La estrategia para manejar el conflicto
El discurso del primer ministro Netanyahu en la Universidad de Bar Ilan en el año 2009 propuso la solución de dos estados para dos pueblos en el intento de resolver el conflicto israelí-palestino -vale decir, la creación de un Estado palestino que, aunque con muchas limitaciones en su accionar como estado independiente, crearía el ambiente propicio para alcanzar un proceso de paz y desligar a Israel de la carga de controlar un territorio de más de 5.800 kilómetros y a una población de tres millones de habitantes que jamás expresó la voluntad de formar parte de Israel y, por el contrario, fue siempre hostil a esa idea-.
Esta propuesta de Netanyahu contradecía el ideario político del partido Likud y de sus socios en la coalición que, a través del tiempo, se habían afianzado en la idea de ver al territorio de la margen occidental del río Jordán, en su terminología bíblica, como Judea y Samaria.
El mismo Netanyahu se desligó de la propuesta de Bar Ilan, llegando a la conclusión de que la solución del conflicto con los palestinos no era posible, pero sí su «manejo», postergando sin plazo determinado la necesidad de adoptar políticas que nos acercasen a una definición política, la cual indiscutiblemente nos obligaría a hacer concesiones territoriales.
La consecuencia de esta concepción se tradujo en la política de debilitamiento de la Autoridad Palestina al mando de Mahmoud Abbas y reforzó la presencia de Hamas en la Franja de Gaza, donde ocupa el poder desde 2007, tomando en cuenta que esta organización no consideraba la posibilidad de ningún acuerdo con Israel, propugnaba su destrucción y, a lo sumo, estaba dispuesta a una tregua limitada, cuyo objetivo sería reorganizarse y aumentar su capacidad militar con la ayuda de Irán, sin apartar la vista del objetivo final, la destrucción de Israel y el establecimiento de un régimen islámico. En ese escenario, Israel no se vería nunca en la necesidad de entablar con Hamas un diálogo que exigiera ceder territorio a cambio de paz.
La estrategia de Netanyahu incluyó la desconexión de Gaza de la margen occidental, la apertura de Israel a la presencia de veinte mil habitantes de la Franja en el mercado laboral israelí -a pesar del cierre de la frontera desde el año 2007 como consecuencia de la toma del poder en Gaza por parte de Hamas y la expulsión de la dirigencia del Fataj, además del anuncio de Hamas de que no respetaría ninguno de los acuerdos firmados por la Autoridad Palestina con Israel-.
Los datos oficiales publicados en estos días -1.400 asesinados, 229 rehenes y más de 100 desaparecidos-, que en ningún caso parecen ser cifras finales, constituyen una prueba fehaciente del fracaso de esta estrategia, más aún si consideramos que todavía existe el peligro de la apertura del frente del norte con la organización Hezbollah y el apoyo de Irán.
Los factores en juego
El ataque de Hamas, preparado con más de un año de planificación, se debe entender sobre el trasfondo de la política americana de estimular la firma de un tratado de normalización entre Israel y Arabia Saudita, coincidiendo con los esfuerzos del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, y el príncipe heredero al trono de Arabia Saudita, Muhammad Ben Salman, que ve a Irán como principal peligro para la estabilidad del régimen saudita.
La eventual firma del tratado con Arabia Saudita se podría interpretar como continuación de los Acuerdos de Abraham, en el sentido de que busca la normalización de las relaciones entre Israel y los países árabes dejando el problema palestino en segundo plano, sobre la base de que, al contrario de lo que declara la dirigencia política árabe, la preocupación de las partes firmantes se centra en Irán. Así, no se postula la resolución del conflicto entre Israel y los palestinos como elemento indispensable para la normalización de las relaciones entre el estado judío y Arabia Saudita.
No cabe duda de que la existencia del régimen islámico de Irán, presente desde 1979, es el principal factor que condena todo acercamiento entre Arabia Saudita e Israel y ve tanto al Hamas -y especialmente a Hezbollah, en el Líbano- como instrumentos de acción contra Israel, sin necesidad por el momento de entrar en un conflicto armado contra este país.
El apoyo masivo norteamericano a Israel, la visita de Biden, así como la del Secretario de Estado y el Ministro de Defensa, la utilización del veto en todas las votaciones de carácter antisraelí en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, además de los canales de ayuda económica y el despacho del portaviones norteamericano Gerald Ford a la zona, sirven como contrapeso a la presencia e influencia de Irán en la región. A todo esto, debemos tomar en consideración que Biden se enfrenta a una contienda electoral y busca su reelección en la esfera política americana.
Es claro que lo que empezó como un brutal ataque de la organización terrorista Hamas contra la población civil israelí puede llegar a convertirse en un conflicto de magnitudes globales, en base a los intereses y alianzas de los diversos factores en el conflicto.
Un ejemplo claro de este peligro radica en la actitud de Rusia, que se abstuvo de condenar el ataque del Hamas y que además mantiene una estrecha relación con Irán y con el Hezbollah, como parte de su política de oposición a los intereses estratégicos norteamericanos en la zona.
Debemos poner nuestra atención en Qatar, cuyo accionar resulta ambivalente. Por un lado, constituye la vía principal de transferencia de importantes sumas de dinero a la Franja de Gaza, con la aceptación de Israel, que en su mayor parte llegaron a manos de Hamas. Desde el año 2007, estos montos se han convertido en una parte importante del sostén económico de la organización, a través del cual Hamas afianza su poder y control en la zona. Al mismo tiempo, Qatar alberga a importantes miembros de la organización, como Ismail Haniyeh, jefe del departamento político de Hamas, cuyo canal de televisión, Al Jazeera, es utilizado como vocero de propaganda, en tanto sus transmisiones tienen gran influencia en los países árabes.

A la vez, el régimen de Qatar intenta mejorar su propia imagen utilizando sus contactos, tanto con Hamas como con Israel, para adoptar el papel de mediador, especialmente en lo referente al intercambio de los rehenes retenidos en la Franja de Gaza por los presos de Hamas, que cumplen condenas en las cárceles israelíes por haber participado en actos de terrorismo.
En este momento Israel se enfrenta a no pocos dilemas. Por un lado, la entrada terrestre a la Franja de Gaza, que se inició ya, con la finalidad de debilitar a la organización terrorista y diluir su control sobre la población civil. Por otro, la urgente necesidad de tomar en cuenta el factor de los rehenes israelíes y de otras nacionalidades. La disyuntiva está planteada entre dos alternativas: incrementar la presión sobre Gaza para inducir a Hamas a proponer el intercambio de rehenes y presos palestinos, o aminorar la velocidad del avance en Gaza creando el ambiente necesario para el diálogo de intercambio, sin la seguridad de que, desde el punto de vista de Hamas, esto fuera factible, ya que dejaría a la organización terrorista sin una carta fundamental en la mesa de juego.
Un elemento de peso en la decisión estratégica de Israel radica en la presencia y la voz de las familias de los rehenes, que naturalmente exigen la negociación inmediata con Hamas para lograr la liberación de sus familiares, mientras que, si bien es cierto que el objetivo de la organización terrorista es liberar a los presos palestinos, su régimen dictatorial impone las condiciones y la estrategia, sin verse obligados a tomar en cuenta la presión de los familiares de los presos palestinos en Israel.
En el mundo árabe existen varios países preocupados por la trascendencia de este conflicto, sobre todo por la presencia en ellos de un fuerte apoyo a Hamas, especialmente en Jordania, cuya población incluye casi un tercio de habitantes de origen palestino, opuestos a la normalización de las relaciones con Israel. Esto genera temor en el gobierno jordano, que ve la eventualidad de que el conflicto se convierta en una amenaza para la continuidad de la monarquía jordana.
La propuesta de Netanyahu de disminuir la presión en la Franja de Gaza planteó la posibilidad de que Egipto acepte el traslado de población palestina de Gaza al Sinaí; sin embargo, el presidente egipcio El-Sisi -que sostiene estrechas relaciones con Israel- mantiene cerrado el paso fronterizo con la Franja de Gaza y está alerta ante el peligro de un foco de influencia islámica activa en el Sinaí. En definitiva, El-Sisi, que se mantiene en el poder desde el año 2014, comprende la amenaza que esta propuesta implica para su régimen.
Israel se enfrenta a una situación política en la cual cuenta con la comprensión de no pocos países, como los Estados Unidos y gobiernos europeos, cuyos líderes han expresado su solidaridad en visitas al país y en declaraciones que destacaron el derecho de Israel a defenderse de la agresión. Pero es importante señalar las limitaciones y condicionantes de este apoyo, especialmente en lo referente al lapso por el que se extienda la acción militar israelí, la exigencia de que Israel genere una acción humanitaria permitiendo la entrada de provisiones y medicamentos y, en algunos casos, el establecimiento de una tregua para llevar a cabo esta iniciativa.
Israel, por su parte, quiere aumentar la presión sobre Hamas para que, por un lado, reduzca el potencial militar que activa el terrorismo y, por otro, incremente las posibilidades de la liberación de los rehenes o la acelere, entendiendo que en este conflicto el factor tiempo tiene una importancia definitiva. Y ello, no solo por el impacto de la acción militar, sino también por entender que, a medida que se prolongue esta acción, Israel se verá sometida a fuertes presiones por parte de países que comprenden que el conflicto podría convertirse en el escenario de un enfrentamiento de intereses entre potencias.
La organización de manifestaciones pro palestinas en no pocos países de Europa, especialmente en el entorno de universidades consideradas tradicionalmente como tolerantes y liberales, expresan un apoyo a Hamas y constituyen un factor de presión a los gobiernos, en el sentido de promover una tregua en el conflicto con la esperanza de que este no se reanude y que se paralice la ofensiva israelí en la Franja de Gaza, una tregua no incluida en la estrategia de Israel hasta no conseguir sus objetivos militares.
La trascendencia en el mapa político israelí
Los intentos del gobierno israelí frente a la opinión pública mundial se concentran en definir a Hamas, con justa razón, como una organización terrorista que atacó a una población civil indefensa cometiendo crímenes de lesa humanidad. Expresan así que la eliminación de esta organización o la reducción de su capacidad militar y de la acción de su dirigencia es condición indispensable para que se genere un proceso de renovación y reconstrucción en Gaza, exigiendo que la ayuda económica se oriente a la población civil y no a reforzar el aparato militar del terrorismo, como ha ocurrido y ocurre hasta hoy.
En el marco interno, al finalizar el conflicto, Israel tendrá que hacer un ejercicio de introspección con el fin de sacar conclusiones en cuanto a cómo fue sorprendida y a la demora en la respuesta del mando militar. Parece clara la existencia previa de indicios de que Hamas se preparaba para un ataque, señales que Israel no supo interpretar como una señal de alerta.
La actitud del Jefe del Estado Mayor del ejército, Herzi Halevi, y del Jefe del Servicio de Seguridad General, Ronen Bar, quienes aceptaron su responsabilidad por lo sucedido, es un preludio de lo que sucederá una vez que el desarrollo de la contienda permita deslindar esas responsabilidades.
En el marco político, la situación es más compleja; si bien es cierto que el Ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, entre otros funcionarios, anunció públicamente que él asumía su responsabilidad personal, el Primer Ministro Netanyahu se ha negado rotundamente a declararse el responsable principal de la dirigencia política. Después de mucha presión por parte de funcionarios y medios de comunicación, planteó que llegaría el momento en que muchas deberían responder a diversos interrogantes —entre ellos, él mismo.
Me parece evidente que, como en casos anteriores, se conformará una comisión investigadora de lo sucedido el 7 de octubre a partir de dos modelos posibles. El primero apunta a que sea el gobierno quien designe la composición y las atribuciones de esa comisión, así como cuáles serían los organismos investigados. Este modelo, el preferido por Netanyahu, provocaría la oposición de muchos sectores de la sociedad israelí, que, creo, preferirá una comisión investigadora estatal, constituida por el poder judicial y a cuyo mando estuviera un juez retirado con atribuciones ilimitadas para definir cuáles serían aquellos organismos. De cualquier forma, no creo que se repita el ejemplo de la comisión Agranat, creada como consecuencia de la guerra de Yom Kippur, la cual, a pesar de ser estatal, debió limitarse a investigar únicamente el mando militar, sin potestad para cuestionar la acción de la dirigencia política.
Como sea, la sociedad israelí será testigo de importantes cambios en la esfera política, especialmente en lo referente al futuro político de Netanyahu, quien recuerda el ejemplo de Golda Meir: la Primera Ministra israelí se vio obligada a renunciar frente a la presión pública a pesar de haber ganado una elección después de la guerra de Yom Kippur.
Aun cuando Netanyahu no parece dispuesto a adoptar ese camino, es posible que seamos testigos de fuerzas internas en el Likud que olfatean la debilidad política en la que se encuentra su líder máximo, al que siguieron casi ciegamente por cuanto les aseguraba la victoria. Si esta no se presentara como opción viable, la lealtad a Netanyahu dejará de ser relevante.
Por supuesto, existe la opción de una reorganización de las fuerzas políticas en Israel, especialmente si las próximas elecciones se adelantasen. Quizás el apoyo o rechazo a Netanyahu y su personalidad dejen de constituir el factor principal para la conformación de las alianzas y la separación de los partidos -algo que ocurrió en las últimas contiendas electorales- y se organicen otras fuerzas políticas en base a respuestas claras a los interrogantes que la sociedad plantea, tanto en el aspecto de seguridad y fronteras, como en economía y respecto de la relación entre el Estado y la religión.
Quisiera ser optimista y pensar que las relaciones entre Israel y la diáspora serán parte del ideario de las fuerzas política en el futuro.
Aún quedan abiertos muchos interrogantes, como los relativos a si la oposición, parte de la cual conforma el gobierno de emergencia y el movimiento de protesta a la reforma judicial, podrá presentarse como opción política, pero resulta evidente que la sociedad israelí que emergerá como consecuencia del ataque del 7 de octubre no será la misma que la que existió hasta el día anterior.