matar al pontífice. Los más radicales se indignan; la crítica sin fundamentos del Papa se refuta tiroteando a una monja en un hospital somalí. El respeto entre las religiones se reclama quemando crucifijos.

En su respuesta a las palabras del Papa, defender la fe mediante la violencia es irracional, el islamismo reivindica la violencia, reivindica lo irracional y lo hace ante las embobadas cámaras de televisión occidentales que enfocan los rostros desencajados, las muecas de indignación, las pancartas anticristianas. El yihadismo lanza sus masas a la calle, escenifica la protesta, reivindica la violencia y la irracionalidad para protestar contra quien ha advertido contra la violencia y la irracionalidad y ya ha sido condenado a muerte por unos e invitado a retractarse por otros.

Más allá del islamismo, otros se indignan desligando el Islam del uso de la violencia; vana ilusión, no es Benedicto XVI quien lo hace, sino Bin Laden y quienes protestan contra el Papa junto a ellos. Nuevos inquisidores de la media luna, rastrean los medios de comunicación occidentales en busca del agravio que disculpa al Islam de sus propios problemas. La Junta Islámica de España lanza un comunicado contra el discurso del Papa acusándole de no conocer el Islam. Benedicto XVI no ligó al Islam con el terrorismo; advirtió de que la concepción voluntarista de Dios, en el cristianismo y en el islamismo, conduce a la violencia, pero eso les da igual. Escrutan al Papa, pero no al yihadismo: Millares de jóvenes musulmanes desean morir, la tempestad de aviones no se detendrá (Al Qaeda) destruye el sentimiento islámico más que cualquier declaración de un Papa que pide en el discurso el trabajo común entre islámicos y cristianos que la Junta Islámica niega día tras día.

La argumentación teológica del Papa desembocaba en la denuncia de los actos irracionales cometidos en nombre de la fe. Por eso el discurso papal debía molestar a alguien más; a todos aquellos para los que la asociación de Benedicto XVI entre fe, razón y diálogo, es falsa, y conciben a la Iglesia como un conjunto de oscuros pasillos repletos de conspiraciones contra la humanidad; en el odio a la Iglesia coinciden los radicales de Lavapiés con los cosmopolitas de Chueca, y en el mismo frente se han situado frente a un discurso que ninguno de ellos parece haberse leído, pero en el que vuelcan sus tradicionales iras.

Para el izquierdismo progresista, la Iglesia es una de las fuerzas reaccionarias de la historia, y nada que haga o diga su Santo Padre hará cambiar de opinión a quienes se nombran a sí mismos intelectuales y reparten permisos de racionalidad. En general, la izquierda ha sido incapaz de leer las líneas papales; han corrido en socorro del diálogo sin ni siquiera leer el documento que abrió la polémica. Así, Antonio Gala (El Mundo 17-09-06) responde groseramente a las palabras del Santo Padre; el escritor deja para los números bisexuales de La Pasión Turca su comprensión y reconocida sensibilidad. Ocupado en su próxima novela o en rellenar su columna diaria, se muestra incapaz de leer el discurso del Papa, y lo despacha con exabruptos tabernarios; Con aliados como éste no necesitamos enemigos. Que haga una ordalía con Bin Laden. A Gala le da igual lo que diga el Papa o lo que halla escrito; su respeto a la verdad parece limitarse a los propios dogmas progresistas que venera.

Para la izquierda, cualquier religión es irracional; ni Gala ni el resto de santones intelectuales pueden soportar que un Papa identifique a Dios con razón. Se ven irremediablemente empujados a equipararlo con Bin Laden, pues sus fobias van por otro lado. Se trata de campeones del diálogo; en nombre de él niegan al Papa la posibilidad de opinar. Han instaurado un nuevo dogma, que comparten caprichosamente con un islamismo que no dudaría en acabar con su ateísmo a tiros, que consiste en culpar a Occidente, al capitalismo y a la Iglesia de todos los males del mundo. En nombre de este dogma niegan cualquier legitimidad racional a Benedicto XVI, e invitan al pontífice a no argumentar racionalmente para no poner en peligro el diálogo entre civilizaciones.

Pero el Santo Padre ha leído a Sócrates; el diálogo exige razón, búsqueda de la verdad, confrontación argumental. El discurso de Ratisbona versó sobre la necesidad de un diálogo entre civilizaciones basado en la razón. Benedicto XVI apeló al comportamiento racional de las distintas confesiones para establecer un diálogo fructífero. Alertó contra la concepción de Dios como un ser arbitrario y caprichoso capaz de imponer al ser humano comportamientos irracionales y violentos contra otro ser humano. Pero es imposible el diálogo con quien simplemente es instrumento inanimado de unos supuestos designios divinos que le llevan a asesinar en masa en Egipto, Londres o Madrid; pero tampoco lo es con quien considera a su interlocutor un crédulo culpable de los males que afligen al mundo, y a quien se le exige silencio y obediencia a los dogmas de la idolatría de la historia, de la ideología o de la técnica. Ingenieros de almas en Occidente y profetas yihadistas en Oriente han confluido una vez más para socavar los contradictorios pilares de la civilización europea. Así las cosas la pregunta es cuánto durarían los primeros estableciendo su sacrosanto diálogo con los segundos.