Balotaje 2023

Llega la hora de la verdad: 19 de noviembre, democracia o autoritarismo

Quienes no están de acuerdo con el avance en derechos, porque piensan que solo son privilegios para otros, quienes siguen pensando que en la dictadura hubo una guerra con dos contendientes en las mismas condiciones, encontraron un canal de expresión política que amenaza con llevarse puestas a las instituciones y todo lo que encuentre a su alrededor. El problema es que muchos, encerrados en lo micro, solo quieren cambiar y no se dan cuenta que eso nos lleva hacia un abismo, de difícil retorno.
Por Susana Gelber

Estamos transitando las últimas horas antes de las elecciones más cruciales y dramáticas desde que comenzó la transición democrática, en 1983. Justamente este año esta dedicado a conmemorar los 40 años de democracia, hecho de por sí inédito en nuestro país que nos llena de alegría y esperanza, por sí solo, mas allá de las dificultades enormes y las deudas reconocidas por todos, especialmente por la situación económica y social.

Es una situación inédita, por la plena vigencia de las instituciones democráticas, luego de 53 años de ciclos de inestabilidad institucional, con golpes de Estado y dictaduras cada vez más sanguinarias y crueles, como lo fue en especial la del 76 al 83.

Hasta hace poco tiempo se había logrado un consenso democrático, en que no se iba a volver atrás, ya no se discutía lo que había pasado en ese período nefasto de nuestra historia, que incluía el terrorismo de Estado, y miles de desaparecidos. Los juicios y las condenas a los genocidas dejaron muy poco espacio para los negacionistas.

También había acuerdo acerca de la fortaleza de nuestras instituciones, que lograron procesar crisis socioeconómicas muy fuertes (1989 y 2001) manteniendo el sistema. Además, la evolución en los cambios electorales, incluyendo la reforma constitucional del 94 y las P.A.S.O. parecían marcar una posible alternancia dentro del sistema.

Durante el primer gobierno de la transición, se alcanzaron acuerdos sobre políticas de estado, como lo fue la ley de defensa que impide a las fuerzas armadas actuar en la represión interna. Un paso fundamental, que se mantiene hasta hoy en día.

Pero todo cambió el 14 de agosto, con los resultados de las P.A.S.O. y la irrupción de Javier Milei en el primer lugar: ahí se desnudó una realidad que no se había percibido con crudeza hasta ese momento.

Las elecciones generales parecían haber llevado alivio, cuando el candidato ultraderechista antisistema no logró incrementar los votos y fue superado por Sergio Massa, por un 6%. Pero de ahí en más, y en este momento, pareciera haber un empate electoral, a pesar del debate presidencial, en el que se demostró el total desconocimiento del candidato libertario en muchos temas fundamentales como relaciones internacionales, comercio exterior e incluso en materia de seguridad.

Mas allá del análisis sobre como llegamos hasta acá, que muchos intentamos hacer -lo cual queda para después del resultado, cualquiera que sea- la gran pregunta es qué va a pasar mañana domingo. Mañana elegimos salvar la democracia o internarnos en caminos escabrosos que pueden derivar en un espiral de violencia, con resultados imprevisibles. Si pensamos “y bueno quizás dure poco y renuncie”, nos estamos olvidando de quién ocupa el segundo término de la fórmula, que proviene de la familia militar y detrás de la cual viene lo peor del autoritarismo.

Es cierto que hay descontento por las deudas de la democracia, más que nada en lo económico y social. Pero también fueron muchos los avances en derechos civiles y sociales, que nunca hubieran ocurrido en dictadura. Sin embargo, esos mismos avances han generado una reacción, que estaba latente y no se expresaba porque hacerlo era políticamente incorrecto. Se nota bronca, disgusto, no se puede negar que lo económico y sus consecuencias sociales tienen un lugar importante. Si fuera -como dicen algunos- que esto es por la corrupción, en su momento hubieran ganado las elecciones candidatos con probada actitud contraria a este mal, incluso con buena gestión probada como lo fue el gobernador de Santa Fe, Hermes Binner (2007-2011).

Sin lugar para indiferentes: participar y decidir

Quienes no están de acuerdo con el avance en derechos, porque piensan que solo son privilegios para otros, quienes siguen pensando que en la dictadura hubo una guerra con dos contendientes en las mismas condiciones, encontraron un canal de expresión política que amenaza con llevarse puestas a las instituciones y todo lo que encuentre a su alrededor. El problema es que muchos, encerrados en lo micro, solo quieren cambiar y no se dan cuenta que eso nos lleva hacia un abismo, de difícil retorno.

No tenemos opciones, votar en contra de Milei no significa estar de acuerdo en todo lo que propone Massa, es votar por el sostenimiento de la democracia. No hay forma de cambiar, de disentir, de proponer y construir alternativas si no es en democracias. Y en este escenario de virtual paridad, votar en blanco o anular el voto -si bien es un derecho del elector- es favorecer a quien parece ir primero, es decir al candidato de La Libertad Avanza -o, mejor dicho, retrocede-.

Es hora de asumir la realidad. Estamos frente a un momento histórico en el cual tenemos que participar y definir qué queremos y hacia donde queremos ir. No creer en falsos profetas, ni soluciones rápidas y violentas. El desafío es hacerlo dentro del sistema democrático. No hay lugar para indiferentes, no hay espacio para lamentaciones posteriores. O seguimos en democracia, luchando por mayor inclusión social, por educación y salud pública, por el fomento a la investigación y el desarrollo, por los derechos humanos, o nos hundimos en la ciénaga del autoritarismo, que nos va a hacer retroceder muchas décadas y nos va a emparentar con lo peor de la ultraderecha del mundo. Ejemplos sobran.

Hay una sola posibilidad: sostener la democracia, y esa es la única plataforma viable para tener esperanza y futuro.